Conciertos
Rocío Márquez y Bronquio atraviesan el tiempo con su 'Tercer Cielo'
En su fin de gira con 'Tercer Cielo', Rocío Márquez y Bronquio conquistan el Teatro de la Maestranza con un sorprendente espectáculo y una gran puesta en escena
El 'Tercer Cielo' de Rocío Márquez y Bronquio llega al Maestranza: «Quisiera hacer captura de pantalla desde el iris para retener esta emoción, es un sueño»

Hay un fino velo entre la realidad y los sueños. Un zaguán onírico donde lo que sucede pertenece a ambos terrenos, a lo tangible y lo etéreo. Ahí, en ese meandro que se curva entre lo que el ojo ve, el oído escucha y lo que el cerebro sueña e imagina, justo ahí, sucede el 'Tercer Cielo' de Rocío Márquez y Bronquio.
La dupla andaluza ofreció este 1 de mayo en el Teatro de la Maestranza un espectáculo sorprendente con una gran puesta en escena que discurre entre lo dramático, lo teatral y lo experimental. A pesar del día festivo y de la importante cita europea en el Estadio Benito Villamarín, 'Tercer Cielo' congregó a su alrededor una gran afluencia de público en el Maestranza.
La oscuridad reina en el teatro, con ese espesor propio en el que uno nada de madrugada durante la fase REM. El silencio previo al espectáculo es frágil, se puede caer como un castillo de naipes con una tos o un estornudo. A las ocho y cinco la mesa de Bronquio comienza a brillar en el centro del escenario. Una atmósfera nos va invitando poco a poco a cruzar el escalón del umbral. El 'Tercer Cielo' cae sobre Sevilla con toda su inmensidad.
Abre el camino de los sueños una canción milonga, 'Paraíso. Cuántos cuerpos por venir': «Si me levantas el pelo / verás mi frente marcá / por la navaja del tiempo», canta la onubense, arrastrándose por el suelo desde la esquina derecha del escenario. En el Maestranza solo hay un cuerpo, el suyo: es posible sentir el suelo frío, cómo la música nos remolca. La luz se hace presente, mientras en el pecho se abre una sala de espera, un lugar donde el respetable aguarda con el corazón encogido por la inmensidad de la voz de Rocío Márquez.
Ali, ali, ali. Rocío se abraza a un capote, ahora desde la otra esquina. [Un, dos]. El eco de sus sollozos retumba en el teatro. [Un, dos, tres]. Bronquio distorsiona su voz, juguetea con los botones de su mesa para construir un crescendo. [Cuatro, cinco, seis]. Entre los ecos, unas palmas sampleadas. Rocío se mete bajo su mesa y 'Exprimelimones' nos atraviesa con velocidad. [Siete, ocho, nueve, diez]. Lorca toma el escenario por primera vez esta tarde: «El duende exprime limones de madrugada. Las artes y los países tienen ángel, musa y duende», una frase de su 'Teoría y juego del duende', que ahora es verso en este tema.
La dupla andaluza sigue el camino marcado por el 'Tercer Cielo', con algún cambio en el orden de las canciones. [Lala-ra-lala]. Márquez golpea el suelo al ritmo de verdiales y baila con 'Niña de Sangre'. Bronquio se divierte entre graves y loops mientras ella se ata el capote a la cintura como una falda. En este zaguán onírico pasa como en los sueños: somos conscientes de todo, pero seguimos sin ser dueños de nuestros cuerpos, que piden bailar y no pueden, atados a las butacas, al silencio, a la solemnidad.
En el escenario, Rocío se levanta y baila los tangos de 'Agua'. Suenan palmas, coros distorsionados. Antes de lanzar la seguiriya de 'La Piel #1', Rocío y Bronquio traen al Maestranza la 'Nana de Sevilla', invocando a Lorca por segunda vez: «Este galapaguito / no tiene mare». La voz de Rocío se rompe entre ecos: «Y qué solitaria vivo / en este corazón / donde hace frío».
Desde el centro del escenario, sentada, ahora sin acompañamientos ni distorsiones, su voz desgarra el silencio con los primeros versos del garrotín 'Un Ala Rota'. El ritmo de club de Bronquio comienza a palpitar bajo la piel. [Tran-tran-treiro. Tarata-treiro-treiro-tra].
