entrevista
El joven científico andaluz que investiga el Alzheimer y ha sido trompetista con Raphael: «Que mi abuela lo tenga es un incentivo para mí»
Premiado por su investigación sobre las microglías cerebrales por el Instituto de Salud Carlos III, la abuela de Nicolás Capelo padece esta enfermedad neurodegenerativa: «No hay que crear falsas esperanzas, pero hay que sacar lo mejor de nosotros por esos pacientes»
Nicolás Capelo: «España es un embudo a nivel científico, de cada cien investigadores sólo entra uno en el sistema»
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Iniciar sesiónNicolás Capelo tiene menos de treinta años, pero ya ha ganado varios premios por su labor investigadora en el Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBIS), entre ellos uno del del Instituto de Salud Carlos III de Madrid (ISCIII), uno de los más prestigiosos de España. ... A esa labor científica reconocida, a la que llegó tras acabar sus estudios de Farmacia, suma este investigador onubense su pasión por la música, heredada de su padre, Nicolás Capelo Díaz, que se ganó la vida como comercial de un tanatorio a la vez que cantaba en conciertos y recitales obteniendo un gran reconocimiento a nivel provincial. Capelo lleva el arte en sus genes y es un consumado trompetista que ha actuado en conciertos de Raphael o La Oreja de Van Gogh, entre otros artistas. En los ratos libres que le deja su laboratorio (quiere ayudar a frenar el Alzheimer que padece su abuela) prepara ahora un musical.
-Háblenos del trabajo científico que ha premiado el ISC III y que puede suponer una nueva vía en la investigación contra el Alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas.
-La investigación procede del laboratorio de Alberto Pascual y somos los principales autores Juan José Pérez Moreno y Bella Mora. Los dos ganamos el premio Ateneo Joven de Investigación este pasado mes de enero. Nuestra investigación supone un cambio de paradigma en cuanto a lo que se entiende por enfermedades neuropsiquiátricas o del neurodesarrollo. El foco antiguamente estaba puesto en torno a la neurona y nosotros desviamos ese foco para centrarnos en la microglía, que son los barrenderos del sistema nervioso central. Y a colación de todo esto, describimos que pequeños problemas dentro de la microglía pueden afectar de una manera masiva a todo el cerebro y pueden causar este tipo de enfermedades que concretamente no dejan de ser enfermedades raras ligadas a la mitocondria, como el síndrome de Leigh. A nosotros nos gustaría que en un futuro esta visión básica de la investigación pasase a un punto traslacional para que podamos llevarle una hipotética terapia a esos pacientes.
-¿Esto qué significaría?
-Nuestra investigación es para pensar a lo grande, pero desde luego no deja de ser un modelo hecho en un animal. A un ratón le hemos inducido un daño, por llamarlo de alguna manera, y hemos visto una serie de cambios sustanciales que nos invitan a pensar que, efectivamente, esa microglía, ese barrendero, tiene un papel fundamental en el cerebro y que, por tanto, podemos utilizarlo como una futura diana para tratar enfermedades tan complejas como el síndrome de Leigh.
-En estos últimos días ha presentado una ponencia en un congreso internacional de neurociencia sobre el Alzheimer.
-No podemos avanzar mucho porque el trabajo está aún está sin publicar. Pero en este caso estamos poniendo el foco también en la microglía, porque estos barrenderos son los que producen factores neuroinflamatorios dañinos para el cerebro, especialmente en los enfermos de Alzheimer. Lo que nosotros proponemos es que esta microglía puede tener un papel fundamental también en el desarrollo de la patología, tanto beta, que es una de las proteínas que se acumula en el Alzheimer como tal. A posteriori, la acumulación de esta proteína produce unan neurodegeneración, una destrucción de las neuronas que son las que nos permiten movernos, pensar, etcétera, etcétera. Y por tanto, si esa microglía tuviera ese papel fundamental modular su actividad durante la patología sería imprescindible para el devenir de estos enfermos. Por eso estamos intentando poner el foco en terapias experimentales que puedan ser eficaces en un futuro.
