Gracias, Buenafuente, por tanto

No puedes bromear con el jefe (¿la tele pública, de quién depende?) pero al Rey Emérito le has tatuado como a un pandillero en un videocutre hecho con la IA y le has puesto a hacer el gilipollas

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Ay, gracias, Buenafuente, por tu monólogo de ayer. Qué risas, madre. Con la falta que me hacía después de todo el día currando, de hacer compras, preparar comida, facturas, gastos, que si para arriba, que si para abajo, ahora cena, ahora recoge la cocina… Y ... por fin me siento delante de la tele, me desplomó mejor dicho, y me digo «venga, merecido premio, vamos a ver a Buenafuente y nos reímos un rato».

Y vaya si nos reímos, es que no defrauda el tío. Que estaba muy preocupado por todo, que no le gusta nada lo que está pasando, y que se sienta en las escaleras a comentárnoslo un poco así, en confianza, fuera de carta.

Primero me puse tensa, por si nos iba a abroncar él también por opinar mal o algo. Pero enseguida me di cuenta de por dónde iba y se me empezó a escapar la risa tonta. Arrancar un programa de humor tomándote tan en serio a ti mismo y tus particulares opiniones es de tenerle muy cogido el punto al humor elevado y sofisticado, celestial pero del cielo a mano izquierda, porque todo el mundo sabe que para hacer mofa de lo que sea hay que empezar por el lado bueno de uno mismo. Muy bueno, Andreu, y muy sutil.

Pena que no me diera tiempo a ir a por palomitas para disfrutar el resto. Que menos mal que él, decía, sí puede hablar en libertad en una televisión pública, no como Jimmy Kimmel al que acaba de quitar el programa el totalitarismo fascista, ese que acaba de inventar la cultura de la cancelación. Dios, qué risa. ¡Esa sí que es buena! Después de tantas cancelaciones woke hacer como que te preocupas ahora por esta es muy muy fino. Yo igual habría dejado caer que, en USA, si mientes en la televisión y no te retractas, es motivo de despido justificado, que no es la primera vez, que el propio Kimmel celebró el despido de Tucker Carlson en la Fox por sus comentarios hace unos años, eso también daba para chiste. Por enfatizar mediante el contraste.

Pero, oye, es su monólogo y yo ahí no me meto que la creatividad de cada uno es soberana. Inmediatamente, se pone tan serio -muy serio- y dice que él no va a alimentar el odio, que no es su rollo... Que me pongo seria al instante yo también. Mierda, me va a pillar con el pie cambiado. Pero no, enseguida remonta porque le tiene muy cogido el ritmo a lo de la risa: que si no hay que tolerar que Ayuso compare el lanzamiento de vallas en una competición deportiva con un Sarajevo en guerra (y ja ja), que no se puede consentir que Tellado diga «fosas» porque su abuelo (el de Buenafuente) está todavía en una (y ja ja), que no se pueden gritar improperios a nuestro presidente: «No quiero vivir en un país donde es normal llamar hijueputa al presidente del gobierno», dijiste. Defensa con sartenes de teflón. Ahí no se te pega ni la corrupción.

¿La tele pública, de quién depende?

De lo que te escucho, lloro, entre carcajadas, y se me escapa un poco de pis. El tío Buenafuente ha jugado aquí de manera magistral la carta de la contraposición entre lo que afirma que va a hacer y lo que hace en realidad. Porque lo que hace realmente es de primero de comedia pero él lo ha elevado a nivel magistral. No puedes bromear con el jefe (¿la tele pública, de quién depende?) pero al Rey Emérito le has tatuado como a un pandillero en un videocutre hecho con la IA y le has puesto a hacer el gilipollas como si fuera un Sergio Ramos cualquiera, en camiseta de tirantes, llorón y reguetonero. ¿En vez del por qué no te callas, por qué no te atreves al menos una vez con el presidente, guapetón? Igual sobra esa coma. Para ti sería una demostración de humor valiente, insuperable, algo de rebeldía, pero no va a pasar. Dan mucha vergüenza ajena esos golpes bajos y luego te pones tan serio con esos pucheros contra las campañas de deshumanización. Me río de puro pensar en ti.

Contraposiciones geniales que hace una, como cuando Gila decía aquello de «me has matado al hijo pero qué risas, madre». Todavía me gusta más el subtexto, esa interpretación literal que obvia lo metafórico del lenguaje abstracto para buscar la hilaridad a través de lo, de tan banal, rayano en lo absurdo. Me recuerdas a los grandísimos Tip y Coll enseñándonos cómo utilizar un vaso y es todo tan distinto que me dan las toses. Aunque para valentía, eso sí, terminar hablando de genocidios muy serio.

Poca broma. ¡Suspéndanse todas las obras frívolas (toda peli divertida, luto en los musicales, ciérrense los teatros, aniquílese el ocio) en todo el globo hasta que aquí no muera nadie si no es por causas naturales! Hay que ser muy valiente para coger el buenismo imperante, la agenda estatal, en la televisión pública además, y darle la vuelta irónicamente para evidenciar esa falsa afectación y esa sincronía medidísima. ¡Humor estatal! ¡Garrafa mundial! Solo los grandes pueden. Grandes y valientes. Y, para colofón, guinda perfecta, acaba el muy monstruo con un «esto no va de nada más que de no dar vergüenza ajena». Vergüenza ajena. Olé tus huevos morenos, campeón. Menudo bañito les ha dado.

Lo que ha hecho Buenafuente al arrancar su programa será recordado como una joya del humor nacional (bueno, nacional sin ofender. Español bien, quiero decir. Español que paga bien pero poco español, lo justo. Reconociendo la especial idiosincrasia catalana desde el respeto y la conciliación de la nueva cosmovisión de excepcionalidad solidaria y tal). Al nivel, no me líen, y no menos, del cocodrilo pornográfico de Faemino y Cansado o el partido de filósofos de los Monty Python.

Siete minutos de comedia perfecta simulando estar hablando en serio para arrancarnos una carcajada. Eso es ser un humorista que se viste por los pies, sí señor. Un jefazo de lo suyo. Lo fácil habría sido sucumbir al discurso hegemónico, dejarse llevar por ese «estar en el lado bueno de la historia», asegurarse el pan con el sudor de tu frente. Atizarle al fácil, al señalado. Pero fiscalizar al poder, poner en cuestión el mensaje imperante, y hacerlo a través de un humor nada zafio ni vulgar, imitando el mecanismo actuante, eso no lo hace cualquiera. No lo vimos venir. El húngaro Sándor Ferenczi ya nos avisó de que mantener la seriedad es la primera señal de que la represión funciona bien. Gracias, Buenafuente, por resistir.

Y gracias por hacerlo desde el humor, que es una de las armas más eficaces con las que cuenta la libertad. Pero no la libertad de prohibir. Eso lo sé de buena fuente.

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