de la misa la media
El diablo está en los detalles
Iglesia hispalense
En la liturgia hay que cuidar todo aquello que puede arruinar la indispensable unción con la que los fieles tienen que celebrar el memorial de la muerte y resurrección de Cristo
Sevilla
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Iniciar sesiónMisa en la iglesia de San Antonio Abad de Sevilla (Hermandad del Silencio)
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Fecha: 8 de enero
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Hora: 20.00
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Asistencia: 17 personas
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Preside: José Luis García Benítez
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Exorno: gladiolos y flores blancas a los pies de la Virgen de la Concepción
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Música: grabada en la comunión
Un teléfono que suena estridente justo en el momento de alzar, otro que se cae estruendoso en el momento de la paz, un trasiego de personas que entran y salen del templo durante la misa y antes de ella, con el Santísimo expuesto en el ... manifestador durante la hora santa que precede a la eucaristía vespertina, cruzándose como si tal cosa…
Si es verdad, como dicen los anglosajones, que el diablo está en los detalles, en la liturgia ('opus dei', esto es, obra de Dios, según San Benito) hay que cuidar todo aquello que puede arruinar la indispensable unción con la que los fieles tienen que celebrar el memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Unos detalles favorecen este clima de recogimiento como los 'pitos del Silencio' durante la comunión o el silencio en recuerdo de los ausentes en la oración de los fieles, pero otros distraen o rechinan o directamente no se entienden.
Por ejemplo, que el ambón desde el que se leen las lecturas se sustituya a la hora del Evangelio por el atril en el lado de la epístola (izquierda de una iglesia mirando desde los pies) con una inaudita procesión del leccionario por delante del altar, cambiado de sitio por la lectora. Tiene que haber una explicación más allá de la que podemos dar por evidente para este movimiento que descuadra dónde está la Palabra y dónde tiene lugar el primer banquete al que somos convidados en una misa.
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La edad del celebrante puede servir como disculpa para oficiar con estola y sin casulla, prescindir del paño humeral (el que se echa por los hombros) para dar la bendición con el Santísimo sin mediar palabra, sólo con el tintineo de las campanitas, o repartir la comunión de la reserva en el sagrario sin haber consagrado durante la eucaristía más que la hostia del oficiante. Detalles mínimos, si se quiere, pero que en una hermandad que cuida tanto sus cultos y el principal externo como es la cofradía deja un poso de decepción.
Es cierto que a las hermandades cada año les cuesta más encontrar sacerdotes disponibles para oficiar la misa de diario, sin homilía. Tienen que recurrir a presbíteros jubilados y, aun así, es difícil encontrar sustitutos si hay bajas por enfermedad (con estos fríos invernales, de lo más común) o por cualquier otra contingencia. Quizá ha llegado el momento de plantearse seriamente qué se está en condiciones de atender y qué no. O renunciar a la eucaristía diaria para ensayar otras fórmulas litúrgicas que no precisen ineludiblemente de la presencia de un ministro ordenado.
Lo más visible de las hermandades es la cofradía puesta en la calle con la compostura que las define. Pero luego hay otra cara oculta, en el trajín diario del tiempo ordinario, que se manifiesta en los cultos cotidianos. ¿Debe existir tanta desproporción entre el cuidado de unos detalles y otros para el sacramento que es fuente y culmen de la vida cristiana? El Enemigo siempre está al acecho, sin descanso. Refocilándose en los detalles, para ser más precisos.
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