Una historia de Sevilla
La piedra gaditana de la Catedral de Sevilla
La metropolitana hispalense requería sillares firmes, capaces de sostener pilares colosales y bóvedas de vértigo. La solución vino de las canteras del Puerto de Santa María, en el Cerro de San Cristóbal
Por ti reinan los reyes
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Iniciar sesión¿Cómo levantar la mayor catedral del mundo en una ciudad que no posee piedra? Sevilla había sido históricamente una ciudad de ladrillo y tapial, donde el barro cocido y la tierra apisonada dieron forma a murallas, iglesias y palacios. Pero una empresa de tal ... envergadura no podía construirse con materiales tan humildes. La metropolitana hispalense requería sillares firmes, capaces de sostener pilares colosales y bóvedas de vértigo. La solución vino de las canteras del Puerto de Santa María, en el Cerro de San Cristóbal. Desde allí, los bloques viajaban por el Guadalete y el Guadalquivir a bordo de barcazas hasta Sevilla, uniendo la bahía gaditana con la capital hispalense en la mayor empresa constructiva de su tiempo.
El Cerro de San Cristóbal
En el corazón del Puerto de Santa María, en el límite con el término municipal de Jerez y dominando la bahía gaditana, se alza el Cerro de San Cristóbal. Lo que hoy vemos como un promontorio cubierto de pinares fue durante siglos una cantera activa, de la que se extrajo la piedra que dio forma a algunos de los edificios más emblemáticos de Sevilla. Se trata de calcarenita bioclástica, una roca sedimentaria procedente de antiguos depósitos marinos, formada por la compactación de conchas, corales y restos orgánicos que el tiempo transformó en un material compacto y resistente. Una piedra parecida a la «roca ostionera» gaditana aunque de formación más antigua y por tanto más porosa y fácil de trabajar.
Esta piedra del Puerto presentaba unas cualidades excepcionales para la construcción. Es relativamente blanda en el momento de la extracción, lo que facilitaba el trabajo de los canteros, pero con el tiempo se endurecía en contacto con el aire, adquiriendo una gran resistencia y durabilidad. Su tonalidad clara y homogénea la hacía especialmente apreciada tanto para estructuras monumentales —pilares, arcos, muros— como para elementos ornamentales, desde capiteles hasta tracerías góticas o portadas labradas con minucioso detalle.
Conviene recordar que en la Edad Media el Puerto de Santa María no pertenecía a la provincia de Cádiz —que aún no existía—, sino al antiguo Reino de Sevilla, demarcación histórica de la Corona de Castilla. De esta forma, desde el Puerto de Santa María salió la piedra que permitió a la capital hispalense levantar la mayor catedral gótica del mundo.
El gran proyecto
En 1401, el Cabildo de Sevilla tomó una decisión que marcaría para siempre la fisonomía de la ciudad: derribar la antigua mezquita mayor y levantar en su solar una catedral nueva. La célebre frase atribuida a aquel acuerdo —«tan grande y tan hermosa que quienes la vieran acabada nos tengan por locos»— no aparece en ningún documento medieval, pero fue recogida por cronistas posteriores y resume bien la ambición de aquella Sevilla, que aspiraba a situarse a la altura de las grandes capitales de Europa.
Un proyecto de semejante magnitud necesitaba materiales extraordinarios. Las canteras cercanas eran insuficientes, tanto en calidad como en volumen. Había que mirar más allá del Aljarafe o de la Sierra Norte. Fue entonces cuando la atención se dirigió al Cerro de San Cristóbal, en el Puerto de Santa María, por entonces dentro del Reino de Sevilla. Allí abundaba la calcarenita, capaz de sostener los pilares y bóvedas más desmesurados del gótico.
Durante décadas, cuadrillas de canteros trabajaron sin descanso en la sierra portuense. Con herramientas sencillas —picos, cuñas de hierro, mazos de madera— arrancaban los bloques y los desbastaban en la propia cantera. Los sillares, perfectamente regulares, quedaban listos para su transporte a Sevilla.
El resultado está a la vista: las naves colosales, los pilares de más de treinta metros, las portadas como murallas de piedra tallada… Todo ello se sostiene sobre aquellos bloques extraídos en el Puerto. Sevilla no sería la misma sin esa cantera, que hizo posible el sueño monumental de su gran catedral, iniciada en torno a 1430.
El transporte fluvial
La piedra extraída en el Cerro de San Cristóbal tenía aún un largo camino por recorrer hasta Sevilla. Y ese trayecto fue en sí mismo una obra de ingeniería logística. Los sillares se llevaban en carros tirados por mulas por el viejo camino de Sidueña hasta el embarcadero fluvial de El Portal, en la ribera del Guadalete. El Portal es hoy una pedanía perteneciente al término de Jerez, aunque históricamente estuvo vinculado al Puerto de Santa María, y es allí donde el Cabildo hispalense mandó construir en 1499 un muelle de piedra con grúa para embarcar los bloques rumbo a Sevilla.
