Borrón del Real Madrid hacia otra semifinal

Hizo muy bien Mourinho en mostrar los vídeos de advertencia en la víspera del partido porque el Madrid salió muy serio, pero que muy serio, Controlando, rápido, tocando, con mucha vivacidad e intensidad en todas las líneas, avispado Modric, bullicioso Khedira y letal Cristiano, muy letal. Apareció por el centro en un fulgor, le robó la cartera a Eboué y silenció el trueno turco, pero totalmente. Era normal, al Galatasaray ya no le bastaba ni con marcar cuatro goles. Tenía que meter cinco, y eso ni en su mejores sueños lo iba a conseguir. [Las mejores imágenes del Galatasaray-Real Madrid]

Hay que ver Estambul para entender al Galatasaray y a la mayoría de los equipos turcos. Es una ciudad que ha crecido desde la antigüedad y lo ha hecho por el este configurada por un sobrino, por el oeste con un primo segundo, por el norte con un cuñado lejano y el sur ni se sabe. Todo es un caos, un brochazo sobre otro brochazo. Es pasional y excitante, pero es un sindiós. Pues el Galatasaray es igual. Se lanzó al ataque y allí cada uno hacía la guerra por su cuenta. Ni una triangulación, ni apoyos ni respaldos en las coberturas.

El Madrid estaba como loco para que dieran dos pasos arriba y meterle el puñal por la espalda aunque la verdad es que el rostro mortecino de los turcos indicaban que estaban más para allá que para acá. Así que todos pactaron una paz no hablada pero sí firmada con la cabeza. Código de vestuarios. El equipo de Terim atacó y sus chicos se hacían los frustrados y desesperados cada vez que largaban un disparo que mataba al acomodador del tercer anfiteatro.

Ante tal dislate, el Madrid decidió nadar y guardar la ropa, y las piernas porque algunos turcos se lo tomaron a medio mal y arrearon estopa de aquí te veo aquí te meto. Terim, que tiene muy malas pulgas cuando le vienen mal dadas, debió cantarles las cuarentaa los suyos en el descanso con un algo así como “perder perderemos pero de ir de corderitos nada”. Así que los otomanos se pusieron a meter acero en piernas blancas y aquello empezó a ser un via vía con los de Mou saltando vallas y pólvora ajena.

Así intimidaron un poco al Madrid, que dejó de meter la pierna, y así llegó Eboue para empatar el partido de un trallazo tremendo a la escuadra.

El gol cambió todo el partido. El Madrid se quedó anonado y ellos despertaron cual fieras, avivando la fuego. En tres minutos marcaron dos goles, desmembrado el Madrid, ensuciando su buena imagen de la primera parte. Marcó Drogba, le anularon el tanto, y el Madrid sufría sin saber cómo ni porqué, solo porque seguía durmiendo.

Mou se rebotó, y con razón, así que cerró la puerta. Metió a Albiol para montar un trivote y calmar la marea turca que amenazaba por llevarse todo. Aguantó pero mala manera y dejando malas sensaciones finales.