Televidente
David Beckham, Victoria Adams y la vergüenza de clase
El gag de Victoria Adams no está demasiado lejos de ese espécimen capaz de dar la chapa con la opresión del capital con la camiseta planchada por la «chica que viene a casa» (nunca dirán chacha, ni que pagan «en 'b'»)
Pelar champiñones
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Iniciar sesiónLa escena es tan fascinante que hay que repetirla otra vez, no sea que la cortina de humo de la guerra (ups, las guerras) nos despiste. Victoria Adams está en un salón como de revista, con un jardín al otro lado de la ventana que ... seguro será un edén. Está recordando los inicios de su relación con David Beckham, y de repente fantasía: «Ambos veníamos de familias muy trabajadoras. Nuestros padres trabajaban muchísimo… Somos de clase trabajadora». En esas su marido saca la cabeza por la puerta como Jack Nicholson en 'El resplandor' y suelta: «Sé sincera».
—Estoy siendo sincera.
—¿Qué coche conducía tu padre cuando te llevaba al colegio?
—Depende.
—No, no, no. ¿Qué coche?
—Bueno, no es una respuesta sencilla –regatea ella, quizá pensando si le dice el de los miércoles o el de los jueves.
—¿Qué coche?
—Vale, en los ochenta tenía un Rolls-Royce.
Él le da las gracias y se retira del plano con una sonrisa en la cara, quizá para seguir recolectando su propia miel, que es como empieza el documental que Netflix ha dedicado al guapo de los galácticos. Así se cierra uno de los mejores diálogos del año, que viene a concretar un giro copernicano que ya avecinó Ágatha Ruiz de la Prada en 'Telva' hace un lustro: «Mis hijos nunca supieron si eran ricos o pobres». Esto es, el paso del hidalgo muerto de hambre que se llena la barba de migas de pan para fingir ante sus vecinos que acaba de comer al niño de bien comprándose zapatillas sucias (esto es, ensuciadas); de Gatsby ocultando sus orígenes humildes a la cúpula fundadora de Podemos escondiendo su pedigrí; del abuelo avergonzándose de su pobreza al nieto avergonzándose de su bienestar.
El gag de Victoria Adams no está demasiado lejos de ese espécimen que presume de haber ido a un colegio público como si aquello fuera Vietnam y él un veterano de guerra («yo sobreviví a EGB»); o de ese otro (u otra) capaz de dar la chapa con la opresión del capital con la camiseta planchada por la «chica que viene a casa» (nunca dirán chacha, ni que pagan «en 'b'»). La lucha de clases convertida en farsa de clases, en autodeterminación de clase: el sentimiento por encima de la herencia.
Claro que en el supermercado han precintado el aceite de oliva como si fuera un perfume. Y no es por Victoria.
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