Besando la bandera de España, en bata y con una copa de champán: Morante de la Puebla desata la locura tras cortarse la coleta en Las Ventas
La escena se produjo ante decenas de aficionados que lo esperaban con vítores y cánticos
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Madrid
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Iniciar sesiónLo que ayer ocurrió en Madrid fue mucho más que la despedida de un torero. Fue el cierre de una era, el epílogo de un arte y, al mismo tiempo, un gesto que se convirtió en símbolo. José Antonio Morante de la Puebla, ... uno de los matadores más carismáticos de las últimas décadas, se cortó la coleta en Las Ventas tras culminar su faena en la Corrida de la Hispanidad. Un gesto que sellaba su retirada definitiva de los ruedos. Pero la historia no terminó ahí.
A hombros de una multitud entregada, el diestro sevillano fue llevado por la calle Alcalá hasta el Hotel Wellington, donde se alojaba. Allí, ante decenas de aficionados que lo esperaban con vítores y cánticos, se produjo una escena inesperada, cargada de emoción y de simbolismo. Morante, en bata y con una copa de champán en la mano, salió al balcón para saludar a quienes lo habían acompañado en su último adiós. Lo que vino después, quedará para siempre en la memoria colectiva de los presentes: el torero besó la bandera de España que ondeaba junto a su balcón, en un gesto tan espontáneo como profundamente significativo.
No era un día cualquiera. Era 12 de octubre, Día de la Hispanidad, jornada en la que España celebra su historia compartida, su idioma, sus raíces y su legado. En ese contexto, el beso de Morante a la bandera se transformó en algo más que un acto de afecto. Fue un gesto de amor a la patria, de respeto a los símbolos y de comunión con un público que, como él, vivía la emoción del momento en una fecha marcada por el orgullo nacional.
En la plaza, apenas unas horas antes, Morante había protagonizado una de las tardes más emotivas de los últimos años. Su faena, repleta de inspiración y temple, culminó con la concesión de dos orejas y una salida por la Puerta Grande. Pero lo verdaderamente inolvidable llegó después, cuando el torero, entre lágrimas, se quitó la coleta y anunció su retirada.
La elegancia del adiós
Ya en el Hotel Wellington, los gritos de «¡Morante!» y «¡Torero!» se mezclaban con los aplausos. Cuando el maestro apareció en el balcón, envuelto en una bata a rayas y con una copa de champán en la mano, la multitud estalló. Tras los vítores, tomó la bandera que ondeaba a su lado y la besó con solemnidad, antes de levantar su copa en señal de brindis. Fue una escena de otra época, un adiós que unía lo taurino y lo patriótico, el arte y la emoción, la estética y la identidad.
La fecha no podía ser más simbólica. El Día de la Hispanidad, con su carga de historia y de identidad, sirvió de marco perfecto para el final de su trayectoria. Ese beso a la bandera no fue un gesto casual, sino un homenaje a todo lo que lo ha inspirado: España, su cultura, su pueblo y su manera de entender la vida.
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La noche terminó con aplausos y cánticos que resonaron en la calle Alcalá. En ese balcón, entre luces, vítores y copas alzadas, Morante de la Puebla cerró su historia como la empezó, buscando la belleza incluso en el adiós. Y lo hizo con un gesto que quedará grabado en la memoria colectiva.
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