Los Niños Cantores de Viena, en el Teatro de la Maestranza: «Ángeles insustanciales»

El título genérico del concierto, 'Homenaje a Johann Strauss y sus contemporáneos' se refiere especialmente a Johann Strauss hijo, del que se cumplen los 200 años de su nacimiento, y así oímos algunas de sus más señaladas obras y sólo una de su padre ('¡Para siempre!), y otra como propina, la marcha Radetzky, con aplausos incluidos, y uno de los niños indicando al público y cuándo y con qué intensidad debían tocar.

Un coro de niños es siempre complicado y necesita de valorar condicionantes propios de su edad, desde la estabilidad de su afinación hasta el control que tienen sobre el aparato fonador, algo que seguro que le enseñan durante su estancia en el internado. Pero ellos han constituido la escolanía icónica en el mundo, como demuestran los siglos de existencia de la propia institución. Por eso, la exigencia debe ser mayor y, sinceramente, esperábamos más.

Y eso que la primera obra nos causó una buena impresión: el coro estaba separado por el piano, y la sensación de 'estéreo' para los pasajes imitativos o dialogantes permitían una sensación de movimiento, un desplazamiento del protagonismo muy palpable: el 'Vals del Emperador' que abría el recital daba esa sensación, y continuaba con el protagonismo de los dos chicos coreanos en 'Alzaré los ojos' de Mendelssohn, que presentaban buen tono y conjunción. Pero a lo largo de las 'Cuatro canciones' de «La fuente de la juventud», op. 44 de Brahms empezamos a observar que la parte más grave apenas se oía y tampoco esa plenitud que otorgan sus sonidos a la 'corporeidad', al sustento del conjunto. Y, por otro lado, junto a este desequilibrio tímbrico, se observaba un desajuste en las entradas -no en todas las piezas-, aunque no sólo en las entradas, sino también en los consecuentes de estos retrasos en algunas voces, lo que originaba confusión en texturas que 'a priori' no deberían ofrecer grandes dificultades.

Por otro lado, algunos arreglos siempre pueden adaptar mejor un original al coro infantil, pero que en el caso de 'El rey de los elfos' D. 328 de Schubert el (des)arreglista Oliver Gies decidió dulcificar la crudeza del texto (un hijo muere en brazos de su padre, tras una persecución del rey de los elfos). Tal vez habría que plantearse si los niños debieran cantar estos textos, antes de que el 'ostinato' asfixiante durante la huida de padre sobre un caballo (una nota repetida hasta la extenuación) quedara reducido a una especie de juego onomatopéyico en la voz de los infantes.

Se libraron de esto las obras más trilladas, como los valses 'El espíritu de Viena', 'El Danubio azul' (Strauss II) o la habanera 'La Paloma' de Yradier, cantada en un español estupendo; y aún 'Chim Chim Cher-ee' (Mary Poppins). Pero no pudieron con 'What Was I Made For (de 'Barbie') o 'Bajo el mar' (de 'La sirenita'). En general adoptaron una interpretación muy plana, corta en dinámicas, acentos, matices; y eso que Icochea nos pareció un excelente pianista (lo que incluye controlar lo antedicho).