Crítica de ópera
Un 'Don Giovanni' de cine
Los aficionados tenemos en la cabeza esa versión maravillosa del 'Don Giovanni' de Losey, porque la acción trepidante, su ritmo incesante, la sucesión de escenas se montan en aquella película o en esta puesta en escena de maneras muy parecidas. Y el efecto, igual de disfrutable
Carlos Tarín
El Festival de Ópera de Sevilla y la programación del Maestranza nos están dando la oportunidad de oír en poco espacio de tiempo (escasísimo, diríamos) la larga relación de Sevilla con la ópera, y a la vez aunar o contraponer dos títulos icónicos de la ... historia del género: 'Carmen' como 'femme fatale' y 'Don Juan' como conquistador de féminas, ambos con Sevilla como telón de fondo, los dos con víctimas de amor por medio (no entramos en 'cantidades', porque tendríamos que hablar de 'calidades'), y uno y otro muertos violentamente -la una por su amante y el otro por las fuerzas del mal-, aunque la principal causa de muerte sea su atractivo irresistible.
'Don Giovanni' es una ópera intensa, de resistencia, de ardores y sudores, de mucho movimiento. La escenografía nos presenta esa típica estructura modular sobre un escenario que gira cuando es necesario; pero a diferencia de otras producciones, esta es suavemente mecánica, y lo novedoso es que los giros sirven para hilvanar milimétricamente las secuencias, como la transición entre una escena y otra de una película. E incluso duplicar la velocidad de giro al terminar la escena de la fiesta, cuando don Juan huye, complementado por una luz tormentosa. Sólo nos distanción el momento de la cena, porque una cosa es el minimalismo, la renovación de los elementos sin sustento suficiente: si no hau alimentos y amo y criado comen como salvajes, y en vez de comida muerden a las chicas... Si en vez de una mujer lo dirige un hombre no sé qué se diría. Además de matar detalles divertidos, como cuando Don Juan ve comer con ansia al criado y para ponerlo en evidencia le pide que silbe.
Magnífica y original la coreografía de Ransom Phillips, el vestuario rico, acorde y a la vez dispar. La iluminación complementó el dinamismo de la puesta en escena.
El elenco para esta ópera es grande y de importancia, como demuestra la cantidad de arias que se les asigna a cada uno. De ahí la necesidad de contar con cantantes de primera línea, como ha sido el caso. Sería difícil a los mejores. Al Arduini de las últimas 'Bodas de Fígaro' le apreciamos notable mejoría en este Don Juan, con agudos casi tenoriles, medios y graves brillantes. Es un rol de no excesivas arias, pero sí de fluidos recitativos que se integran en los diálogos -sobre todo con Leporello- con gran flexibilidad.
A su lado una Ekaterina Bakanova (Doña Ana) estuvo gozosa, penetrante, delicada. Su voz está cargada de lirismo, aunque no duda en convertir su canto en dramático cuando su lastimero personaje lo exige. Gran aplauso para su 'Non mi dir', por sus vibrantes trinos, marcadas coloraturas e intensidad de canto.
El Don Ottavio de Marco Ciaponi es la voz que siempre soñamos para un personaje así. Es verdad que no cantó 'Il mio tesoro', que se oyó en el estreno de Praga, y que se sustituyó por 'Dalla sua Pace' en el estreno de Viena, dada la dificultad de la primera aria. Así que el tenor puede elegir, pero lo habitual es cantar las dos, y no privarnos de dos joyas de belleza extrema. El 'Da Capo' de 'Dalla sua Pace' lo cantó en el pianísimo más increíble en que hayamos oído este aria, con adornos incluidos, sin que se le cortase la voz.
George Andguladze (Comendador) es de voz gruesa, oscura y aún así bastante inteligible, tal vez la voz que uno se imagina de un muerto. Hubo la solemnidad siniestra que se espera. Julie Boulianne (Doña Elvira) es una mezzo de timbre bellísimo, que brillaba en su oscuridad incansablemente; tal vez tuvo algún problema en la zona más grave, pero compensada por una fuerza rayana en la fiereza.
David Menéndez fue un Leporello que supo cubrir su amplio espectro, más oscuro que Arduini, pero de dicción suficiente y muy eficaz, como al duplicar la voz de su amo pàra sustituirlo en la escena de Doña Elvira (una atrevido travestimento de Mozart para igualar las clases sociales).
Y si hablamos de brillo, miremos hacia la deslumbrante Marina Monzó como Zerlina, ejemplar, ya desde el famoso dúo de 'Là ci darem la mano', con buena sintonía con Arduini. Voz llena de tersura, colorido, volumen y cargada de matices, la pudimos en 'Senti un po' o 'Batti, batti, o bel Masetto' o 'Vedrai carino', con una introducción de las trompas como si estuviesen fuera del foso, y eso que son sólo notas tenidas y un breve juego de tres. Tuvo un Masetto que dio la talla completamente: buena voz, perfecta dicción y fuerza. El coro del Maestranza, a la altura.
Un aparte para la orquesta que dirigió Iván López-Reynoso: consiguió dotarla de espacialidad, dejando oír cada instrumento, llevándola al extremo de la matización. El ejemplo de las trompas es extensible a cualquier otra parte de la obra, porque oímos una orquesta conjuntada por sus individualidades, con un esparcimiento de la escena tremendo.
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