Diego Martínez Barrio, el primer presidente sevillano

En su tierra, la noticia fue recibida sin aspavientos. El recuadro 'Sevilla al día' lo retrataba así: «El domingo amaneció doblemente festivo enseñándonos en alto –en lo más alto– al paisano D. Martínez Barrio, hecho nada menos que presidente del Consejo de Ministros. Pero los sevillanos, antes tan impulsivotes, no dieron rienda suelta a su regocijo. Prefirieron esperar la obra que realice el ilustre coterráneo, para entonces, si hay lugar, felicitarse por su erección a la jefatura del Gobierno».

Y proseguía el articulista que firmaba bajo el pseudónimo de Simplicísimo: «En los pueblos fue otra cosa: aquellas gentes sencillas celebraron alegremente el suceso, originando con su júbilo los incidentes –pequeños, eso sí– de que ayer habló el gobernador. Se comprende: está la provincia tan castigada por el socialismo, que se vuelve loca con la idea de su posible desaparición».

Martínez Barrio había sido concejal del Ayuntamiento y ministro de Guerra y de Gobernación en sucesivos gabinetes de la Segunda República siempre a la sombra de su mentor, Alejandro Lerroux, pero a principios de octubre, el jefe del Estado, Niceto Alcalá-Zamora, le encargó la constitución de un nuevo Ejecutivo que habría de firmar el decreto de disolución de las Cortes constituyentes. En efecto, esa fue su primera medida: la convocatoria de elecciones para el 19 de noviembre en las que volvió a imponerse el Partido Radical en el que militaba.

Pero la llegada del político sevillano a lo más alto del Ejecutivo no fue ninguna alegría para él, de creer el improvisado discurso con el que contestó al de su jefe de filas, Lerroux. Decía la crónica de ABC: «El sr. Martínez Barrio (sic) le contestó diciendo que era para él el día más triste y amargo de su vida. Sólo le compensaba de ello el triple deber que le obligó a hacerse cargo de la presidencia: servir a España, a la República y al partido radical».

El perfil publicado por ABC al día siguiente de su estreno era laudatorio: «Es ponderado, sereno y sagaz. Es también, bajo la amable cortesanía de su trato y la sonrisa franca de su gesto, decidido y enérgico, con el mejor empleo de estas cualidades en la previsión. [...] El exterior de su temperamento, franca y gozosamente andaluz, oculta un fondo sajón suficientemente frío para no arrastrarse por el impresionismo ni el arrebato, bastante dinámico, sin embargo, para mantener viva y despierta su diligencia».

Martínez Barrio volvió a ocupar el cargo entre el 18 y el 19 de julio de 1936 al frente de un gobierno de concentración para intentar frenar el pronunciamiento militar que desembocó en guerra civil. En 1939 se exilió a Francia cruzando a pie la frontera y pasó a México, donde lo nombraron presidente interino de la Segunda República en el exilio. En 1946 volvió a Francia, donde murió en 1962.

Sus restos mortales volvieron a Sevilla en el año 2000 cumpliendo así lo dispuesto en su testamento. Fue velado en el Ayuntamiento y enterrado con honores a los sones del himno de Riego en un panteón construido 'ad hoc'.