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Luis Enrique, el enemigo se sienta en el banquillo
El asturiano regresa al Bernabéu como técnico del Celta. Jugó cinco años en el Madrid, fichó por el Barça y siempre renegó de su pasado blanco
rubén cañizares
El 25 de abril de 2004, Luis Enrique pisaba por última vez el estadio Santiago Bernabéu, un campo que fue su casa durante el primer lustro de los noventa pero que desde el verano de 1996 pasó a ser territorio hostil tras su polémico fichaje ... por el Barcelona . El asturiano terminaba contrato con el club blanco y no sólo no quiso renovarlo sino que decidió marcharse gratis al eterno rival. Desde entonces, es uno de los enemigos públicos más odiados por la afición madridista, que consideró alta traición su salida de Concha Espina. Un sentimiento que siempre ha sido recíproco, como el propio Luis Enrique manifestó en numerosas ocasiones: «Me veo en los cromos vestido del Real Madrid y no me reconozco», llegó a decir el exjugador merengue días después de anotar el primeros de los dos goles que logró en el Bernabéu como futbolista culé.
Fue en la temporada 97-98, en un Madrid-Barcelona (2-3) , en el que aquel tanto del asturiano vino seguido de una provocadora celebración contra la grada que acrecentó aún más su enemistad con la hinchada blanca. Quedaban ya en el baúl de los recuerdos aquellas tremendas alegrías de Luis Enrique con la camiseta del Real Madrid, como aquel 5-0 en el clásico de la 94-95, en el cual el asturiano fue arte y parte de aquel histórico resultado al marcar el cuarto tanto de la manita y celebrarlo con gran efusividad. De hecho, Luis Enrique pregonaba su enorme gozo cada vez que visitaba el coliseo blanco con la elástica azulgrana: «Para un jugador del Barcelona es gratificante sentirse pitado en este estadio».
Sus roces dialécticos con el madridismo continuaron en sus inicios como entrenador. En sus tres temporadas como técnico del Barça B creó controversia con algunas de sus declaraciones, como las que realizó tras el 2-6 del Barça de Pep en el Bernabéu: «Fue un orgasmo futbolístico».
Métodos peculiares
Luis Enrique regresará esta tarde al Santiago Bernabéu no sólo como un villano para la afición merengue, sino como uno de los técnicos más «extraños» del fútbol profesional. Una de sus primeras imposiciones en el Celta fue instalar un andamio de unos cinco metros de altura en el campo de entrenamiento de A Madroa. Desde aquel «púlpito», que él define como «una EOT: una estación de observación técnica» y con sus extravagantes gafas polarizadas, alecciona a los suyos con el gen azulgrana como única filosofía de juego posible: tener la posesión del balón y llevar el mando del partido. Una forma de entender el fútbol que mamó en su paso por el Barcelona y que no piensa cambiar a pesar de llevar sólo cuatro victorias en 17 jornadas, firmar a mediados de octubre el peor inicio del Celta en los últimos 70 años y estar sólo un punto por encima de la zona de descenso. Números discretos a los que se une la temprana eliminación copera en dieciseisavos de final, donde fue echado de la competición de K.O. por el Athletic.
Pero el ideario futbolístico de Luis Enrique no sólo se asemeja al del Barça en el terreno de juego, sino también fuera de él. No concede entrevistas, como no lo hacían Pep, ni Tito, ni ahora el Tata Martino; y prefiere trabajar a puerta cerrada, ya que los periodistas «dan muchas pistas a sus rivales». Así es el Luis Enrique entrenador, uno de los adversarios más reprobados por el madridismo que regresa diez años después al Bernabéu vestido con camisa y corbata.
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