«Curiosidades de Turquía que, siendo estudiante de Erasmus de España, me están chocando bastante». Marina Vadillo, madrileña y creadora de contenido, en su última publicación realiza una serie de comparaciones entre nuestro país y el país que se extiende desde Europa oriental hasta ... Asia occidental.
Desde el primer momento, confiesa que lo que más le ha llamado la atención son los animales callejeros, especialmente los felinos: «Hay mil gatos por todos lados, o sea, te los puedes encontrar en un restaurante, en una tienda, en absolutamente todos lados». A diferencia de lo que ocurre en muchas ciudades europeas, la estudiante nota que los habitantes locales cuidan de ellos con afecto: «La gente les da de comer, están bastante limpios, viven bastante bien por lo que vemos».
El segundo aspecto que menciona es el tráfico, que califica como una verdadera pesadilla. Explica que los conductores rara vez se detienen en los pasos de cebra y que los peatones deben lanzarse a cruzar para que los coches reduzcan la velocidad. Además, comenta que los pitidos son constantes, símbolo del ritmo frenético y caótico de la conducción en Estambul. Resume el ambiente con una expresión española que encaja perfectamente: «tonto el último».
Niños vendiendo flores y regateo en las discotecas
Otro tema que le impacta emocionalmente es la presencia de niños pequeños vendiendo flores en las calles a altas horas de la madrugada. La estudiante cuenta que estos niños, de apenas tres a cinco años, se acercan a los transeúntes para venderles algo o pedir dinero, lo que le genera una mezcla de pena y sorpresa. Es una realidad dura que contrasta con la parte más vibrante y cosmopolita de Estambul. «Ir andando por calles principales y que se te acerquen niños super pequeños, a lo mejor a las cuatro de la mañana... te abrazan, se te tiran encima y no te dejan en paz hasta que les das dinero».
Finalmente, relata con humor otra de las cosas que más le han sorprendido: la costumbre del regateo. Creía que solo se podía negociar el precio en los bazares o mercados callejeros, pero ha descubierto que incluso en discotecas o restaurantes es posible hacerlo. Su tono de sorpresa refleja el choque cultural entre su mentalidad europea, basada en precios fijos, y la flexibilidad típica del comercio turco. «Yo pensaba que era simplemente en mercados o locales de calle, pero puedes regatear hasta en la propia discoteca, las copas», finaliza.
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