Una historia de Sevilla
Ilipa, la batalla que nos hizo romanos y explica quiénes somos
La batalla de Ilipa en el año 206 a. C. no fue solo un episodio más de la Segunda Guerra Púnica: supuso el fin definitivo del dominio cartaginés en la Península Ibérica y el inicio de la romanización del sur
A partir de este momento, Roma se afianzó en el valle del Guadalquivir, fundaría Itálica y comenzó un proceso de transformación que daría lugar a la construcción de una identidad
Recreación de la batalla de Ilipa en el entorno de la actual Sevilla en el 206 a. C., que enfrentó a romanos y cartagineses
A partir de la batalla de Ilipa, Roma se afianzó en el valle del Guadalquivir, fundaría Itálica y comenzó un proceso de transformación que daría lugar a nuevas ciudades, a la expansión de la lengua latina y a la construcción de una identidad que acabaría ... moldeando el futuro de Sevilla y de toda Hispania. La batalla que nos explica quiénes somos.
La llegada de los romanos a la Península Ibérica en el contexto de la Segunda Guerra Púnica provocada por el ataque cartaginés a Sagunto, ciudad aliada de Roma, desencadenó una serie de acontecimientos que culminarían en la batalla de Ilipa, quizá la más decisiva de la historia antigua de España. Este enfrentamiento no solo supuso el fin definitivo del dominio cartaginés, sino que abrió la puerta al inicio de la romanización de la península, con hitos fundamentales como la fundación de Itálica, la primera ciudad romana fuera de Italia. A partir de Ilipa, el sur comenzó a transformarse de manera irreversible, sembrándose las bases de lo que a partir de este momento sería Hispania y la futura Sevilla romana.
El avance romano hacia el Guadalquivir: de Ampurias a Ilipa
La conquista romana de la Península Ibérica comenzó en el año 218 a. C., cuando las legiones romanas desembarcaron en Emporion (Ampurias), en la actual Cataluña, con el objetivo de frenar el avance de Aníbal hacia Italia. A partir de este primer punto de apoyo en el noreste, Roma inició un avance progresivo hacia el sur, aprovechando tanto el apoyo de las tribus íberas locales como la superioridad naval que mantenía a lo largo de la costa mediterránea.
Muchas comunidades íberas, cansadas de los tributos y las levas impuestas por los cartagineses, vieron en Roma un aliado inesperado. Este fenómeno facilitó la rápida toma de enclaves costeros y el control de rutas interiores clave. El avance romano por el Levante fue prácticamente relámpago: mientras el grueso del ejército marchaba por tierra, parte de la maquinaria logística y del apoyo avanzaba en paralelo por mar, asegurando el abastecimiento y permitiendo movimientos rápidos y coordinados.
El gran golpe llegó en el 209 a. C., cuando Publio Cornelio Escipión conquistó la capital cartaginesa peninsular: Qart Hadasht, a la que bautizaron como Cartago Nova (actual Cartagena). Esta operación no solo dejó a Cartago sin su centro de mando y arsenal naval en la península, sino que también le privó de importantes recursos económicos y de sus conexiones con el norte de África.
Tras este éxito, la victoria en Baecula (Santo Tomé, Jaén) en el 208 a. C. consolidó la presencia romana en el alto Guadalquivir e impidió el envío de refuerzos a Aníbal en la península itálica. Con las tribus aliadas asegurando la retaguardia y el control costero garantizado, los romanos pudieron concentrar sus esfuerzos en la Bética.
A partir de entonces, el ejército romano avanzó hacia el valle del Betis (Guadalquivir), una región clave por sus minas de plata, su riqueza agrícola y su valor estratégico. Era el último gran bastión cartaginés en el sur peninsular y su control era esencial para consolidar el dominio romano en Hispania.
Todo este recorrido preparó el terreno para la gran batalla de Ilipa en el 206 a. C., el enfrentamiento definitivo que sellaría el destino de la península y marcaría el inicio de la romanización efectiva de estas tierras.
