crítica de música
Jóvenes talentos de naturalidad 'transgresora'
Isabel Villanueva y Jean Rondeau cierran, con sus respectivos conciertos, un segundo fin de semana del FeMÀS con un alto nivel
Accademia del Piacere y Fahmi Alqhai presentan este viernes su nuevo programa, 'Contrapunctus Bach', en el FeMÀS
Carlos Tarín
Sevilla
Conciertos de Isabel Villanueva y Jean Rondeau
- Programa: 'Ritual' / 'Gradus ad Parnassum'.
- Repertorios: Obras de Bingen, Kurtág y Bach / Fux, Haydn, Clementi, Beethoven, Mozart y Clementi.
- Intérpretes: Isabel Villanueva (viola) / Jean-Guihen Queyras (clave).
- Lugar: Iglesia de San Luis de los Franceses / Teatro Turina.
- Fecha: 19/03/2023.
Uno de los alicientes del FeMÀS es la oportunidad de conocer a músicos que se han ido forjando un nombre, un sonido, un perfil; y otro, el de tener la oportunidad de oír a otros jóvenes consagrados, es decir, cuando están en lo más alto ... de su carrera y no, como ha ocurrido tantas veces, cuando ya van haciendo giras de despedida. En el primer caso hemos conocido el trabajo magistral de la violista navarra Isabel Villanueva; en el segundo, hemos oído al multilaureado clavecinista francés Jean Rondeau, ambos casi de la misma edad.
Villanueva ocupaba el altar de la desacralizada iglesia de San Luis, que no tiene más falta que la de su pequeño aforo; a favor, todo lo demás. Hasta su gigantesca cúpula llegó el sonido limpio, terso, penetrante, rico de la violista, elevando una desnuda melodía medieval, 'O Virtus Sapientiae' de Hildegard von Bingen (recientemente declarada Doctora de la Iglesia) y que, en su sencillez casi gregoriana, estremecía. Altar y cúpula recogían el sonido y lo devolvían como un místico eco, una verdadera armonía celestial como único acompañamiento.
Natural pretende ser también el mundo sonoro de György Kurtág, del que Villanueva había seleccionado tres pequeñas piezas de su 'Signs, Games and Messages'. Necesariamente, la música de un compositor que todavía vive era muy distinta a la de Bingen, pero convergía con ella en su concentración e intensidad, en su introspección extática, contando con la pulsión serena de la joven violista.
A modo de centro neurálgico, un Bach inmenso, pletórico, infinito: el de su 'Partita para violín solo nº2' en Re menor BWV 1004 en transcripción para el instrumento. Habíamos llegado a la cumbre, que sólo alcanzan los mejores. La intérprete mostró una firme entereza, llevándonos con ella a iniciar su periplo, sabiendo que cada parte esconde una dificultad diferente, aunque esto no parecía preocuparla: las partes más hermosas fueron las más privativas, la más reservadas, mientras las más inquietas, como la 'Giga', presentaba digitaciones imposibles, con líneas con frecuencias cruzadas y reuniones tumultuosas. Con algún tropiezo puntual, fue una auténtica delicia recorrer el camino de su mano. Luego, desandar lo andado nuevamente con Kurtág y Bingen, y el público nuevamente abducido.
La segunda apuesta del día vino de otra propuesta transgresora: si Villanueva había optado por incluir a un contemporáneo en la música antigua o transcribir para viola a Bingen o Bach, Rondeau optó por abordar fundamentalmente el clasicismo desde el clave, aunque también incluyese a Fux o Beethoven. Con un currículo impresionante sobre el repertorio barroco es más que posible que se tomase un programa como este como una válvula de escape, sabiendo que vería cumplidos sus objetivos. Digamos antes de nada que tocó un extraordinario (o la palabra sea aún mayor que esta) clave alemán conocido como Christian Vater de 1738, copiado por Andrea Restelli (Milán). Nada más poner sus manos sobre él, la refracción del sonido inundaba la sala con una claridad prístina. El instrumento ya se ha usado en otras ocasiones, y aún oiremos próximamente a Benjamin Alard con él. A riesgo de ser repetitivos, hemos de agradecer al público su silencio sepulcral (algún móvil se cayó, alguna señora salió a toser), tanto que había momentos en que parecía que el recinto estaba vacío.
Lo primero que llama la atención en el clavecinista es su naturalidad para todo: es como si estuviésemos viendo cómo toca en su casa; incluso a la hora de dirigirse al público para explicar algo lo hizo en un tono inicialmente muy bajo, como cuando llevamos mucho tiempo sin hablar y nos cuesta arrancar, y eso que en el Turina se oye todo.
De la totalidad del repertorio interpretado nos quedaremos con su lectura de la 'Sonata para piano nº16' en Do mayor KV 545 de Mozart que conocemos bien y que resume las sensaciones del resto del concierto. Es una sonata sobrenombrada como 'fácil', seguramente refiriéndose a los cuatro primeros compases, porque lo demás puso en apuros al mismo Rondeau. La ausencia del pedal en el clave hace que no se pueda 'esconder' en sitio alguno: nos referimos, por ejemplo, a las escalas que siguen a estos compases 'fáciles', vertiginosas tanto en una mano como en otra, y que en caso de apuro el pedal puede difuminar un fallo; por otro lado, el bajo Alberti a la velocidad requerida puede resultar un 'trabalenguas' dependiendo de la melodía a la que acompañe, sin contar con que notas largas como las redondas en el clave no sustentan nada, porque se convierten en corcheas -o negras, según el 'tempo'- pero nada más. Del mismo modo, las cadencias de final de frase, normalmente de notas más alargadas que las demás, quedan 'cortadas' y durante ese instante no se oye nada, todo lo más el eco resonando en la tapa del instrumento.
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Elegancia, sutileza y diversidad
Carlos Tarín
A los apuros a los que nos referíamos no vinieron con este tiempo, ni siquiera con el último, aún más endemoniado, lo hicieron con el más lento, el 'Andante'. No es que sea fácil, pero no lleva la velocidad de los otros dos; sin embargo, Rondeau iba encadenando pequeños tropiezos, que nos parecía deberse a haberse dedicado a los tiempos más difíciles y haber dejado este para echarle un vistazo o incluso tocarlo a primera -o segunda- vista.
De todas formas, lo que escuchamos nos resultó excepcional: las notas sonaban con una articulación precisa y luminosa, o se concentraban provocando un auténtico festival de armónicos, repartiéndose cadenciosamente por la sala en completa oscuridad, sin más iluminación que el reflejo de la escasa luz que llegaba del escenario. Podíamos oír por igual todas las notas emitidas, que normalmente se quedan ocultas por la función de acompañamiento de la mano izquierda -o a veces derecha- del piano. Nos sorprendió el calor de los aplausos para un instrumento que 'a priori' no tiene el predicamento del violín, el violonchelo o el piano, reyes habituales de los recitales de música.
Entendemos tanto este concierto como el de Villanueva como una toma de contacto, a la espera de más. En concreto, no nos importaría oírle a Rondeau sus famosas 'Variaciones Goldberg', Scarlatti, Rameau o cualquier muestrario de la rica literatura francesa para clave.
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