-El Alzheimer es una de las enfermedades más investigadas ahora mismo en el mundo porque afecta a muchísimas personas. ¿Cómo definiría el trabajo que hace en este laboratorio del IBIS?
-La verdad es que el trabajo de este laboratorio, tanto el de Alberto Pascual como el del doctor Javier Vitorica, está especialmente relacionado con la enfermedad de Alzheimer. Y no solamente estudiamos posibles terapias, sino que estamos intentando todavía comprender cómo es esta enfermedad, porque es muy, muy compleja. El Alzheimer tiene un carácter multifactorial o multietiológico, no solamente con base genética, sino también fenotípica, es decir, en lo que hacemos en nuestro día a día, cómo comemos, el deporte que hacemos. Todo eso va a afectar en el devenir de los síntomas a posteriori y por tanto hay que tenerlos en consideración a la hora de generar un modelo que lo que intenta es reproducir lo que estamos viendo en los pacientes, en la vida real.
-¿Siempre quiso ser investigador?
-Mi formación es de farmacéutico y óptico. Siempre quise ser médico o biomédico. Al final me he acabado dedicando a la investigación, que es lo que va íntimamente relacionado con la biomedicina, tal y como se entiende a día de hoy. Pero por un pequeño problemita, en algunos exámenes de selectividad, pues al final terminé sin poder entrar en la carrera que quería. Pero cuando llegué a la presentación, encontré en una esquinita una salida profesional de Farmacia, algo que muy poca gente conoce. Se puede investigar siendo farmacéutico y además puedes apostar muchísimo por todas esas personas y al colectivo en general. Y básicamente empecé la carrera y ya dije que no iba a dejarla.
-¿Hay farmacéuticos en su familia?
-No. Ninguno. Mi padre estudió electrónica y era comercial de un tanatorio, mi madre es contable en una pequeña empresa, con lo cual cero estudios universitarios en mi familia.
-Hábleme de su padre.
-Nicolás Capelo, aparte de eso, era un cantautor y compositor muy conocido, especialmente en el ámbito provincial, en Huelva y en Moguer, pero también hizo sus pinitos a nivel nacional. Llegó a publicar cinco discos. Tenía 50 años, era muy aventurero y murió haciendo submarinismo hace tres años.
¿Qué consejos le daba?
-Mi padre siempre me dijo que volase, que fuese feliz, que él veía proyección intelectual en mí y que, aunque me gustase el mundo artístico y la música, que aguantase el tirón, que luchara contra viento y marea porque la ciencia era para mí y yo tenía que aportar ese pequeño granito de arena a la sociedad, que es lo que siempre he querido realmente.
-¿Y su madre?
-Ella era más práctica y conservadora en el sentido de que preservara mi salud mental y física. Y que aprendiera a decir que no
-Cuénteme sus pinitos en el mundo de la música.
-He tocado la trompeta desde pequeñito. Desde los 9 años estuve en el Liceo de la Música de Moguer. Y durante ese periodo pues tuve la suerte de actuar con artistas a nivel nacional como Raphael, con la banda de tributo a Queen más grande a nivel internacional, con Paloma San Basilio y con La Oreja de Van Gogh. Hicimos conciertos impresionantes. Empezamos con la serie de musicales y ahí fue donde me enamoré del teatro musical para luego acabar cantando y actuando igual que mi padre en producciones como 'Miss Saigon'. Hicimos la traslación de de ese musical aquí a España por primera vez en la vida, a nivel amateur, por supuesto. Y luego me ficharon en la compañía sevillana de la zarzuela a nivel profesional y estuve allí durante cinco sesiones, que fue prácticamente una temporada, hasta que llegó el COVID.
¿ A qué edad empezó a tocar la trompeta?
-Con 9 años y a cantar como tal, con 19 ó 20 años aproximadamente.
-Supongo que no debe de ser fácil compatibilizarlo con su carrera como investigador.
