Una historia de sevilla
Nace Ispal: los fenicios llegan a nuestras costas
Así lo describía Estrabón en su Geografía y así lo confirma la arqueología: Sevilla nació como una isla o istmo elevado sobre las aguas en el interior del Lacus Ligustinus, como emporio fluvial sobre las aguas, donde las naves fenicias podían «arribar» en todo momento. Así nació Ispal
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Mucho antes de que Julio César trazara sus murallas o de que San Fernando entrara a caballo en la ciudad el 22 de diciembre de 1248, antes incluso de la llegada de los Escipiones desde Roma a estas tierras, Sevilla ya latía como ... punto estratégico en el mapa comercial del Mediterráneo. Su verdadero nacimiento histórico hay que buscarlo en un capítulo muy concreto de la historia antigua: la llegada de los fenicios a nuestras costas, allá por el siglo VIII a. C, los fundadores de Ispal, la Sevilla más remota.
La llegada de los navegantes del este
Procedentes de la actual costa del Líbano, donde tenían establecidas sus principales metrópolis: Tiro, Biblos o Sidón, los fenicios eran expertos navegantes y comerciantes que fundaron una red de enclaves comerciales por todo el Mediterráneo. Venían buscando metales —sobre todo plata, estaño y cobre— y encontraron en la fachada atlántica de la Península Ibérica un paraíso de recursos y oportunidades.
Fue así como, tras fundar Gadir (la actual Cádiz), fueron ascendiendo por una extinta bahía o lago marino por lo que hoy en día son los arrozales de Isla Mayor y el entorno de Doñana, hasta alcanzar un lugar elevado, cercano al paleoestuario, desde donde controlar el tráfico fluvial y conectar con el interior de la península. En ese entorno nacería Ispal.
Ispal, el origen oculto
Aunque los textos clásicos apenas la mencionan, y su topónimo sobrevive entre sombras, la arqueología apenas ha empezado a desvelar lo que durante siglos fue apenas intuición. En el subsuelo del Patio de Banderas del Alcázar, bajo la Sevilla monumental que hoy contemplamos, el profesor y arqueólogo Miguel Ángel Tabales halló niveles de ocupación datados en el siglo VIII a. C., con materiales claramente relacionados con el mundo fenicio y marítimo: cerámicas de importación, estructuras domésticas e incluso restos de múrex, las famosas cañaíllas.
La ciudad primitiva se habría asentado en una elevación junto al río, rodeada por zonas pantanosas y conectada con el mar por un brazo navegable del Guadalquivir. No era una ciudad como tal, sino un emporio: un punto de intercambio entre indígenas y comerciantes orientales, un nodo comercial que servía de bisagra entre culturas.
Para entender bien el paisaje que rodeaba esa primera Sevilla debemos imaginar un entorno muy distinto al actual. Durante el primer milenio antes de Cristo, el bajo Guadalquivir no desembocaba en Sanlúcar, sino mucho más al interior, en la zona de lo que hoy es Sevilla. Allí se formaba una gran ensenada atlántica conocida como el Lacus Ligustinus, un brazo de mar interior que bañaba Doñana y llegaba hasta Coria del Río. La sedimentación natural del río fue creando poco a poco meandros e islas entre marismas, hasta dejar en el centro un promontorio ligeramente elevado: Ispal. Como escribió Estrabón en su Geografía, «hasta Hispalis pueden llegar los barcos de gran calado». Una afirmación que confirma el carácter profundamente navegable del estuario y la importancia del enclave como destino comercial de primer orden.
«…como una pincelada más intensa en la acuarela de grises del paisaje invernal y palustre. Así se contempla el solar del Sevilla desde el Aljarafe cuando las aguas del río forman una sábana que alcanza La Pañoleta. Los barcos mercantes podían arribar a aquella mesa en todo tiempo. Sobre ella nació la Sevilla antigua, la que va de los Jardines de Murillo a Plaza del Salvador».
Estas palabras del libro «La ciudad antigua» del profesor Blanco Freijeiro resumen con tinte poético el carácter insular y estratégico de la primitiva Ispal, erigida sobre una plataforma natural que se alzaba entre marismas, navegable durante gran parte del año y visible desde la cornisa del Aljarafe.
San Isidoro de Sevilla nos cuenta en sus Etimologías que el nombre de Ispal vendría de un primitivo asentamiento palafítico, de «cabañas asentadas sobre palos» al estilo de Venecia, una imagen que encaja perfectamente con ese paisaje dinámico de islas, aguas someras y vida lacustre que conformaba el Lacus Ligustinus. Un entorno que se tornaba más árido y seco durante el verano, pero que en invierno quedaba anegado por completo, transformando el territorio en una vasta lámina de agua navegable.
