La leyenda del tiempo
Las cestas de las Saturnales
Regalos navideños con más de dos mil años de historia
Sevilla
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Iniciar sesiónEsos barrocos monumentos al paladar conocidos como cestas de Navidad, que combinan el celofán festero con un impresionante catálogo de productos para alegrar el colesterol, no nacieron en el siglo XX. Tienen más de dos mil años de historia y, como muchas de nuestras ... costumbres fosilizadas en el tiempo, fijan su origen en la eterna Roma.
Llegado el tiempo de las Saturnales, fiestas dedicadas a Saturno, dios del tiempo, la agricultura y las cosas sobrenaturales, Roma y las provincias más distantes del imperio, se entregaban a un juego ritual cuyo eje era la inversión de los roles sociales. Así, el esclavo ejercía de hombre libre, los hombres se vestían de mujeres y los amos se disfrazaban de sirvientes. Las fiestas saturnales exigían sacrificios en el templo de Saturno, se organizaban banquetes callejeros y las casas eran decoradas con abundante vegetación. De alguna forma se asistía a la muerte y resurrección del tiempo, marcado por el solsticio de invierno, en el último mes del año. Se encendían luminarias y velas para ayudar al sol a salir invicto de su batalla con la oscuridad de las postrimerías. Y los amigos y familiares se intercambiaban regalos: calcetines, pantuflas de lanas, gorros… Entre tanta algarabía, los patronos romanos, para cultivar el aura del prestigio social, entregaban a su clientela una sportula (cesta) bien condimentada: huevos, quesos, higos, laurel, miel… La ceremonia se celebraba por la mañana, como era habitual para otras dádivas y regalos, con grandes colas clientelares en las puertas de las fastuosas domus de los señores, en una ceremonia denominada 'salutatio matutina'. Ese saludo mañanero (hoy lo llamaríamos 'dar el cabezazo' ante el jefe de la jerarquía política, orgánica o empresarial) prestigiaba al patrón y estrechaba los vínculos de pertenencia (laborales, sociales o camorristas) de los clientes con el capo. La cesta de Navidad, pues, se remonta en su existencia a estas fiestas romanas de finales de año, que con el tiempo se cristianizaron para convertirse en ayuda de la iglesia a los pobres, para reaparecer, muchos siglos después, con un eco similar al originario pagano.
A mitad del siglo pasado, allá por los años cincuenta, las viejas sportulae, reaparecen en su mes originario, diciembre, para celebrarlo bajo las consignas de la abundancia y la generosidad. Ya no hay patrón ni clientela, al menos como se conocía en el mundo antiguo. Aunque los 'cabezazos' se siguen reproduciendo para dejar claro que quien manda, manda y balas al cañón. Los nuevos patronos, desde los presupuestos de la política municipal, regalan bonos para canjear por alimentos que alegren las fiestas de los ciudadanos que viven bajo el mandato de la crisis. Y el tiempo vuelve a reencontrarse tantos siglos después: no hay colas en la casa del patrón para una 'salutatio matutina' pero hay una paguita para los clientes del municipio que tiene todo el derecho del mundo a exclamar ¡vamos al turrón…! Por aquellos años cincuenta, era frecuente en el mundo empresarial hacer regalos de Navidad a los empleados, donde Estepa y sus mantecados siempre estuvieron presentes, sin que faltara Jabugo y sus derivados más celebrados, que de alguna forma marcaba la línea jerárquica empresarial del afortunado que los recibía. Las cestas de Navidad fueron, en aquellos años en los que el país empezaba a salir de la dura austeridad de la posguerra, verdaderos cuernos de la abundancia, un colorista objeto del deseo que llegó hasta el cine en las películas de Cifesa ambientadas en el tiempo navideño.
Seguimos adornando las casas con abundante vegetación, ya sea real o plastificada, las calles se convierten en banquetes públicos, con los bares abiertos de par en par para celebrar el tiempo nuevo y los colegas, como en la antigua Roma, se intercambian regalos en las reuniones del amigo invisible, entre abrazos de costaleros y besos mojados de bebidas espirituosas. Hacemos lo mismo, pero de manera distinta. Cada tiempo tiene su signo. Y en la memoria colectiva de cierta generación local que ya tiene más pasado que futuro, pervive aún la imagen de aquellos chavalitos de los sesenta, con pantalones cortos y las piernas esmorecías por el frío, pegando la nariz ante la luna de un escaparate que contenía una enorme cesta de Navidad. Esas tiendas eran los templos de Saturno donde sus hijos lo devoraban en su forma más dulce: mazapanes, turrones, peladillas… espantando de su memoria la escasez de los tiempos. Luego, Saturno ya se encargará de hacer con sus hijos lo que Goya pintó en clave caníbal. En aquella Sevilla de casas de vecinos con olores a pucheros y lentejas, los niños con la nariz pegada al escaparate de sus sueños sabían que las cestas más gloriosas lucían en tiendas como las de Mantequerías Leonesas, casa Marciano, La Casa de las Galletas, La Flor de Toranzo…
Llevar las cestas a la casa de los bendecidos por su estatus no era asunto menor. Por ejemplo, en la Flor de Toranzo, Rogelio Trifón alquilaba un isocarro que, durante el año, servía a un propio para hacer portes de embutidos. Trifón, para que las cestas llegaran en perfecto estado de revista, colocaba a dos empleados con el babi gris sosteniéndolas en lo alto del carromato. Subirlas a un tercer piso sin ascensor, que era lo frecuente, daba tanto jierro como sacar a un palio, recuerda Rogelio Gómez, el hijo de Trifón. Nunca olvidará Emilio Vara, el alma mater de Casa Moreno, el sonido del crujir de las cestas que llevaba al Banco Central, como si fuera la canastilla del Calvario. Hoy las cestas se ven más en los bares de barrio y en algunas ventas camino de Sanlúcar donde se rifan hasta autocaravanas. Ecos más o menos deformados y exagerados que nacieron hace más de dos mil años en unas cestas romanas de mimbre llamadas sportula…
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