Desde El Portal, los cargamentos descendían en barquillas por el Guadalete hasta la bahía de Cádiz. En su desembocadura se trasbordaban a embarcaciones mayores capaces de afrontar el tramo marítimo hasta Sanlúcar de Barrameda, donde comenzaba el ascenso por el Guadalquivir. Superar la barra de Sanlúcar, con sus bancos de arena cambiantes, exigía maniobras delicadas y a menudo la ayuda de barcazas auxiliares para remolcar la carga.
El Guadalquivir era un río mareal, y la navegación dependía de los ciclos del Atlántico. Para remontarlo se buscaba siempre la pleamar, que empujaba las embarcaciones corriente arriba. Cuando la fuerza de la marea no era suficiente, se recurría al remo o a la sirga, tirando de los barcos desde la orilla mediante cuerdas sujetas a caballerías o cuadrillas de hombres. El transporte se hacía en gabarras, barcazas y lanchones de fondo plano, idóneos para cargar los enormes sillares.
El trayecto concluía en el Arenal de Sevilla, junto a la Torre del Oro. Allí se encontraba el llamado Muelle del Ingenio, dotado de una gran grúa de madera que permitía izar los bloques de piedra y depositarlos en tierra firme. Desde ese punto, las carretas completaban el recorrido hasta la obra catedralicia.
Sin este corredor fluvial —El Portal, la bahía, Sanlúcar y el Guadalquivir— habría sido imposible levantar la Catedral de Sevilla. Poco antes de convertirse en la arteria de la Flota de Indias, el río fue la vía que alimentó el mayor proyecto gótico de Europa.
Otros edificios sevillanos con piedra del Puerto
La Catedral fue la obra cumbre, pero no la única. La piedra del Cerro de San Cristóbal se convirtió en un recurso estratégico para Sevilla durante toda la Edad Moderna. Con ella se levantó el Archivo de Indias, diseñado en el Renacimiento no para guardar papeles del Nuevo Mundo, sino como Casa Lonja de Mercaderes, la cámara de comercio donde se decidían los negocios de la Flota de Indias. También el Ayuntamiento, joya plateresca del siglo XVI que simboliza el poder municipal, luce en su fachada la huella clara de la piedra gaditana.
La Iglesia del Salvador, erigida sobre la antigua mezquita mayor de Ibn Adabbás, incorporó sillares portuenses en su monumental fábrica barroca. Y no faltan ejemplos en conventos, palacios y portadas repartidos por toda la ciudad. La Sevilla más noble e ilustre es, en buena medida, un trasplante pétreo del Puerto de Santa María.
Incluso la Giralda comparte ese vínculo: el campanario renacentista añadido en el siglo XVI se construyó con piedra del mismo origen, coronando con materia gaditana la torre que Sevilla presenta al mundo como su emblema más universal.
La relación se prolongó hasta épocas posteriores: en el siglo XVIII la Fábrica de Tabacos volvió a recurrir a estas canteras, consolidando una conexión secular entre ambas orillas del Atlántico andaluz: la bahía de Cádiz y el valle del Guadalquivir.
Las canteras
La historia de la Catedral de Sevilla no se entiende sin las canteras de la Sierra de San Cristóbal, en El Puerto de Santa María. Aquellos colosales vaciados subterráneos —auténticas catedrales bajo tierra, con galerías de hasta veinte metros de altura— fueron el corazón que proporcionó piedra durante siglos hacia Sevilla.
El propio Alfonso XIII quedó impresionado cuando las visitó en 1930. «Estas son las cuevas más grandes y maravillosas que he visto», recogieron las crónicas locales. En una fotografía aún se le ve paseando entre arcos tallados por la mano del hombre, adornados para la ocasión con guirnaldas de hiedra. El monarca llegó incluso a proponer que aquellas treinta cuevas abandonadas se convirtieran en parador nacional. Pero un año después partió al exilio y el proyecto quedó en nada.
Hoy, en cambio, el panorama es muy distinto. Muchas de esas canteras han quedado cegadas, degradadas o convertidas en vertederos. Algunas se emplearon como polvorines militares; otras han sido ocupadas, expoliadas o dañadas por la falta de protección. La asociación Hispania Nostra las ha incluido en su Lista Roja del Patrimonio, advirtiendo del riesgo de pérdida irreversible.
Por todo ello, urge que las administraciones se impliquen de forma decidida en su conservación y puesta en valor. Las canteras de la Sierra de San Cristóbal no son solo un vestigio industrial: son parte esencial de la historia de Sevilla y de su Catedral, y dejarlas perder sería una irresponsabilidad histórica.
La Catedral y buena parte de los grandes edificios de Sevilla no se entienden sin la piedra del Puerto de Santa María. Aquellos sillares, extraídos en San Cristóbal y trasladados por mar y río hasta el Arenal, sostienen todavía la imagen monumental de la ciudad. Recordar su origen no es un detalle menor: es reconocer que la grandeza de Sevilla también se forjó en la bahía gaditana, en un diálogo de siglos entre dos orillas unidas por la piedra y la historia. Preservar esa memoria es tarea de todos: de las administraciones, que deben proteger este patrimonio, y de la ciudadanía, que ha de conocerlo y valorarlo como parte esencial de su identidad.
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