Contra las evidencias

Habiendo ya eso que se llama un 'true crime' la serie profundiza en el misterio con el material de la ficción. Como si extendiera varios planos superpuestos, la serie desarrolla a la vez, de manera elegante, el pasado, la vida conyugal, la noche de la muerte y el juicio posterior hasta acercarse a un futuro, cercano, en el que Michael Peterson ha rehecho su vida.

Estos hilos temporales tejen a la vez que destejen, y si parecen querer desanudar el misterio también componen el relato de la destrucción familiar (un retrato según la conocida frase de Tolstoi ) y un estudio de la personalidad de Peterson. Para esto, Colin Firth , que lo interpreta, se libera (difícilmente, le cuesta) de su aire patricio, digno y confiable.

El caso fue objeto de un documental mientras se juzgaba. La realidad estaba ya siendo contada. Así que hay material del Peterson real explicando su versión de los hechos en su casa, su cocina, su jardín... Firth calca a este hombre. Percibimos su nerviosismo y a la vez su pasmosa serenidad, la retórica exculpatoria, los tics, lo que dice y no dice… Todo esto nos permite una mirada pericial que se acompaña de otra más profunda y personal que la contrasta de un modo llamativo. Firth dijo que sintió que interpretaba a más de una persona. Reproduce ese Peterson conocido y a la vez logra un Peterson suyo, propio. Y no es la ficción acudiendo al rescate del criminal. En los primeros episodios ya queda bien claro que Peterson mentía, que se había creado una moral a la medida, pero también se construye un personaje complejo que pudo ser víctima verosímil de alguna circunstancia. A eso sí contribuye Firth con los metales nobles de su gestualidad: logra interpretar a un culpable del que la inocencia, de alguna forma y contra las evidencias, no se ha borrado del todo.