crítica de ópera
'Je suis narcissiste': Narcisismo de género fluido
La ópera compuesta por Raquel García-Tomás cosechó un gran éxito pese a no contar con los músicos de la Sinfónica de Sevilla
La Ross cumple sus amenazas y 'Je suis narcissiste' se estrena sólo a piano
Raquel García-Tomás: «Se lo debo todo a 'Je suis narcissiste'»
Carlos Tarín
Sevilla
'Je suis narcisiste'
- Música: Raquel García-Tomás
- Libreto: Helena Tornero.
- Intérpretes: Elena Copons, Toni Marsols, María Hinojosa y Joan Ribalta.
- Director musical: Vinicius Kattah.
- Dirección de escena: Marta Pazos.
- Escenografía: Fernando Ribeiro.
- Vestuario: Pier Paolo Álvaro.
- Iluminación: Nuno Meira.
- Sonido: Sixto Cámara.
- Movimiento: Amaya Galeote.
- Piano: Pepe Fernández.
- Lugar: Teatro Lope de Vega.
- Fecha: 21/05/2023.
¿Ópera bufa? Creemos que no. ¿Ópera de cámara? Pudiera ser. ¿Vodevil cantado? ¿Musical de voces impostadas? El formato tiene más inteligencia que novedad, y en todo caso es un premio por «ser capaz de conectar con el gran público» a través « ... de una obra innovadora». El entrecomillado explica el porqué de la concesión del Premio Nacional de Música, que a la vez está reconociendo la novedad de que una obra innovadora sea capaz de conectar con el público. Completamente de acuerdo.
Los músicos de la ROSS, que habían estado ensayando previamente para hacer la huelga durante la representación, al llegar al teatro se encontraban a la entrada con pancartas queriendo explicar lo inexplicable, sobre sus amenazas a los miembros de la Bética para que no aceptaran una oferta de trabajo que ellos no iban a hacer de todas formas.
No sabemos cómo quedaría la obra con orquesta, porque se estrenó en 2019 y se suspendió en Sevilla por la pandemia; pero al piano, sustituto de la ROSS, le iba como un guante. Desde los primeros compases de la pieza el ragtime se enseñoreó de la presentación de esos labios aturdidores que nos llevan al paroxismo y al psiquiatra. Y al ragtime se unió la figura de un pianista negro -presente sólo para la ocasión- como un Scot Joplin cualquiera (¿recuerdan la maravillosa película de Milos Forman?) y así se presentó el maestro repetidor Pepe Fernández, tintado de negro. Junto a un piano de coloración infinita y un sonido perfecto (Sixto Cámara), compusieron una conjunción sideral, consiguiendo que hasta las más quebradas disonancias nos sonaran a música celestial.
Luego está el, generalmente, controvertido dúo de libretista y compositor/a. No sabemos cómo habrá sido aquí, pero el resultado funcionó de maravilla. Para empezar, planteaba un problema universal, ajeno al género -o al menos sentido de manera diferente sobre un mismo planteamiento-, lo que es de agradecer en los tiempos que corren. El narcisismo actual aumenta su interés por los enormes recursos de difusión masiva de la actualidad: todo es hoy es imagen en que reproducirse, centuplicado por las redes sociales que nos están convirtiendo en ególatras o sufridores de la petulancia de los cabecillas de la Red. ¿Cómo conseguirlo? Haciendo de un tercer espejo en el que verse reflejados toda una serie de estereotipos que nos llevan a la conmoción por saturación y sobre todo mediante la ironía y el sarcasmo.
Podemos destacar la imaginación al presentar la variedad de personajes, de situaciones, de comentarios acerados, pero especialmente nos llamaron la atención dos aspectos en el libreto: el excelente ritmo prosódico del habla y su traslación a la música. ¿Han oído a un italiano que hable pausadamente y han pensado que lo de Verdi y Puccini no tiene tanto mérito como debiera? Pues se debe a que es un idioma que ya sin música nos suena como si se cantara. Mérito doble para Helena Tornero que, siendo de Figueras además, conoce el español hasta el punto de hacer música hasta cuando los cantantes hablan. O, por ejemplo, comprometerse a asociar al psiquiatra con un habla jalonada por esdrújulas; y si esto para un poema es difícil, para dar entidad a un personaje durante toda la obra, ya me dirán. Pero es que lo amplió a la paciente Clotilde durante algunos pasajes, para evidenciar el cansancio que ya le producía tal acumulación esdrújula, que rozaba el triple tirabuzón hacia atrás.
