Montalbano, plan de verano

Podríamos comparar a Montalbano con Bosch, otro gran detective moderno. Los dos de negro, bajitos, con poco o ningún pelo. El americano tiene una casa en las alturas de Los Ángeles, y Montalbano vive junto al mar; uno mira la ciudad con jazz de fondo, el otro nada y sorbe su café. A los dos les gusta comer y viven en un régimen de semisoledad. La comida les es más necesaria que la mujer.

Montalbano tiene una relación a distancia con Livia, que es alta y rubia y trabaja en el norte. El episodio final de la serie decidirá esta cuestión, sobre la que nada se debe revelar. Livia, diferente pero siempre la misma, demuestra bastante paciencia y aguanta años y años. ¿Es verosímil?

Montalbano tiene un sentido de la justicia que no proclama, razón por la que resulta simpático. Es indulgente con los demás y su carácter, que lo tiene, se esfuma en las puras formas de su gesticulación.

Todo allí, el crimen o la justicia, parece subordinado a un equilibrio solar que incluye el mar, la pasta y el pescado, el amor y las formas de relacionarse, entre las cuales la jerarquía parece un modo de amistad.

Viendo a Montalbano a veces olvidamos la trama. Nos gusta el mero reflejo de la vida en el comisario y cómo su juicio decide, de forma silenciosa, muda, lo que es normal y lo que será motivación espuria del criminal. Esa anomalía Montalbano la revela con una sonrisa .

Parece el guardián (sacerdote del después, puntual) de un orden siciliano, natural, anterior, fuera de todo. En la serie hay una cierta irrealidad, una especie de vacío humano, como si los paisajes mandaran sobre las personas. Hay mucho verano en Montalbano.