«Castración química», un tratamiento habitual contra varias enfermedades
JAVIER YANESMADRID. El término «castración química» se ha cargado de plomo en los titulares de los periódicos desde que, el pasado lunes, el presidente francés Nicolas Sarkozy abogara por la
El término «castración química» se ha cargado de plomo en los titulares de los periódicos desde que, el pasado lunes, el presidente francés Nicolas Sarkozy abogara por la aplicación de esta práctica a los delincuentes sexuales, en especial a los pederastas. Pero si la sola ... mención de la palabra «castración» produce un lógico revuelo social, «hay que saber de qué estamos hablando: es un procedimiento reversible, no provoca daños, y es beneficioso para quien lo requiere».
Son palabras de la doctora Anna María Puigvert, fundadora y co-directora del Instituto de Andrología y Medicina Sexual de Barcelona (Iandroms) y secretaria general de la Asociación Española de Andrología.
Para los especialistas en andrología y urología, lo que popularmente se conoce como castración química se despoja de toda connotación mutilante, para contemplarse como una simple terapia de uso habitual en ciertas patologías: «Los antiandrógenos se emplean de forma rutinaria para el tratamiento del cáncer de próstata», asegura el doctor Ander Astobieta, jefe del servicio de Urología del Hospital de Galdácano (Vizcaya) y coordinador del grupo de Andrología de la Asociación Española de Urología. «Al provocarse un descenso en el nivel de testosterona, tanto en los testículos como en la zona suprarrenal, los pacientes nos confirman que experimentan una reducción del apetito sexual y de las erecciones».
El tratamiento administrado por el doctor Astobieta, el habitual en estos enfermos, se compone de un análogo de LHRH (hormona liberadora de la hormona luteinizante) y de un antiandrógeno como el Androcur de la firma Schering, cuya composición química es ciproterona.
Peor el remedio
«El problema es que la libido no siempre está relacionada con la testosterona», previene Astobieta. En este sentido, el facultativo advierte de que no hay suficiente experiencia acumulada para afirmar que su administración a los condenados por delitos sexuales lograría los efectos deseados.
En la misma idea abunda Puigvert: «Es un gran error meter a todos los delincuentes sexuales en el mismo saco». La andróloga precisa que el primer aspecto fundamental para el debate, «y estos días no se ha hablado suficientemente de ello», es la necesidad de realizar una profunda evaluación individualizada de cada sujeto. «El origen de un comportamiento sexual alterado puede ser hormonal, social e incluso genético. Este último caso se ha documentado en prisiones norteamericanas, donde se ha demostrado la tendencia a la agresividad de los varones que poseen un doble cromosoma Y, los llamados superhombres».
La doctora juzga esencial que en todos los casos se comience intentando una terapia psicológica, y en función de los resultados obtenidos, decidir la conveniencia o no de tomar otras medidas. «Si el trastorno es de origen genético o social, la castración química no serviría para nada», afirma. Y prosigue: «En estos casos, es posible que la frustración provocada por el tratamiento y la falta de erecciones pudiera incluso inducir una mayor agresividad».
Drogas de doble filo
En caso de optar por la vía química, «lo que en todo caso nunca debe realizarse sin supervisión psicológica», Puigvert plantea dos posibilidades: los fármacos de administración oral, de corto alcance -aproximadamente un mes-, y los inyectables, que actúan durante cuatro meses.
El medicamento más empleado para la castración química es la progesterona sintética (medroxiprogesterona) que la compañía Pfizer comercializa bajo la marca Depo-Provera. En su uso normal como anticonceptivo, las mujeres deben recibir una inyección cada tres meses, lo que suprime la ovulación y reduce o anula la menstruación. Menos común es el tamoxifen de Astra Zeneca, un modulador selectivo de receptores de estrógenos que se emplea contra el cáncer de mama.
El pasado mes de mayo, el Instituto francés de Salud (Inserm) anunció la puesta en marcha de un ensayo para determinar la eficacia, en 48 condenados por delitos sexuales, de otros dos comupuestos antiandrogénicos: ciproterona -la misma que se administra contra el cáncer de próstata- y leuprorelina.
El debate surgido en los últimos días ha cuestionado también la reversibilidad del tratamiento, por la posible persistencia de efectos secundarios. «Cada paciente tiene un tiempo de «wash-out» diferente, pero los efectos desaparecen con el tiempo», sentencia Puigvert. Astobieta señala los riesgos de osteoporosis y ginecomastia -aumento de las glándulas mamarias-.
La andróloga catalana resume: «Porque conozco lo que es, no me molesta que se sugiera su uso. Cierto que el término suena agresivo, pero se llama castración porque lo es».
ABC
Existen diversos fármacos para la «castración química», con efectos que desaparecen después de entre dos y cuatro meses de su aplicación
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