Iglesia en Sevilla
Comunidad Onuva: los 'anawin' de La Puebla del Río
La comunidad de la Fraternidad de la Madre de Dios ha cumplido cincuenta años en una apartada finca de La Puebla del Río
Casi medio centenar de hermanos atiende a unas cuarenta personas con grandes discapacidades sin ningún tipo de recursos económicos
El arzobispo Saiz Meneses presidió la semana pasada la celebración del aniversario de la comunidad
Sevilla
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Iniciar sesiónOnuva es una corrupción fonética de 'anav', la palabra hebrea cuyo plural, 'anawin', designa hasta 23 veces en la Biblia a los pobres de Yahvé, los favoritos de Dios. Eran, por decirlo con lenguaje actual de Francisco, los descartados, los que no tenían ... otra cosa que su fe para confiar en Dios. Exactamente como la cuarentena de asilados que viven en la comunidad Onuva, una recóndita finca en La Puebla del Río, donde se estableció hace medio siglo la Fraternidad de la Madre de Dios.
La semana pasada, el arzobispo de Sevilla, monseñor Saiz Meneses, ofició una eucaristía de acción de gracias y bendijo las nuevas instalaciones del Hogar Madre de las Gracias en que los cuarenta integrantes de la comunidad podrán atender a otras veinte personas además de las que ya reciben atención.
El carisma de esta comunidad fraternal de la que forman parte sacerdotes, religiosos de ambos sexos y laicos, está definido por el servicio a los pobres y la contemplación. Eso fue lo que llevó a los fundadores de la comunidad del Anav (la dificultad para pronunciar esta palabra acabó por deformarla hasta la actual Onuva) a establecerse el 15 de septiembre de 1974 en una remota finca de La Puebla del Río apartados del mundo para llevar una vida sencilla atendiendo a los más pobres.
Allí, la presencia de la Virgen es fuerte. Y su intercesión, poderosa. «Es un patrimonio de todos los cristianos, madre de Jesús y maestra de discípulos que nos enseña el seguimiento del Señor, y lo poquito que nos muestra el Evangelio de ella nos permite descubrir su psicología materna cuidando de los novios en Caná o de su prima anciana, sin romperse al pie de la cruz o con los discípulos en Jerusalén, todo eso constituye la experiencia mariana de Onuva», explica Jesús José Cabrera, uno de los fundadores de la comunidad.
Empezaron atendiendo a niños en exclusión, pero pronto derivaron al cuidado de personas sin hogar, la mayoría con discapacidades físicas o mentales, muchos de ellos de residencia permanente porque no tienen dónde ir ni quién los atienda. Son los últimos de los últimos y el hogar de Onuva, el único techo bajo el que cobijarse.
Al grupo inicial integrado por un sacerdote, una religiosa y una familia «en búsqueda de Dios» se unieron pronto más personas por lo que el cardenal Bueno Monreal apremió a los fundadores a regirse por una regla de vida que se mantiene en vigor. En la actualidad, la comunidad la forman unas cuarenta personas a las que hay que sumar un centenar de colaboradores y benefactores que sostienen el cuidado de los internos.
Muchos son personas sin hogar que encuentran en Onuva el calor del hogar del que carecen. Aproximadamente la mitad de las cuarenta personas que socorren no cuentan con recurso alguno porque muchos entran carentes de cualquier documentación que los acredite.
Jesús José Cabrera refiere el caso de una persona a la que hubo que otorgar apellidos después de un reconocimiento forense y los trámites judiciales oportunos, tal como se hacía en los hospicios con los expósitos, para que dispusiera, al menos, de identificación personal.
Sin ayudas de la Administración pública
En estos cincuenta años se han mantenido gracias a la Providencia, expresada en las aportaciones en metálico o en especie de los bienhechores de Onuva. No ha entrado ni un céntimo de la Administración Pública, salvo las pensiones no contributivas de quienes tienen derecho a ellas, lo que les ha permitido total libertad a la hora de admitir a los acogidos, prescindiendo de los requisitos y la burocracia aparejadas. La estrecha relación con los servicios sociales y la atención sanitaria en el propio pueblo avalan que los allí acogidos «puedan vivir con la mayor dignidad como hijos de Dios que son».
No son pocas las hermandades, parroquias, movimientos e instituciones de la Iglesia que han prestado su ayuda en este tiempo a la comunidad Onuva para que cumpla su labor de cuidado permanente en los casos más difíciles o de inserción social en quienes pueden vivir con autonomía de su trabajo. El historial de la fraternidad está repleto de casos en los que la ayuda inicial se convirtió en trampolín para una vida nueva después de enseñarles a valerse por sí mismos: «Esos jóvenes con sus carreras son como un reto cumplido», señala Jesús José Cabrera.
El perfil de los asilados también ha cambiado en este medio siglo, como lo ha hecho la sociedad. En la actualidad, «intentamos ayudar con la inculturación de las personas migrantes que nos vienen, algunas llegadas en patera y que desconocen el idioma, las costumbres, los hábitos alimentarios, prácticamente todo lo necesario para vivir en nuestra sociedad. Es un reto de toda la sociedad», explica Cabrera.
Nuevas instalaciones
Las nuevas instalaciones cuentan para ello con una gran sala de rehabilitación física para curar las lesiones del cuerpo; dos aulas, una de ellas con conexión a internet para traducir a su idioma; y una vivienda para aprender a desenvolverse en la práctica en actividades tan básicas como ordenar el armario, cocinar o guardar la comida en el frigorífico.
La comunidad está implantada también en Huelva, llegó a estarlo en Portugal, y mantiene centros en Guatemala (una escuela y un consultorio de salud mental) y en El Salvador (una escuela para 500 niños y una guardería para 100 párvulos). Precisamente, la huella de San Óscar Romero, el arzobispo mártir de San Salvador, está muy presente en las instalaciones.
Uno de los sacerdotes de los primeros tiempos había estado de misionero en aquel país centroamericano y trabó relación personal con monseñor Romero, al que Cabrera ve como «encarnación de la alegría del Evangelio de la que habla el Papa» además de una voz profética de denuncia contra la injusticia que le llevó al martirio. La misma justicia social por la que luchan a diario, sin levantar la voz, desde Onuva.
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