Luego está la transferencia a la música, que como acabamos de decir, se lo ponía fácil a García-Tomás. Pero es difícil encontrar ejemplos que superen una fluidez y naturalidad de música y texto en castellano, sobre todo porque los abundantísimos cambios de ritmo musical obligaban iguales permutaciones del texto (o a lo mejor fue al revés, quién sabe).
Por otro lado, la tonalidad más rampante se codeaba sin exclusiones con los referidos cambios fragosos, atonales, aunque más en las armonías que en las melodías propiamente dichas: ya fueran por su cadencialidad o su forma de decir, lo cierto es que se veían como a salvo de los acordes más disruptivos, estentóreos, pero cuyo conjunto permitía que se entendiera y siguiera todo con atención, mientras las armonías conseguían el efecto de disparos de atención, por lo común coincidentes con la escabrosidad de las denuncias textuales.
Guiños a Puccini
Hubo guiños a la ópera más clásica, miren por dónde, y concretamente a Puccini (no a 'Tosca', pero sí a 'La bohème'). Aunque antes de que se esbozara un fragmento de 'Mi chiamano Mimì' ya la música de alguna manera la preparaba. Además del ragtime, cuya estela reaparecía a veces subrepticiamente en determinados momentos, hubo evocaciones a los musicales, al jazz en general o la música de ambiente hindú (ragas) para ironizar sobre las prácticas del yoga y afines, al cabo, recursos 'matayós' o de búsqueda de la anulación -o mitigación- del yo individual a favor de uno más colectivo.
También hubo guiños a la música concreta, esa tendencia de los años 50 del pasado siglo, música grabada que irrumpía en el discurso en directo, si bien aquí tenía un cariz muy funcional, al fundirse con gags en directo, como el del ascensor y la pareja al fondo, en la que con ingenio y total oportunidad hacía confundir los ruiditos del viejo ascensor con los quejidos amorosos de la pareja en celo. Y aquí y en muchos otros momentos, la tremenda oportunidad del pianista para entrar irrumpiendo, acompasando, finalizando.
El color plano de los personajes, en boca de su regista, «se mueve en un terreno simbolista, libre e inesperado para que sea como si lo vieras a través de un reflejo». A nosotros nos recordaba aquella que presentaron el Tricicle en 'La pequeña flauta mágica'. Los fondos también de colores planos sobre un marco tubular, unido a una imaginativa iluminación, hacía que con pocos elementos se pudiera ambientar numerosas situaciones escénicas.
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Nada de esto podía haber ocurrido sin unos cantantes maravillosos, en general, a los que se puede poner pocas pegas, al igual que al director musical quien, a pesar de quedarse sin orquesta, tenía que aunar -y lo hizo muy bien- a los cantantes con el piano. Tanto Copons como María Hinojosa asumieron sus papeles, a los que como en toda ópera que se precie, tuvieron que alcanzar agudos muy pronunciados, mientras en otras ocasiones, el canto más lírico afloró en sus gargantas, todo ello con convicción y autenticidad. En los hombres, el barítono Toni Marsol fue un doctor de registro corpulento y flexible, mientras Joan Ribalta defendió bien su divertido rol, aunque a veces -sobre todo al inicio- advirtiéramos alguna flaqueza. No nos quejaremos de la amplificación de todo, especialmente por la desigualdad que hubiese supuesto con respecto a las audiciones grabadas y porque, como decimos, la sonorización fue ejemplar (aunque igualaba los resultados de los cantantes, claro).
Faltaron visiblemente los sobretítulos porque, aunque la dicción de todos fue muy clara, había momentos en que la secuencia rítmica apretaba o el piano o varios cantantes hablando/cantando a la vez conseguía que nos perdiéramos fragmentos del sustancioso libreto.
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