La salud sí tiene precio

¿Podrá resistir nuestro sistema sanitario el embate de la crisis económica sin ver mermada la calidad asistencial en el tratamiento del cáncer?

Pilar Quijada

Más de 1.500.000 de personas han superado una enfermedad oncológica en nuestro país. Y las previsiones auguran un incremento del 50% en 2020 (Eurostat 2010). Estas esperanzadoras cifras se asientan sobre los programas de cribado, la detección precoz y los tratamientos ... innovadores cada vez más eficaces, que están permitiendo a un número creciente de personas superar un diagnóstico de cáncer. Aunque el 66% de los supervivientes ronda los 65 años de edad, la tendencia actual muestra un creciente aumento en poblaciones de mediana edad y jóvenes, según datos publicados por la Universidad del Paciente. ¿Está preparado nuestro sistema de salud para atender adecuadamente a estos «largos supervivientes oncológicos», con características muy heterogéneas y que precisan una atención continuada? ¿Podrá seguir haciendo frente a las innovaciones farmacológicas cada vez más caras que hacen posible el aumento de supervivencia? ¿Se descolgará nuestro país de la investigación que sustenta todos estos importantes progresos y tendrá que pagar después gruesas facturas por quedarse al margen? En definitiva, ¿es sostenible el tratamiento del cáncer tal como lo entendemos hoy en la actual situación de crisis? Unas dudas que fueron objeto de debate durante el IX Foro de ABC Salud sobre «Oncología, innovación y sostenibilidad», que contó con el patrocinio del laboratorio Lilly, y al que asistieron especialistas de distintos ámbitos y donde también estuvo representada la Asociación Española contra el Cáncer.

En esta ocasión el foro estuvo presidido por el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Fernández-Lasquetty, quien señaló que gracias al descenso en la tasa de mortalidad, «el cáncer ha pasado a ser en muchos casos una enfermedad crónica con la que el paciente tiene que convivir, y por tanto da lugar a un tratamiento que perdura a lo largo de los años, lo que a su vez tiene repercusiones en organización, costes y recursos sanitarios». No obstante, Fernández-Lasquetty señaló que «estamos en el peor momento para España desde el punto de vista económico de las últimas siete décadas. Y ahora la principal tarea es aprovechar muy bien los recursos que tenemos. No es momento de pensar en inversiones de gran cuantía».

Sin embargo, el consejero de Salud madrileño resaltó que los esfuerzos realizados en años previos tienen ahora una traducción directa en la reducción de la mortalidad: «En la Comunidad de Madrid hemos hecho un esfuerzo importante en los últimos años, que viene bien en tiempos de crisis, aumentando y mejorando la dotación y número de hospitales, con mayor número también de profesionales y una inversión importante, de casi 23 millones de euros, en equipos de radioterapia, medicina nuclear y gammacámaras. Este esfuerzo, unido al talento de los oncólogos madrileños de los distintos servicios hospitalarios, se ha traducido en un descenso de la mortalidad del 14% en la última década».

No hay que bajar la guardia ante una patología que, a pesar de los avances logrados desde la década de los 90, sigue siendo la primera causa de mortalidad en varones y la segunda en mujeres, según datos del Instituto Carlos III. Y más teniendo en cuenta que los datos de mortalidad no reflejan adecuadamente la incidencia de los tumores con alta supervivencia, como advierte la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), que estima que en el año 2015 se diagnosticarán 220.000 casos nuevos en España.

Más y mejor asistencia

Para Félix Lobo, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Carlos III, «está claro por las encuestas que los ciudadanos quieren más y mejor asistencia sanitaria. Pero el momento es delicado y es indispensable que volvamos a la senda del crecimiento económico para que el sistema sanitario sea sostenible con la amplitud que los españoles quieren. Los largos supervivientes encajan sobre las nuevas ideas de la reorientación del sistema sanitario actual hacia la atención a enfermedades crónicas (en lugar de agudos, como ahora). Y es necesaria la evaluación de eficiencia de servicios, tecnologías y productos para ver si están bien empleados nuestros recursos en términos de salud».

