entrevista
El misionero sevillano que estuvo 45 años en Tanzania con los masáis: «Aprendí de ellos a vivir el presente y a aprovechar cada día con ilusión»
Pepe Aguilar, que se ha visto obligado a regresar a España a causa de una enfermedad, recuerda su experiencia allí y desmonta mitos sobre estos guerreros«
«Hoy veo más volunturismo, voluntarios turísticos que quieren arreglar el mundo en tres meses»
«Hoy los masáis ven porno y telenovelas venezolanas»
Sevilla
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Iniciar sesiónPepe Aguilar nació en la calle Amador de los Ríos y lo bautizaron en la capilla de los Negritos. Aunque ha estado 45 años en Tanzania y estudió en un instituto de Córdoba, donde pasó su juventud, aún recuerda los paisajes de su infancia sevillana. « ... Me siento de Sevilla, de Córdoba, pero sobre todo muy andaluz, a pesar de que haber estado tanto tiempo fuera de mi tierra», dice este misionero de la Congregación del Espíritu Santo al que una grave enfermedad obligó a regresar a España. «De no ser por eso y por la necesidad de hacerme revisiones, me habría quedado allí», confiesa.
-¿Con qué edad se fue a Tanzania?
-Tenía 30 años. Antes de eso, siendo muy joven, había trabajado en barrios pobres e incluso enseñado a leer y escribir a muchas personas. Eso me llevó al seminario y ya siendo sacerdote decidí que era el momento de dar un salto y hacer misiones fuera de España.
-¿Para evangelizar?
-No sólo para eso. Creo que el desarrollo integral de la persona es lo que salva, es decir, la mejora de la educación, la sanidad, etcétera. Todo eso es bueno para el alma de la persona y la hace crecer. Con esa ilusión accedí a una congregación misionera y mi primer destino fue Tanzania, una zona habitada por la tribu de los masáis, situada en el límite del parque nacional de Taranguire, cerca de la frontera con Kenia.
-¿Los masáis eran como los que aparecían en las películas de aventuras de los años 50 y 60 del pasado siglo?
-La verdad es que asustaban un poco. Los guerreros iban con sus lanzas, sus machetes, y parece que se iban a comer el mundo. Pero en realidad no eran nada violentos.
-¿Qué le dijeron sus padres cuando les dijo que se iba allí?
-Que estaba loco. Pero mi padre era muy aventurero y acabó admitiéndolo pensando que seria una cosa de un año o dos.
-¿Pensó que se quedaría casi toda su vida en África?
-Mi idea inicial era permanecer allí sólo cuatro o cinco años, pero al final me quedé para toda la vida. Pero aquello engancha. Es muy adictivo. Ver crecer una comunidad en todos los aspectos es como una droga y se van ocurriendo constantemente cosas que hacer para mejorar. Y siempre hubo proyectos pendientes que me impidieron irme, cuando no era una escuela, era un hospital Me decía a mí mismo que cuando acabe esto, me voy; pero luego surgía otra cosa. Cuando volvía de vacaciones a España, mi familia me veía tan contento y entregado que acabó por no preguntarme sobre mi vuelta. Mi padre incluso visitó la misión en Tanzania y se quedó encantado.
-¿Y no le dijeron a lo largo de estos últimos 45 años que en Sevilla o Córdoba también hay misiones que realizar?
-Me lo dijeron muchas veces. No sólo mi familia sino amigos y personas conocidas. Es verdad que hay muchas cosas que hacer aquí pero es que a donde yo fui no había nadie. En España sí hay compañeros que hacen esa labor, en esa zona de África no había nadie que la hiciera. Cada uno debe comprometerse en la medida de sus posibilidades.
-¿Eligió esa zona de Tanzania por algún motivo especial?
-No la elegí yo sino la congregación. Ese área es anglófona y yo no sabía inglés sino francés, y tampoco sabía el suajili, el idioma oficial de allí, ni el de la tribu de los masáis. Todo fue un poco azaroso porque el compañero que iba a ir allí sufrió un infarto y entonces me llamaron a mí.
-¿Cómo fue el aterrizaje allí?
-Muy duro. Tuve que acostumbrarme a los leones y animales salvajes que merodeaban por allí, aunque era difícil acostumbrarse a eso, y también tuve que ponerme a aprender suajili. Al cabo de unos años empecé con el idioma masai y, más tarde, como tercer idioma, con el inglés para poder comunicarme con los compañeros.
-¿Cómo era África cuando usted llegó, en 1975, y cómo es ahora, cuando la ha dejado?
-África ha evolucionado mucho en estos casi 50 años. Cuando yo llegué, había un régimen socialista en Tanzania que nacionalizó todas las escuelas y hospitales del país. Tanzania carecía absolutamente de todo, había muchísima pobreza y estaba muy generalizada.
-¿En qué condiciones vivían?
-Nosotros vivíamos en unas chabolas hechas con chapa. No teníamos agua y acudíamos a un pozo a buscarla en la estepa masai. Ese pozo había sido perforado por los alemanes antes de la I Guerra Mundial y, cuando se averiaba la máquina, era un drama. Literalmente nos quedábamos sin agua. A unos cuatro kilómetros de allí, encontramos otro pozo antiguo, obstruido y abandonado, que logramos rehabilitar con la ayuda de Manos Unidas. Quizá en ese momento se dieron cuenta los masáis de que esos cuatro misioneros estábamos allí por ellos. Luego abrimos un dispensario. Teníamos que buscar comida y medicinas y la frontera con Kenia estaba cerrada. Nos enfrentamos a situaciones que nadie entendía. Al poco tiempo de llegar allí, se declaró una epidemia de sarampión y murieron montones de niños. Yo sabía que en España nadie moría de sarampión y en Tanzania morían familias enteras en pocos días. El choque fue brutal.
-Imagino que con los años se iría adaptando...
-Sí. Adaptando y aprendiendo a conseguir recursos para afrontar estas cosas. Y al final, se normaliza todo y lo vives con otra alegría, pero el principio fue muy duro. Luego pudimos construir viviendas más normales.
-¿Le costó mucho adaptarse a la comida de allí?
-Hace pocos días regresó a España un compañero misionero que está en Tanzania y me decía que lo que más le gustaba de estar aquí era poder cambiar de comida todos los días. Allí la comida era siempre la misma: maíz, arroz y alubias. Cuando venía de vacaciones a España, comía mucho indudablemente.
-¿Qué es lo más importante que ha aprendido de los masáis?
-A vivir el presente y a aprovechar el día con ganas e ilusión. Y que incluso cuando te peleas con alguien, no hay que esperar a mañana para arreglarlo y reconciliarte con esa persona. Yo creo que esa es la lección más importante de mi vida. Nadie tiene seguridad de lo que va a pasar mañana ni de si vamos a tener un mañana. Hay otra tribu con la que también estuve, en otra zona del país, los hadzabe, que son bosquimanos, que llevan esto del día a día aún más a rajatabla. Ellos tenían por norma irse cada día al bosque a buscar comida porque no se permitían acumular comida. Si tienes la suerte de cazar un animal muy grande, debes dar la voz de alarma para que todos los de la tribu se lo coman todo e ir a cazar de nuevo al día siguiente.
-¿Y no trataron de convencerles de que sería bueno para ellos guardar comida para el día siguiente por si no lograban cazar algo?
-Sí. Y al principio discutíamos con ellos por eso pero al final entiendes que ellos son así, que viven al día. Y que también es bonito compartir la comida con todos. Esa generosidad es una de sus características. Lo compartían todo.
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