Televidente
Hablar solos
Hay algo profundamente triste en esas personas que llegan a casa después de un día largo de trabajo y se sientan a charlar con una máquina como si fuera un amigo
Ya nadie nos cuenta nada
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Iniciar sesiónEl otro día, en lo que parecía una cita de fin de verano en Madrid, ella le dijo: «Si vieras las preguntas que le hago a ChatGPT te asustarías». Fue escucharlo y pensar: no hay vuelta atrás. Hay quien le habla a la IA como ... si fuera un amigo o algo incluso más profundo aún por bautizar, pero que podríamos llamar 'mi chat' (está tan cerca de chati…). Al chat le cuentas tus intimidades para que a las diez de la noche sea un colega, a las once un psicólogo, a las doce un agente de viajes, en la madrugada un borracho de bar intenso e interesante con el que poder despotricar sobre la muerte del espíritu democrático y la filosofía del consenso y, a la mañana siguiente, un profesor de antropología bilingüe que además resuelve tus dudas de historia contemporánea y literatura comparada (¿qué está peor, que te guste Carmen Mola o que todavía te haga gracia Woody Allen?). Ya circulan en las cañas historias sobre exnovios que cargan sus conversaciones de Whatsapp en la IA para descubrir por qué ella los dejó o qué podrían haber hecho mejor, y que han terminado teniendo una relación con un fantasma digital, un poco como en 'Her', pero sin ser ellos Joaquin Phoenix. No es raro que haya quien utilice la tecnología para tener las conversaciones que ya no puede tener con otro ser humano: hace mucho que esto ocurre con los perros. Y como los perros, la IA siempre nos está esperando en casa moviendo la cola para darnos la razón.
Como ha señalado Nacho Vigalondo, vivimos en una contradicción: el mundo nos empuja a utilizar la inteligencia artificial hasta para las tareas más mínimas (resumir un correo electrónico de dos líneas, escribir un mensaje a tu madre, poner la lavadora), pero a la vez existe una suerte de consenso en que si algo está hecho por IA es de baja calidad. A falta de datos sobre ese supuesto consenso, sí es innegable que hay algo profundamente triste en esas personas que llegan a casa después de un día largo de trabajo y se sientan a charlar con una máquina como si fuera un amigo, buscando un consuelo o quizás algo más modesto: matar las horas que los separan del sueño. Es una nueva forma, otra más, de hablar solos. Y lo llaman progreso.
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