Premios Oscar 2010

Fotograma de 'Malditos Bastardos'.

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Este cinéfilo autodidacta de videoclub, este niño bonito de los festivales, este sumo sacerdote de la parroquia friqui global, es demasiado deslenguado, excéntrico, posmoderno y pagado de sí mismo para gustar a esos académicos fabricantes de consenso

Quentin Tarantino no tiene el perfil adecuado para triunfar en la gala de los Oscar. Este cinéfilo autodidacta de videoclub, este niño bonito de los festivales, este sumo sacerdote de la parroquia friqui global, es demasiado deslenguado, demasiado excéntrico, demasiado posmoderno y demasiado pagado de sí mismo para gustar a esos fabricantes de consenso que son los académicos americanos. Tarantino es brillante y lo sabe, y su cine tiene una autoconciencia de autor en primerísimo término, por más que trabaje siempre con referencias ajenas, que no le abandona desde los días en que debutó siendo un hambriento cineasta indie.  

'Malditos bastardos' no es desde luego una excepción a todo lo que se acaba de decir. Una vez más Tarantino parte de un género popular, aunque históricamente no haya sido el más oscarizable, como es el género bélico y le da las suficientes vueltas de tuerca para que se convierta antes que nada en una excelsa tarantinada. Los fans de 'El desafío de las águilas' o 'Doce del patíbulo' o cualquier otra crónica de guerrilla americana (más que del género de batallas y campañas propiamente dicho) tienen  motivos para sentirse molestos, o como mínimo distraídos, por las digresiones en las que incurre la trama, o mejor dicho, que constituyen la trama: como es norma de la casa, Tarantino construye la película a base grandes bloques casi autónomos que le permiten lucirse como dialoguista y estirar la situación que le interesa hasta convertirla en un tour de force. No estamos desde luego ante un narrador modesto que se ponga al servicio de la historia... ni de la Historia pues, como es notorio, aquí se complace en reescribirla (mata a Hitler antes de tiempo, sin ir más lejos, dejando como un trapo al esforzado Tom Cruise de 'Valquiria') para demostrar su particular y gozosa tesis de que el cine tiene más potencia que la realidad. Pues no hay que equivocarse, ése es el tema de 'Malditos bastardos', y Tarantino siembra todo tipo de pistas de cual es el genuino subtexto de una película atravesada por todo tipo de referencias al cine (nada nuevo en este cineasta, por otra parte). Un espía inglés que en época de paz era crítico de cine, un nazi cinéfilo, una sala de cine que sirve para acabar la guerra... Incluso el excelso personaje del coronel Landa (qué bueno el actor austriaco Christoph Waltz), que le permite a Tarantino disparar sus mejores tiros desde su memorable secuencia inicial en la granja, no deja de ser una variación sobre el nazi de cine que han encarnado desde Otto Preminger hasta Klaus Kinski; mientras que el Hitler de Tarantino está más cerca del títere de Chaplin que del genial Bruno Ganz de 'El hundimiento'.

Pero por encima del palimpsesto (si se rasca la superficie, aparecen otras películas) o, precisamente por serlo, 'Malditos bastardos' revela sobre todo un placer por hacer cine, y por compartirlo con un público formado delante de una pantalla, que debería ser lo primero que debieran apreciar los académicos, si no les ciega la envidia o el rencor ante alguien que les recuerda con altanera chulería por qué decidieron una vez dedicarse a esto del séptimo arte.