-No, de hecho me acortó efectivamente esa faceta artística y con el devenir de la tesis doctoral me está costando más, pero he entrado hace como dos años aproximadamente en un grupo amateur. Estamos a punto de estrenar una nueva obra aquí en Sevilla que se llama el grupo De Arte Arte, Teatro Musical. Y es una obra que hemos traído desde el West End londinense, la hemos traducido íntegramente, estamos construyendo nosotros mismos la escenografía, absolutamente todo. Y ahí participo como como uno de los protagonistas de la obra, el doctor Whitaker, que es el ginecólogo de la protagonista y cuenta una lucha de superación, de maltrato muy actualizada a los tiempos que corren.
-¿Cómo saca tiempo para tantas cosas?
-Pues quitándote horas de sueño y sobre todo con una doctrina absoluta de esfuerzo, de superación y de constancia, porque si no, es inviable. Al final dos carreras en una a la vez, más gestión deportiva que hacía para el Estado con una beca que tenía de la universidad, más la zarzuela, más el teatro musical, más los bolos con la trompeta que todavía seguía tocando en aquel momento. Yo en sexto de carrera creía que me iba explotar la cabeza y a día de hoy estoy un poco en el mismo punto, pero a mí esto me realiza, me llena por dentro y yo me voy a la cama contento si sé que acaba con todas las tareas del día.
-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Raphael?
-Raphael nos dijo en Moguer la primera vez que actuamos que aquello parecía una feria. Ese concierto o el siguiente de La Oreja de Van Gogh lo hice con 39 de fiebre, pero era tan tan cabezón que que me tiré a la piscina incluso estando malísimo porque no quería dejar de disfrutar de esa experiencia. Y continuar ese famoso legado de mi padre, como se le suele decir en este tipo de circunstancias tan, tan trágicas. Y por supuesto, recordándolo a él con con alegría, intentando traer sus valores.
-¿Cuáles son las virtudes y valores que debe tener un buen científico? Una de ellas será la paciencia...
-Precisamente el otro día lo hablaba con una compañera de que esa es una de mis mayores carencias y por eso ahora estoy en base a trabajar eso y la capacidad de frustración. La ciencia no es sencilla. La ciencia tiene asociado siempre errores, multitud de errores en todos los sentidos, pero también tienes que tener una alta capacidad analítica, inteligencia, perseverancia, paciencia y al final no desesperarte en ninguno de los sentidos. Esta profesión es puramente vocacional, y si yo perdiera la visión del paciente, para mí esto perdería muchísimo. Creo que un científico tiene que dejar de pensar solamente en producir por producir, e intentar focalizarse en cómo su investigación puede beneficiar verdaderamente a la sociedad. En Alemania tienen la suerte de poder empezar una investigación a nivel básico, incluso con muestras postmortem de pacientes, en nuestro caso de Alzheimer, y a posteriori que ese estudio, si lo ven interesante, lo rescate una startup. Y de ahí evoluciona una gran empresa y luego lo coge la Bayer o AstraZeneca y de ahí surje de verdad un medicamento que pueda ayudar a la sociedad.
-¿Su sueño es poder curar el Alzheimer?
-Hombre, curarlo parece todavía muy lejano, pero sí, por lo menos frenarlo. A mí me encantaría. Y ese es el objetivo real con el que yo entré a la ciencia. Mi abuela, desgraciadamente, padece Alzheimer desde hace muchísimo tiempo y va cada vez de mal en peor. Entonces, ver eso en tu familia es un incentivo para de verdad sacar lo mejor de ti cada día por intentar sanar esos pacientes. Por supuesto, no hay que sonar grandilocuente ni ponerte con falsas esperanzas a los familiares, ni a los enfermos, ni de enfermedades raras, ni de Alzheimer, ni de ninguna otra patología. Nosotros hacemos lo que podemos, que normalmente es aportar un pequeñísimo grano de arena. Y si con eso avanzamos un poco, yo de verdad que me siento realizado ya de por vida.
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