De la misa la media
El jubileo de las cinco basílicas
Iglesia en Sevilla
Cerca de 140 personas se citaron en San Lorenzo a la una de la tarde con una temperatura exterior cercana a los cuarenta grados a la sombra para la misa con que lucrar las indulgencias del jubileo
Los peregrinos de la parroquia de San Juan Pablo II en la basílica del Gran Poder
Misa en el Gran Poder
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Templo: Basílica del Gran Poder
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Fecha: 31 de mayo
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Hora: 13.15 h.
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Asistencia: casi lleno, alrededor de 140 personas
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Presidencia: Adrián Ríos Bailón
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Ornato: Claveles rojos
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Música: órgano y vocalista
Hay veces que este cronista elige las misas sobre las que ejercer de metomentodo quisquilloso y hay ocasiones en que las misas lo eligen a uno, sin posibilidad de zafarse, impelido a poner por escrito lo vivido. En todos los casos, por la unción con ... que se vivió, porque otros oficios muy objetables hemos preferido obviarlos sin que quedara constancia escrita concediéndoles dispensa.
La misa del último día de mayo, festividad de la Visitación de la Virgen María, en la basílica del Gran Poder, en el centro de la peregrinación de los feligreses de San Juan Pablo II, en Montequinto, a las cinco basílicas de la capital, templos jubilares del año santo de la Esperanza, está en el primero de los casos.
Cerca de 140 personas se citaron en San Lorenzo a la una de la tarde con una temperatura exterior cercana a los cuarenta grados a la sombra para la misa con que lucrar las indulgencias del jubileo después de haber pasado por la Capilla Real de la Catedral, la basílica de la Esperanza de Triana y la del Cachorro para retomar la peregrinación después del almuerzo en la Macarena y la Trinidad.
Un recorrido por las cinco basílicas menores asimilable al peregrinaje de las siete iglesias de Roma que ideó San Felipe Neri. Santo pueblo de Dios en camino, piedad popular sin artificios ni sofisticaciones.
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El propio párroco aludió al estupor que, a primera vista, podría despertar la peregrinación con casi cuarenta grados a la sombra: «O es de locos o es de haber descubierto una alegría distinta, un gozo distinto que nos regala el Resucitado». Más bien, lo segundo. Porque la unción con que se desarrolló la eucaristía, el entusiasmo con que la asamblea cantó durante la celebración y el fervor biunívoco entre el presbiterio y el pueblo fueron más que notables.
Con decir que fue la eucaristía con más ardor (a pesar del gélido aire acondicionado) en las rúbricas y los cantos en la basílica del Señor de cuantas ha presenciado este cronista, está dicho todo porque, por devoción que no por obligación, acumula un buen puñado de misas de todo tipo a los pies del Gran Poder. Había algo que flotaba allí, inefable como los gemidos del Espíritu, que electrizaba el ambiente. El lector disculpará que no sea más explícito porque es imposible.
Una embajada de la parroquia nazarena se había trasladado en bloque al mejor rincón de Sevilla capital con el párroco a la cabeza y más de 130 peregrinos que llevaban andando desde las nueve de la mañana en que rezaron laudes en la Catedral. El organista y la voz femenina eran los habituales; el acólito era el seminarista habitual; los lectores eran de la parroquia también. Todo se había previsto para 'apoderarse' de la basílica con una devoción que entraba por los ojos y se palpaba a flor de piel. No me dejarán por mentiroso los que allí estuvieron. ¡Y es tan hermoso cuando tal sucede!
Como había pasado el mediodía, se eligió la misa de víspera de la Ascensión, que le valió al oficiante para hacer un símil con el 'sprint' final de las pruebas de atletismo: «Lo que celebramos hoy es que Cristo metió la cabeza en el cielo para que luego entrara el cuerpo, que somos todos nosotros como cuerpo místico de la Iglesia. Hoy es la solemnidad del cielo».
A fe que lo fue. Durante la celebración eucarística se hizo realidad esa afirmación en clave mistagógica de que el cielo y la tierra se juntan sobre el altar del sacrificio incruento. Así sucedió. Sin exagerar. En una homilía de siete minutos y sin recurrir al malhadado gel hidroalcohólico, que hubiera sido un artículo de lujo entre aquella bulla de peregrinos sudorosos y fatigados por el calor.
La música iba y venía del órgano al pueblo santo de Dios y este la elevaba por toda la cúpula que idearon Balbontín Orta y Delgado Roig. Casi como regalo de cumpleaños (sesenta años redondos desde aquel 28 de mayo de 1965) por su consagración, un bonito presente que los peregrinos de las cinco basílicas depositaron de manera inmaterial a los pies del Señor del Gran Poder: «Este mundo tan falto de esperanza, tiene en Cristo un camino del que todos nosotros somos testigos».
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