Televidente
Un señor de Cáceres
El veraneante no es un vago o un cínico, en contra de lo que piensan los locos del trabajo o la rectitud moral (no siempre son los mismos, no suelen), sino que es alguien que se preocupa por las cosas, pero en diferido
El infinito en un mitin
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Iniciar sesiónEl lunes por la noche, después de un día larguísimo de tertulias, sorpresas y recogidas de cable, cuando ya casi todo el mundo conocido tenía una opinión de lo sucedido (España se hunde, el miedo ha condicionado los resultados, somos pioneros en Europa al frenar ... la ola reaccionaria…), un señor de Cáceres se sentó con un amigo en una terraza y le preguntó: ¿al final qué ha pasado con las elecciones? El suceso, increíble pero cierto, terminó sin heridos, aunque una mujer que paseaba por la zona lo escuchó y quedó estupefacta, tanto que no tuvo más remedio que romper a reír después de dos semanas preocupada por el futuro de la nación, que es una losa demasiado pesada para un mes tan ligero como julio.
De ese hombre no sabemos si era uno de los más de doce millones de abstencionistas (es decir, de demócratas no practicantes, como los católicos que no van a misa pero se casan por la Iglesia, no sé por qué nos extraña que haya tantos) o simplemente era un despistado. Y en el fondo da igual si lo uno o si lo otro, porque su duda era genial, casi socrática, y resumía en su sencillez la condición del veraneante, que no es un vago o un cínico, en contra de lo que piensan los locos del trabajo o la rectitud moral (no siempre son los mismos, no suelen), sino que es alguien que se preocupa por las cosas, pero en diferido. El veraneante observa la actualidad desde una distancia que es tanto física (siempre está lejos de Madrid) como espiritual, pues piensa que la agitación de Ferreras con el pactómetro es de otra especie, seguramente anterior. Su mirada, envidiada y odiada, es el resultado de una técnica depurada por el sol, antigua como la pesca: no en vano se cree que viene del mar, como la democracia, que después se extendió por los ríos... Esta técnica exige más compromiso que talento: se llama vivir. Sí, hay gente capaz de levantarse por la mañana y no encender la televisión, de cocinar sin escuchar los informativos de la radio, de sestear solo con el ruido de su propia respiración, de pasar la tarde de aquí para allá, quizá leyendo un libro o paseando, y que al llegar la noche, ya con el día hecho, se sienta con su amigo y le pregunta: ¿al final qué ha pasado con las elecciones?
La civilización es ese señor de Cáceres.
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