A esa interpretación se suma otra hipótesis etimológica de raíz semítica, que vincula el nombre de Ispal con la expresión «isla de Baal», en referencia al dios fenicio Baal-Melkart, protector de navegantes y comerciantes, deidad oriental que se sincretizaría más tarde con la figura mítica del Hércules fundador de Cádiz y Sevilla. De ser así, la toponimia misma de Sevilla conservaría la huella del dios que cruzó el Estrecho y remontó el lago interior hasta fundar la ciudad en nombre del comercio y del mar.

La Sevilla que comerciaba antes de ser Sevilla
Hacia el siglo VIII a. C., los fenicios entran en contacto con comunidades indígenas establecidas ya en ese espacio, quizá en palafitos o pequeñas aldeas ribereñas, y lo convierten en una factoría comercial. Su objetivo: aprovechar las rutas del Guadalquivir, la cercanía de las minas de cobre y plata de Huelva y la posición estratégica de esta «isla» interior para el intercambio de bienes.
Desde este emporio fluvial -ubicado en la parte más alta del conjunto histórico de Sevilla, entre Mateos Gago y la Alfalfa- llegaban productos del Mediterráneo oriental: púrpura, vino, aceites, cerámicas finas... A cambio, los fenicios se llevaban metales, salazones y productos agrícolas. El río era la gran autopista. Desde Ispal se accedía tanto a las rutas marítimas como al corazón de Tartessos, cuyo esplendor se reflejaría pronto en intercambios culturales, simbólicos y materiales.
Antes de la llegada de los fenicios, ya existía una intensa ocupación humana en el entorno del Aljarafe, como demuestran diversos hallazgos arqueológicos en zonas como Valencina de la Concepción o Castilleja de Guzmán. En el caso concreto de Valencina, hablamos de una de las concentraciones más importantes de la Edad del Cobre en Europa occidental, con una élite indígena que controlaba recursos y rutas. Este asentamiento está siendo estudiado en este momento y todo apunta a que nos va a deparar muchas sorpresas.
Es posible que estas comunidades prehistóricas descendieran en época estival hacia el estuario interior para explotar recursos o establecer intercambios temporales. La isla que más tarde daría origen a Ispal pudo servir en esos primeros momentos como punto de paso o campamento estacional, antes de que existiera una ciudad establecida.
Incluso en pleno centro histórico de Sevilla, en el Callejón Galindo junto a la Cuesta del Rosario, se hallaron restos prehistóricos en los años sesenta, excavados por Juan de Mata Carriazo y Collantes de Terán. Eran materiales sin estructura urbana, evidencia de tránsito humano, que confirma la importancia del enclave antes de su configuración como emporio fenicio.
Antes de ser un emporio fenicio, aquel promontorio insular fue simplemente un lugar de paso, un observatorio natural sobre las aguas del antiguo lago. Luego llegaron las naves del este, los intercambios, el mestizaje, y poco a poco se consolidó un espacio estable de vida y comercio. La Sevilla que nacería siglos después ya empezaba a dibujarse entre marismas y corrientes fluviales.
Un origen bajo nuestros pies
Hoy cuesta imaginar esa Sevilla primitiva: una isla remota entre marismas y con salida al mar, con olor a aceite y a sal, con gentes que hablaban lenguas diferentes y hacían negocios sobre una tierra que sería llamada siglos después Hispalis, y aún después Sevilla.
La arqueología de la ciudad prácticamente hace imposible llegar a día de hoy a las cotas fenicias, que se encuentran muchos metros por debajo de las actuales calles Mármoles, Aire, Abades, Bamberg, Estrella… no hemos hallado grandes templos fenicios en la ciudad. Pero hay cerámicas, fragmentos, niveles de tierra que cuentan lo que no se ve: que Sevilla nació antes que Roma, cuando unos hombres que venían del este, expertos en navegar y negociar, vieron aquí un lugar donde echar el ancla.
Y así nació Ispal.
Los antiguos sevillanos también ofrecieron plegarias, incienso y sacrificios a los grandes dioses de donde venían esas gentes del Mediterráneo oriental. Entre ellos, Melkart, patrón de navegantes y comerciantes, y Astarté, señora de la fecundidad y los astros. Divinidades traídas desde Tiro que pronto echarían raíces en esta orilla del mundo.
Pero esa es otra historia que contaremos más adelante.
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