Lucía Alonso, directora gerente del Hospital Universitario Quirón de Madrid, apuntó la necesidad de introducir la ecuación coste-beneficio para garantizar la sostenibilidad del sistema. «El médico ha de conocer el coste de los recursos que utiliza», sostenía. Sin embargo, para el jefe de Servicio de Oncología Médica del Hospital 12 de Octubre de Madrid, Hernán Cortés-Funes, aunque la evaluación es importante, prima la obligación por parte del oncólogo de ofrecer el mejor tratamiento. Y es que, afirmaba, «el paciente bien llevado ahorra mucho gasto sanitario».

El jefe del Servicio de Oncología Médica del hospital Santa Cruz y San Pau de Barcelona, Agustí Barnadas, también se mostró partidario de que el médico conozca el gasto que genera, pero cree que al final «el elemento clave es el juicio clínico y la oportunidad de dar a un paciente un tratamiento determinado si considera que puede beneficiarse de él». Y es que la oncología no es una ciencia exacta, apuntaban los expertos. Por eso no hay que olvidar, añadía Eduardo Díaz-Rubio, jefe de Oncología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, que «el 25% de los españoles mueren de cáncer, y cuando inicias un tratamiento no sabes si tu paciente es uno de ellos, incluso con la existencia de los biomarcadores». Por esta razón argüía, que la decisión de recortar gastos no puede recaer sobre el oncólogo, porque lo que la experiencia clínica muestra es que «hay pacientes que se benefician de los tratamientos, otros que no y otros que tienen efectos secundarios».

Además, en la fría ecuación coste-beneficios , podría no tener cabida el factor humano, como apuntaba Alejo Cassinello, director médico de Lilly Oncología: «El cáncer tiene unas peculiaridades que hacen que tres meses de supervivencia pueden ser contemplados con otros ojos respeto a otras patologías». Surgió la duda de si ese factor humano podría estar llevando a un sobrediagnóstico y sobretatamiento, como apunta el informe presentado el pasado mes de septiembre en Estocolmo (Suecia) en el Congreso Multidisciplinario de Cáncer. Para Eduardo Díaz Rubio es difícil pronunciarse en este aspecto incluso para un especialista, pero, en su opinión, salvo casos muy aislados, «como la PSA para detección del cáncer de próstata, el cribado ha sido fundamental para conseguir una mayor curación y mejor calidad de vida», y puso como ejemplo la campaña contra el cáncer de mama, que evita mastectomías. Y el doctor Cortés-Funes añadía que «el despilfarro lo genera la mala oncología».

Invertir en prevención La prevención es una baza crucial para reducir la incidencia del cáncer y también los costes sanitarios que genera. Las modificaciones del estilo de vida prevención primaria evita que los tumores aparezcan, como recoge el « Código europeo contra el cáncer ». Buena parte de los procesos cancerosos, advierten desde la SEOM, se deben a factores exógenos (tabaco, obesidad, sedentarismo, exposición al sol) por lo que «se puede afirmar que el cáncer, en alguna medida, es evitable». Un aspecto en el que Pilar Perote, Vicepresidenta de la Asociación Española contra el Cáncer, hizo hincapié: «Lo primero es evitar que aparezca, lo que puede lograrse en un 30-40% de los casos. El ejemplo más patente es el cáncer de pulmón asociado al tabaquismo». Pilar Perote resaltó la eficacia de la Ley antitabaco y no entendía que a pesar del descenso de las cifras tras la entrada en vigor de la ley, ésta se siga cuestionando la en algunos sectores. «Si se incidiera más en la prevención y en educar a la gente en estos tres aspectos (tabaco, obesidad, sedentarismo) se contribuiría a la sostenibilidad del sistema», añadía.

Con la prevención secundaria, mediante programas de cribado o «screening», se persigue la detección precoz de tumore antes de que den síntomas. Así se facilita una intervención rápida para modificar la historia natural de la enfermedad y reducir la mortalidad. Un buen ejemplo son las campañas de detección precoz de cáncer mama. Y en este sentido, un objetivo pendiente, como apuntaba el consejero Fernández-Lasquetty, es la generalización del cribado de cáncer de colon, el segundo más frecuente tanto en hombres como en mujeres. En total supone entre el 10 y el 15 por ciento de todos los tumores diagnosticados. De desarrollo larvado, con síntomas vagos e inespecíficos, o sin ninguna manifestación, la detección en estadíos precoces permitiría reducir la mortalidad «hasta en un 90 por ciento», señalaba Pilar Perote. Aún hay un tercer tipo de prevención, dirigida a evitar recaídas, porque «si los pacientes no perseveran en hábitos de vida saludables tienen riesgo de volver a enfermar», apuntaba Agustí Barnadas.

