Tribuna abierta
Cuando un puñado de sevillanos y cordobeses compraron Gibraltar
A mediados de agosto de 1474, unos 4.500 sevillanos y cordobeses emprendieron viaje a su particular `Tierra prometida' de la que dicen que llegaron a pagar al duque de Medina Sidonia hasta cinco millones de maradevíes
Manuel Ramos Gil
En aquel verano de 1474 se mascaba la tensión en la ciudad de Sevilla, especialmente en las calles que habían pertenecido tradicionalmente al barrio de la Judería; es decir, Santa Cruz y zonas limítrofes, cuyos residentes en aquel momento eran mayoritariamente «marranos». De este modo ... apodó la población a aquellas personas descendientes de judíos, convertidos al cristianismo sobre todo desde que se produjo el «progrom» de 1391, momento en el que fue asolada, incendiada y quemada la antigua Judería de Sevilla, al igual que las de otras ciudades de España.
Como «cristianos nuevos», aquellos conversos estaban en el punto de mira de los cristianos viejos, pues muchos de los primeros eran detentadores de oficios públicos, colaboradores en la recaudación de impuestos, prestamistas y, en muchos casos, atesoraban grandes fortunas. A todo ello se unía la circunstancia de que muchas conversiones habían sido fingidas, con el único propósito de salvar sus haciendas y sus vidas.
Aunque en un primer momento los «criptojudíos», como también se les conocía, disimularon su conversión, cumpliendo con todos los ritos del catolicismo, después, sabiéndose valedores del apoyo de una parte importante de la nobleza, como la del duque de Medina Sidonia, y hasta del propio monarca Enrique IV, poco a poco fueron relajándose y volvieron a mostrar en público y sin tapujos el apego a sus antiguas costumbres. Hasta algunos se atrevían a visitar las antiguas sinagogas que había en Sevilla, en ocasiones, ocultas en el interior de los hogares.
Nada de aquello pasaba desapercibido en la población sevillana, deseosa de que saltara una chispa, de tener un pretexto para dar rienda suelta al odio reprimido durante años y generaciones. La mecha había prendido en Córdoba unos meses antes. Allí, supuestamente, desde el balcón de la casa de un converso se arrojó agua sucia al paso de una imagen de la Virgen María que procesionaba con la hermandad de la Caridad.
Ante tales hechos, alentado por una parte de la nobleza contraria a los conversos, el pueblo cordobés estalló y se desencadenó una oleada de violencia contra ellos, quemando y robando sus casas y dando muerte a un gran número de personas.
Los supervivientes fueron a refugiarse en un primer momento a los Alcázares Reales, cuyo alcaide era el señor de Aguilar, hermano del Gran Capitán. Pese a ser éste supuestamente protector de estas familias, poco o nada hizo más por ellas, siendo desterradas de la ciudad a los pocos días. Primero se encaminaron a Palma del Río, donde permanecieron un tiempo, y de allí marcharon a Sevilla.
Pero el propósito de los conversos cordobeses no era asentarse en la capital hispalense, sino que su cabecilla, Pedro de Herrera, pretendía convencer a las principales familias conversas sevillanas para unirse a su causa: comprar Gibraltar a su propietario, el duque de Medina Sidonia. El objetivo era el de disponer de una plaza en la que todos los conversos de España pudiesen vivir en paz y sin temor.
En un primer momento, aquella empresa no fue bien acogida por los principales sevillanos, entre los que destacaban, Juan Fernández Albolafio, que tenía el arrendamiento de las rentas reales; Diego de Susán, del que se decía que sus riquezas «excedían de diez cuentos»; Ayllón Perote, arrendador de las Salinas o Pedro Fernández Cansino, que sería caballero veinticuatro de la ciudad y jurado de la collación del Salvador.
