Milton en vano

Así, el ímprobo esfuerzo de llevar a la escena los influyentes versos libres ritmados y no rimados de Milton, el reflejo de sus pregnantes alegorías en torno al génesis y a la potencia —de salvación y condena— que sobrevuela el destino humano, su tono grandioso e íntimo a la vez, palidecen si se los estrecha para que quepan por el tragaluz de la caverna e iluminen nuestros debates pequeños y tantas veces ridículos el principio femenino bíblico, la capacidad engendradora y dadora de vida —que hombres y mujeres compartimos por igual— convertido en arma arrojadiza de la ley del sí es sí.

Un ejemplo, entre otros, de este teatro-telediario. Tornero y Lima, por otro lado, tampoco sorprenden en la puesta en escena: cuidada pirotecnia audiovisual —referencias a Kubrick y Lynch—, envoltorio de ópera posmoderna (con las inevitables luces frontales para molestar un poco a la audiencia) y empaque sonoro y musical —Nick Cave, reconocido y apesadumbrado 'miltoniano'—; un 'look' reconocible que, al menos, se sirve en continuidad, deparando la gran virtud de este 'Paraíso perdido', permitir la evolución, en esta intemperie involuntaria, de los intérpretes, todos sobresalientes, especialmente Arquillué y Plazas, que ejecutan el 'tour de force' de manera impecable.