Entonces, ¿cómo hacer frente a los recortes que con toda seguridad impondrá la situación económica actual sin sufrir mermas? Para Barnadas, «el gran reto sanitario es el manejo de los "largos supervivientes oncológicos", que tienen un conjunto de demandas que no deben recaer únicamente en los servicios de oncología. Hay otros dispositivos que pueden dar cobertura a estas demandas, ya sea desde Atención Primaria o mediante la educación de otros especialistas para que atiendan a los pacientes».

Para Alejo Cassinello, el sistema público de salud «ha dejado de lado el importante papel del médico de atención primaria en el cribaje de tumores, a pesar de que el estadiaje cambia el abordaje terapéutico, el pronóstico y los costes para el sistema sanitario». Una apreciación en la que se mostraba de acuerdo Fernández-Lasquetty, que cree indispensable complementar la atención oncológica especializada con los médicos de la primaria, «tanto para la primera sospecha como para el seguimiento posterior, una vez superada la patología». Y apuntaba que en el cáncer de colon, por ejemplo, es fundamental que los médicos de primaria se fíen del cribado para no duplicar pruebas. «Por eso es mejor involucrarles desde el principio y que lo sientan como propio». Un apoyo que los oncólogos presentes en el foro aceptaban de buen grado pues descongestionaría los servicios hospitalarios y redundaría en un mejor servicio.

Y es que el médico de atención primaria es el que recibe en primera instancia al paciente, y de su forma de actuar depende en parte el pronóstico y abordaje terapéutico del cáncer, como apuntaba el doctor Hernán Cortés-Funes. Por eso resaltó «la apuesta de Lilly en la formación médicos de Atención Primaria, «y en ese marco Oncosur asociación sin animo de lucro para el desarrollo de actividades docentes, de investigación y de divulgación relacionadas con la Oncología en varios hospitales que atienden a la población del Sur de la Comunidad de les ofrece todos los años un curso de formación gratuito».

Prioridades

Además de reorganizar lo existente, otro aspecto importante es establecer prioridades, como apuntaba Gerardo Cajaraville, presidente del Grupo Español para el Desarrollo de la Farmacia Oncológica y jefe del servicio de Farmacia Oncológica de San Sebastián: «Está claro que España vive momentos difíciles, pero hay que identificar lo que merece la pena, porque si no, corremos el riesgo de que medidas bruscas, por parte de comisiones de ámbito territorial puedan bloquearan nuevos tratamientos por falta de recursos, si antes no hemos hecho una priorización».

Nuevos tratamientos que se sustentan en la investigación, que no debería verse resentida, ya que da las pistas sobre las dianas a las que deben ir dirigidas los fármacos, apuntaba Barnadas: «Hemos hecho un avance notable en el conocimiento biológico de la enfermedad que ha permitido entender cómo evolucionan determinados tumores. Los marcadores permiten diagnosticar antes un tumor. En cáncer de mama hemos aprendido que en función del perfil genómico son adecuados unos tratamientos pero añadir otro es innecesario». En definitiva, como apuntaba Pilar Perote, «la investigación contribuye a personalizar los tratamientos para cada tumor, evita secuelas indeseables y contribuye a la sostenibilidad del sistema». Cada vez se admiten menos terapias oncológicas generales, apuntaba Alejo Cassinello, y las autoridades reguladoras exigen que se identifique un biomarcador que pueda demostrar la eficacia del nuevo fármaco antes de desarrollarlo. Y, «nos encontramos con que la mayoría de los hospitales no pueden aplicarlo porque no tienen biomarcador. Y si no damos ese servicio, los pacientes no se benefician del avance», apuntaba Díaz-Rubio.

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