Principales rutas e hitos de la II Guerra Púnica en Hispania y en Italia
La Batalla de Ilipa (206 a. C.), el epílogo cartaginés en Hispania
En el año 206 a. C. se libró la batalla de Ilipa, uno de los episodios más decisivos de la Segunda Guerra Púnica y clave para el futuro de Hispania. La conocemos principalmente gracias a los relatos de Polibio (Historias XI, 20-21) y Tito Livio (Ab urbe condita XXVIII), quienes describen con detalle el enfrentamiento y la estrategia de Escipión.
Según ambos autores, Publio Cornelio Escipión, con unos 45.000 hombres, se enfrentó a las fuerzas cartaginesas de Asdrúbal Giscón y Magón Barca, que reunían más de 50.000 soldados y numerosa caballería númida. Escipión, conocedor del terreno y de los hábitos enemigos, realizó una maniobra táctica decisiva: durante varios días previos formó con sus aliados íberos en los flancos y las legiones romanas en el centro, pero el día clave invirtió la disposición. Colocó las legiones en los extremos y a los íberos en el centro, de modo que los cartagineses repitieron su despliegue habitual sin prever el cambio. Además, Escipión ordenó formar al alba, obligando al enemigo a salir rápidamente del campamento, sin tiempo para organizarse ni alimentarse, lo que debilitó su resistencia física y moral.
Esquema de la disposición táctica de romanos y cartagineses en la batalla de Ilipa (206 a. C.).
Respecto a la ubicación exacta, tradicionalmente se ha identificado Ilipa con Alcalá del Río (Ilipa Magna), aunque algunos autores proponen Carmona por su importancia estratégica y el control de los accesos al valle del Guadalquivir, ciudad donde además estaban refugiadas las tropas cartaginesas según las crónicas. Sin embargo, uno de los lugares que ha ganado fuerza es la gran llanura cercana al Vado de las Estacas, donde el río Guadalquivir describe una curva pronunciada y donde hoy se encuentra la presa de Alcalá del Río. En esta zona se han hallado puntas de flecha y restos de armamento de época, lo que refuerza la hipótesis de que pudiera ser el lugar real del enfrentamiento.
Movimientos previos de Escipión y Asdrúbal antes del choque en Ilipa. Artículo: Cartago a las puertas: Turdetania en los albores de la Segunda Guerra Púnica
Tras la derrota, los generales cartagineses se replegaron hacia Gadir (Cádiz), la última gran base púnica en la península. Allí, Asdrúbal Giscón y Magón Barca buscaron refugio y reorganización, aunque finalmente fueron obligados a abandonar la ciudad y embarcarse hacia las Baleares y el norte de África. Este exilio gaditano marcó el fin definitivo de la presencia cartaginesa en el sur y simbolizó la pérdida total de su influencia en Hispania.
La consecuencia inmediata de la victoria en Ilipa fue el control absoluto romano sobre la Bética. Con la huida de los generales y la caída de Cádiz, Cartago perdió para siempre la capacidad de actuar en la península y se cerró definitivamente la etapa púnica en Iberia.
La batalla de Ilipa no fue solo una victoria militar: representó un punto de inflexión. Supuso la afirmación definitiva del genio militar de Escipión el Africano, quien demostró en Hispania su capacidad para aplicar estrategias de desgaste psicológico y maniobras de engaño, preludio de lo que años después repetiría en Zama frente a Aníbal. Fue, en definitiva, el inicio efectivo del dominio romano en el sur peninsular y la semilla de la futura romanización que transformaría para siempre estas tierras, condicionando su historia y, en gran medida, nuestra identidad actual.
