Claribel Calderius: «Crecí en Cuba con el trauma del asesinato de mi padre»
La artista, que reside en México, presenta en el CAAC su primera exposición en un museo español
Exposición colectiva en Sevilla con obras de Concha Ybarra, Federico Guzmán, Juan Suárez y Miki Leal, entre otros

Claribel Calderius (La Habana, Cuba 1986) se pasea por la antesala de la capilla de San Bruno, un recoleto espacio del antiguo Monasterio Cartujo de Sevilla, hoy sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. En el interior de esta capilla, flanqueada por una ... puerta realizada en honor de la visita de Felipe II al monasterio, está la obra de Cardelius, quien por primera vez expone en España en un museo.
Bajo el título 'Sensemayá. Cánticos para matar a la culebra', Calderius propone un recorrido visual y emocional. Inspirada en el poema homónimo de Nicolás Guillén, la exposición retoma la figura de la culebra como un símbolo cargado de significados: regeneración, cambio y poder espiritual.
—Su obra tiene una enorme simbología y parece que con inspiración en su propia vida.
—Es verdad, mi obras siempre han sido muy biográficas desde que comencé a trabajar con hilo. Luego trabajé con mucho afán con niños de orfanatos, y siempre me pregunté por qué lo hice, porque es algo que duele, es horrible porque estás viendo todo el tiempo sus experiencias y es tremendo. Viví en Madrid diez años y luego en México, donde empecé a trabajar con el yute y dejé de hacerlo con los orfanatos, ya que me di cuenta de que tenía un punto masoquista por mi parte. Tengo hijos y no tenía sentido. En Mérida, Yucatán, me encontré con el yute, un tejido de la tierra, y empecé a hacer una especie de terapia.
—¿Por qué necesitaba esa terapia?
—Porque me di cuenta que había tenido una infancia muy rara. Mi padre era escolta de Fidel Castro. En un punto dimitió, y poco después lo asesinaron de un tiro en el ojo cuando yo tenía ocho años. Nos dieron a la familia cinco versiones de cómo lo habían matado, y así nos quedamos mi mamá, mi hermana y yo en un sitio donde no nos querían y donde no se podía hablar de eso. Durante treinta años no hablé de este tema. Eran los años 90, no había nada, ni comida. Cuando mataron a mi padre mandaron gente a traernos sacos de arroz y comida, y mi hermana empezó a arrojárselos a la cara gritando asesinos, y nunca más volvieron a ayudarnos. Fue una experiencia muy rara, la gente nos miraba mal, y así crecí en Cuba con el trauma del asesinato de mi padre.
—Una infancia extraña y dramática.
—Bueno, yo crecí y pensaba que eso era lo normal. Nacer en una dictadura que te maten a tu papá y seguir viviendo. Para mí eso era la vida hasta que empecé a despertar de adulta, a salir de Cuba y a hacer terapia con el arte, en este caso con el yute, un material con el que he tenido una especie de batalla.
—Un trauma infantil complicado, imagino.
—Cuando era niña y mi padre ya había muerto, yo seguía viéndolo y hablando con él. Entonces mi mamá lo pasó fatal, me llevó a terapia y un día una psicóloga le aconsejó que me llevara a un santero, y me llevaron a Guanabacoa. El santero me tiró azúcar, ron, café, caracoles, tabaco y me leyeron las cartas. Y finalmente una santera le dijo a mi mamá que todas las niñas son videntes, y que luego algunas lo desarrollan y otras no, pero que eso se me quitaría. Y sí, se me quitó con el tiempo, aunque se me quedó en el subconsciente muchísima simbología, y yo tenía que hacer un trabajo meditativo de profundizar en mis emociones, en mi pánico y en mi terror.
—¿Y de ahí pasó a la religión?
—Empecé a investigar sobre la simbología afrocubana de Palomonte, una religión que va más allá de la santería, y nadie me quería dar sus símbolos porque las mujeres no pueden tocar estos símbolos. Hablé con varias sacerdotisas de la religión y nadie me decía nada hasta que finalmente encontré un libro de contrabando sobre la simbología, y descubrí que tenía mucho que ver la simbología de esa religión con lo que yo estaba haciendo de forma autodidacta. Y claro, dije, si yo ya he creado mi propia simbología, mejor no me meto con esto porque además es peligroso. Hay una artista cubana que se llama Belkis Ayón que trabajó bastante sobre esto, y dice la gente que se suicidó porque había descubierto el secreto del pez, de ese símbolo, y yo no quería descubrir nada. Así que paré.

—Y de repente le ofrecen hacer una exposición en una capilla de un monasterio.
—La verdad es que me pareció una locura, me fascinó. Me dio incluso hasta miedo, y pensé que iba a 'bailar en casa del trompo'. Cuando yo era niña, no se podía entrar a las iglesias en Cuba. Pero junto a la casa de mi abuela había una iglesia espectacular, la Calzada del Cerro, y recuerdo que mi hermana y yo le decíamos a mi papá que queríamos entrar y no comprendíamos por qué no se podía. Un día mi papá fue hasta la iglesia y nos abrió la puerta y dijo: «Entren, mírenlo todo y salgan». Mi hermana y yo entramos y, cuando salimos, mi padre nos dijo: «Nunca han entrado aquí». Y aquello se nos quedó grabado. Como cuando quisimos un árbol de Navidad y tampoco se podía, mi padre cortó un pino, lo llenó de algodón y lo puso en nuestra habitación, y nadie podía entrar porque estaba el arbolito prohibido. Crecí con todo ese trauma, y de repente me dicen que me dan un capilla para hacer lo que quisiera. Me impactó.
'Sensemayá. Cánticos para matar a la culebra'. Claribel calderius
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Dónde: Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
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Dirección: Avda. Américo Vespucio, 2.
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Cuándo: hasta el 27 de septiembre.
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Horario: Martes a sábado de 10 a 20 horas. Domingo: de 10 a 15,30 horas. Lunes, cerrado
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Entradas: Visita al monumento: 1,80 euros. Exposiciones temporales: 1,80 euros. Visita completa: 3,01 euros. Entrada gratuita: Martes a viernes de 18 a 20 horas. Sábados de 10 a 20 horas.
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Más información: CAAC.
—¿Su obra conecta con la capilla?
—Sí, mucho. Todas las piezas están conectadas, y es una locura. Está llena de miselios que conectan unas con las otras. Fascinante, porque esta capilla tiene muchísima energía a la que se suma la que yo he traído. Sentí tanta energía que me traje el material y terminé aquí la obra. Me quedaría a vivir en San Bruno. Aquí hay una paz que te calma, y yo he llegado a perturbar esa paz.
—¿Es usted religiosa?
—Sé un poco de todas las religiones, pero no practico nada. No sé si por haber crecido con esos traumas me interesé por la religión afrocubana. Estoy segura de que hay algo más allá, sé que mucha gente no cree, pero como dice el dicho: «Cuidado con lo que pidas, que se te puede cumplir».
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