Muere Di Stéfano

Hogareño y de la gran raza de los rubiascos

Enviudó en 2005 de Sara Freites, con la que tuvo seis hijos, y luego estuvo con Gina González, cincuenta años más joven que él

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Rosa Belmonte

En 1962, Santiago Bernabéuenfureció cuando vio a Alfredo di Stéfanoanunciando medias. «Si yo fuera mi mujer… luciría medias Berkshire». En la foto aparecía de cintura para arriba el futbolista con los brazos en jarras y la camiseta del Real Madrid . Lo de abajo eran ... unas piernas de mujer, una más adelantada. En los pies, uno de esos balones que dejaban las costuras en la frente cuando se cabeceaban.

A don Santiago le parecía ridículo (lo era) y consiguió retirarlo. La campaña publicitaria duró tres días (curiosamente, también duró tres días el secuestro que sufrió en 1963 por el Frente de Liberación venezolano). Di Stéfano tuvo que devolver las 175.000 pesetas que había cobrado.

Casi 50 años después, cuando don Alfredo habría necesitado esas piernas femeninas para mantenerse en pie, los enfurecidos fueron sus hijos. La causa, Gina González, la costarricense de 38 años con la que anunció que se casaba en 2013 (también anunció que le daba igual si sus hijos estaban en contra). Pero los hijos consiguieron la incapacitación y la custodia de la leyenda madridista. Ante la imposibilidad de la relación, la joven volvió a su país.

Desayuno con mate

El presidente de honor del Real Madrid enviudó en 2005 de su esposa, Sara Freites Varela, con la que se había casado en 1950. Él mismo dijo que no quería ser un picaflor, que había que rendir en el campo. No fue George Best precisamente. En la entrevista que González Ruano le hace en abril del 54, cuando tenía 27 años, y que está recogida en «Las palabras quedan», se lee: «Di Stefano está casado. Tiene dos niños. Me han dicho que es un hogareño, muy buen marido, muy buen hijo, muy buen padre».

También contaba el jugador que se levantaba de ocho a ocho y media, que tenía un rato a las niñas jugando a su lado, que desayunaba mate y se iba a entrenar. Que por las tardes daba un paseo con su mujer y que nunca trasnochaba. Ruano también le pregunta para qué quiere el dinero. El otro contesta que lo invierte en tierras y ganadería. Pero lo cierto es que no estuvo muy listo cuando Santiago Bernabéu le aconsejó que comprara todos esos terrenos que había enfrente de Chamartín y no lo hizo.

Su mujer, con la que tuvo seis hijos, también murió en el Gregorio Marañón. Dos años después conoció a Gina, que ayudó con la biografía y empezó a ser su sombra. Abogada, secretaria personal de don Alfredo, choferesa de silla, entrenadora de fútbol (se sacó aquí el título) y su novia. Acabó tatuándose «La saeta rubia» en el antebrazo izquierdo. Él le dijo que se quitara eso, que los tatuajes eran de delincuentes. Y Gina, durante un viaje a América, le aseguró que se lo había borrado. Pero no lo hizo y don Alfredo, en el fondo, se alegró.

No era rubio, era rubiasco

Bernabéu fichó en 1953 a Di Stéfano porque lo había visto en un partido entre el Madrid y el Millonarios de Bogotá. El jugador rubiasco (Ruano sostenía que no era rubio, que pertenecía a la gran raza de los rubiascos) llevó al Madrid, donde permaneció 11 años, a otro nivel. Llegaron, entre otros títulos, las cinco copas de Europa. En 1965 empezó a jugar en el Español. Estuvo dos temporadas. «Me retiré a los 40 años porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: ‘Papá, calvo y con pantalones cortos, no quedas bien’». Casi la misma reacción que la de Santiago Bernabéu.

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