MÁS INFORMACIÓN
Rutas de retirada cartaginesa hacia Gadir tras Ilipa. Artículo: Cartago a las puertas: Turdetania en los albores de la Segunda Guerra Púnica
La fundación de Itálica por Publio Cornelio Escipión
Tras la victoria en Ilipa, Escipión el Africano decidió asentar a sus soldados veteranos y heridos en un lugar cercano, al que llamó Itálica, en honor a Italia, como recoge Apiano (Historia romana, Iberiké 38). Esta fundación no fue solo un gesto logístico: representaba la voluntad de Roma de consolidar su presencia en el valle del Guadalquivir y ofrecer un hogar estable a los soldados que habían asegurado la victoria.
El nombre de Itálica tenía un valor simbólico muy potente. Igual que siglos después España fundó el virreinato de Nueva España, los ingleses establecieron Nueva Inglaterra (New England) en el noreste de EE. UU., o los franceses llamaron Nueva Francia (Nouvelle-France) a sus territorios en Norteamérica, Escipión fundaba en Hispania un núcleo que evocaba directamente su tierra de origen, la península Itálica.
Plano de Itálica: la vetus urbs original bajo Santiponce y la nova urbs monumental posterior. Imagen: Spanisharts
Las fuentes no detallan con exactitud si se trató de una fundación completamente nueva (ex novo) o si aprovechó un asentamiento turdetano preexistente. La hipótesis más aceptada indica que Escipión reorganizó y transformó un núcleo indígena ya existente, convirtiéndolo en el primer vicus civium Romanorum de Hispania.
Es importante precisar que la primitiva Itálica, conocida como la vetus urbs, no se corresponde con el actual conjunto arqueológico monumental que visitamos hoy. Aquella primera Itálica se encuentra bajo el actual pueblo de Santiponce, donde se asentaron los primeros veteranos y donde empezó a desarrollarse la vida romana inicial. El gran conjunto monumental visible en la actualidad corresponde a una fase posterior, principalmente de época adriánea, cuando la ciudad se expandió y se embelleció con grandes edificios públicos y domus señoriales.
Recreación virtual de la Itálica imperial con el anfiteatro y la ciudad expandida en primer plano y al fondo entre muralla la vetus urbe original. Imagen: Ingeniería Romana (La 2)
Itálica se convirtió así en la primera ciudad fundada por Roma fuera de la península itálica y en el punto de partida de la romanización organizada en el valle del Guadalquivir. Fue el germen de una nueva identidad que, con el tiempo, acabaría definiendo el carácter del sur peninsular y sirviendo de cuna a figuras clave como los emperadores Trajano y Adriano.
La romanización de Sevilla
Tras la conquista y la fundación de Itálica, la región inició un largo y progresivo proceso de romanización. La antigua Ispal, núcleo indígena turdetano situado en el entorno de la actual Sevilla, empezó a integrarse en la esfera de influencia romana. La llegada de colonos, comerciantes (negotiatores) y recaudadores de impuestos (publicani), junto con el uso progresivo del latín, impulsó un profundo cambio cultural y administrativo.
El haber encontrado niveles arqueológicos de tierra quemada en la ciudad en los momentos en el que aconteció la segunda guerra púnica sugiere que Ispal pudo haber sido destruida parcialmente, posiblemente por haberse alineado con la causa romana. La introducción del modelo urbano romano, la organización de la vida pública y la adopción del derecho latino aceleraron la transformación de la ciudad más adelante.
De este modo, Ispal pasó de ser un pequeño núcleo turdetano a convertirse en el embrión de Hispalis, adoptando poco a poco las costumbres, estructuras y formas de vida romanas. Con el tiempo, esta nueva identidad se consolidaría y dejaría una huella que aún hoy es perceptible en la Sevilla actual.
La antigua Ispal quedó completamente integrada en el mundo romano bajo el nombre de Hispalis, que creció como centro regional a orillas del Baetis (Guadalquivir). A mediados del siglo I a. C., Julio César llegaría a la ciudad para consolidar su importancia y dejar una huella política y monumental que marcaría el siguiente gran capítulo de su historia.
Pero esa es otra historia que contaremos más adelante.
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