Sin embargo, en aquella tarde de verano de 1474, los sevillanos cambiaron de actitud y decidieron por mayoría apoyar a los cordobeses. El cambio tuvo lugar cuando un grupo de personas armadas irrumpieron en el barrio de los Boticarios para vengar el agravio sufrido por un cristiano viejo, al parecer, herido de espada por un converso. A medida que pasaban los minutos, al olor del botín aparecían más y más cristianos viejos, ávidos de las riquezas de los conversos. Pero éstos últimos estaban prevenidos, sobre todo desde el momento en el que algunos cordobeses, unos días antes, habían decidido volver a Palma de Río y en el camino fueron robados y apaleados.
Desde entonces, los conversos sevillanos habían preparado refugios e, incluso, habían organizado una guardia con varias docenas de hombres armados, aprestos para intervenir en cualquier momento, tal y como aconteció aquel día.
Pero por aquella vez, los conversos tuvieron mucha suerte, pues el brote de violencia llegó a oídos del duque de Medina Sidonia quien, más por temor a que se frustrase su gran negocio que por humanidad, acudió con sus tropas uniformadas a contener la rebelión. Hasta detuvieron a algunos cabecillas de los cristianos viejos y ahorcaron a dos de ellos.
Pese a la defensa del duque, los conversos sevillanos fueron conscientes de que la chispa ya había saltado en Sevilla. No les quedaba más remedio que desprenderse y malvender a toda prisa sus enseres y abandonar sus hogares para siempre. Algunos decidieron marchar a Niebla, jurisdicción del mismo duque de Medina Sidonia, otros a Portugal o Flandes. Pero los más, a Gibraltar.
Las negociaciones, muy tensas, se llevaron a cabo en las Casas del duque de Medina Sidonia, palacio que se levantaba en lo que hoy es el edificio del Cortes Inglés, sito en la plaza del mismo nombre. Los cordobeses nunca podrían haber pagado por si solos la disparata cifra que el duque había puesto al Peñón desde un principio, y menos en ese crucial momento en el que, sabedor del miedo que también ahora padecían los conversos sevillanos, la había elevado considerablemente. Aunque no existe seguridad, algunos dicen que se llegaron a pagar hasta cinco millones de maravedíes.
Sea como fuere, a mediados de agosto de 1474, unos 4.500 sevillanos y cordobeses emprendieron viaje a su particular `Tierra prometida´, unos por mar y otros por tierra, con no pocos incidentes durante la travesía, pues fueron robados por salteadores y piratas y hasta secuestradas algunas de sus esposas.
Pero aquella `Tierra prometida´ no resultó ser tan paradisiaca como habían soñado. La vida resultó demasiado dura en el Peñón; el continuo ataque de los berberiscos, el altísimo coste de los materiales de construcción, de los mismos víveres básicos que necesitaban y por último, las disputas que surgieron a la hora de hacer el reparto de los cargos civiles y militares de la ciudad, motivó que los sevillanos retornasen a los pocos meses a sus antiguas moradas, dejando allí solo a los cordobeses.
Por desgracia, ni los que se quedaron ni los que retornaron vieron cumplidos sus sueños de una vida en paz. Dos años más tarde de haberse otorgado la compra, el duque tomó por sorpresa Gibraltar, despojando a los cordobeses de todos sus derechos y propiedades.
Por su parte, los conversos sevillanos que regresaron se toparán de bruces con una realidad muy cruda y diferente a la que hasta entonces habían conocido: la implantación del Santo Oficio de la Inquisición.
Sin duda, muchos de los retornados serían testigos el 6 de febrero de 1479 en los campos de Tablada de cómo ardían vivos en la hoguera cinco de los conversos más ricos de la ciudad: Susán, Sauli, Torralbo, Benedeva y Albolafio, acusados de conspirar contra la Corona. Del resto, ricos y pobres, comenzaría a ocuparse la Inquisición en los meses y años sucesivos de una manera brutal. Pero ésa es ya otra historia…
Notario de Sevilla
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