Máximo Huerta se emociona al relatar su dura infancia, marcada por la complicada relación con su padre: «Me daba miedo incluso sin decir nada»

«La idea es que los invitados rompan a reír y a llorar, porque creo que es necesario hacerse añicos por esos sentimientos. He de decir que todo el mundo nos decían 'no lloraré'. Hasta Bustamante. Pero han llorado todos», avanzó el creador de 'Pulseras rojas'. Aparte de Huerta y el cantante de San Vicente de la Barquera, recorrerán 'El camino a casa'Norma Duval, Alaska, Roberto Leal y el Cordobés.

El ex político, periodista y escritor será el primero que escarbará en los recuerdos de la infancia, a fin de compartirlos en el programa de La Sexta. «Una noche de muchas emociones», según desvelaron los invitados. «El viaje de Máximo Huerta fue fuerte. Reí, lloré, lloré, lloré y lloré. Me dije 'se fuerte', pero no lo fui. Tenía un día en el que me deshice de emociones. Fue como volver a Buñol, de nuevo a los 7 años», avanzó.

Huerta contó cómo fue su vuelta al colegio donde estudió. Y es que nunca había vuelto a entrar en su clase. «Me pareció muy pequeñita», comentó. En el centro reencontró además con un profesor al que admiraba, don Melchor y bromeó con que «ya no es aquel hombre, ahora de repente somos dos señores de la misma edad».

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Pero en 'El camino a casa', el escritor tuvo que enfrentarse a los fantasmas de una infancia durísima, marcada por su padre. «Me prometí no hablar, pero es inevitable relacionar la infancia con mi padre», afirmó en 'El Hormiguero'.

El progenitor de Huerta, fallecido en 2017, fue un hombre complicado, como él mismo ha contado en otras ocasiones. «Yo ahora no recuerdo su cara. Ni siquiera la voz que tanto miedo me daba. Pero Albert hizo algo que me destrozó: me puso frente a su olor. De repente, mi padre estaba ahí otra vez. Ahí entré en barrena… Lo vi en el bar, en la tragaperras, en casa, oí los gritos. Y lo quise compartir», adelantó el escritor.

Ahora asegura encontrarse en paz, aunque le es inevitable no emocionarse cuando recuerda aquellos años. «En cuanto oía las llaves de casa, es como si, de pronto, todo el ejército se pusiera firme. Cambiaba el espíritu, esa intimidad bonita que había entre madre e hijo. Entonces, le echaba de menos, pero deseaba que no llegara. Es muy duro. Me daba miedo incluso sin decir nada, solo oyendo las llaves. No estoy diciendo que luego entrara y pasara algo más grave, sin embargo, la posibilidad de que pasara algo malo, era peor», se sinceró al ver un adelanto del momento que puso Motos.

Incluso prefería no salir para no dejar sola a su madre, pues creía que «yo era su protección; su seguro de vida fui yo». «Lo que queda hoy de mí, es lo que se salvó de aquel crío», concluyó.