Parece una fiesta de dos, pero la gente se quiere sumar entre palmas. Si esto es una ensoñación, el público parece querer despertar. Tras el tema, de hecho, se arranca en aplausos, poniéndose por fin al otro lado del umbral. Rocío va tras el velo blanco del escenario para arrancar el aguinaldo 'Droga Cara'. La luz en la voz de Rocío es de colores, que se sube a la mesa de Bronquio para bailar: «Voy a parirme a mí misma».
El ecuador de la noche (¿la ensoñación?) llega con el remix de la rondeña 'Empezaron los cuarenta', «tan alabao y bendito» y un leve éxtasis culebrea entre las butacas justo antes de 'De mí'. Con la rumba al Maestranza le es difícil contenerse, es correosa, nos vence, mientras Rocío canta detrás del velo como una sombra.
Hay que mencionar la coreografía de Antonio Ruiz, el vestuario de Roberto Martínez, la iluminación de Benito Jiménez, el sonido de Javi Mora, la dirección artística de Emilo Rodríguez y Juan Diego Martín. Ellos han facilitado el camino de 'Tercer Cielo' para que pueda atravesar el tiempo, junto a 'Omega' o 'La Leyenda del Tiempo'.
Bronquio canta desde el centro del escenario, con la mano en la cintura. El Maestranza es suyo, lo disfruta, y Sevilla a él. De repente algo chispea en el cerebro, una reacción química que nos devuelve al zaguán onírico. Es con la seguiriya de 'La Piel #2', y una leve guitarra de fondo, donde Rocío juguetea con los efectos vocales: raspa las erres y las eses como si quisiera arañar las paredes del Maestranza.
Una luz vertical se abre desde el centro, cegando al respetable, y Rocío canta 'Prefiero la muerte', una canción por soleá con la que vuelven los aplausos. El público encuentra los huecos de silencio donde entregar su gratitud a los artistas andaluces, con la elegancia de quien sabe cuándo soltar un ole en una peña o un tablao.
Uno de los momentos de la tarde llega con la debla 'Grande'. A mitad del tema, Rocío hace una especie de ASMR: «Amor no es surgir, no es amor, no es». Hacia el final, la voz de Rocío Márquez sobrecoge como un tsunami inesperado, como un terremoto de madrugada. Tambalea las certezas, nos arranca los puntales y los aplausos. Sin respiro, 'Mercancía - Pregón' nos roba las palmas con un ritmo pegadizo. [Cri-cri-de-grillo]. Rocío aparenta serenidad, sentada en la mesa, pero es una fuerza de la naturaleza incontrolable.
Bronquio tiene el pincel, dibuja sonidos, perfila texturas. «Venga, Santi», le dice ella, mientras suenan las palmas por bulería: con 'Mmmm', Rocío y Bronquio se cantan mirándose a los ojos. Ellos son uno y Sevilla es uno con ellos: «Que uno más uno es uno desde que te estoy queriendo». Cruzamos la hora de espectáculo con 'La Piel #3', con Rocío poniéndose el velo que cae sobre el escenario como una especie de tocado, una imagen casi religiosa.
Con 'El corte más limpio', el Maestranza se entrega al club, a la electrónica, a la fiesta. Rocío se tapa la cara con el pelo y mira al frente como un espectro. Se mueve apenas, se gira. Vuelve a quedarse petrificada como una sonámbula que ha olvidado hacia dónde iba. Vuelve esa atmósfera onírica que nos sumerge en la duda: ¿todo esto es real, está pasando de verdad?
La noche termina con 'La Marca', una canción por toná donde Bronquio deja a Rocío Márquez sola en el escenario, demostrando una vez más –y no es la última aún– por qué hay voces que traspasan el tiempo. El Maestranza aplaude durante minutos, de pie, mientras Rocío Márquez y Bronquio escenifican entre ellos el abrazo que intenta ofrecerles Sevilla.
Antes de irse, Márquez interrumpe los aplausos con los versos finales de 'La Marca', sin microfonía, que son en realidad los de Antonio Mairena en su 'Madrugá': «Aquel que se va / va diciendo en silencio / qué grande es la libertad». Se rompe el velo, salimos del zaguán. «Qué cosa tan bonita», dice uno al terminar el espectáculo; «Estoy sin palabras», le responden. Qué suerte saber que no lo hemos soñado, que todo esto ha pasado de verdad.
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