'Atenea', dinamismo para nada

La película de Netflix de Romain Gavras recuerda a la reciente ‘Los Miserables’ pero en peor

Fotograma de 'Atenea', dirigida por Romain Gavras Netflix

Se esperaba mucho o al menos un poco de ‘Atenea’ (Netflix), película de Romain Gavras sobre la violencia en los suburbios franceses, pero deberíamos ajustar nuestras expectativas. ‘Atenea’ recuerda a la reciente ‘Los Miserables’ (2019) pero en peor. ‘Los Miserables’ es Shakespeare ... por comparación, y las dos palidecen ante ‘El odio’, cuando el tema apareció en el cine de los noventa.

‘Atenea’ tiene un gran mérito técnico, un uso virtuoso del plano secuencia, pero todo ese dinamismo no contribuye a nada. Quizás el objetivo sea ese: reproducir, sin más, la velocidad actual de los acontecimientos. Es un retrato conseguido, incluso preciosista, de la violencia, del tumulto, de la barricada, como si el barrio fuera la grada de un estadio turco con tifos, bengalas y pedradas. No hay mucho más: una referencia mitológica, los hermanos-arquetipo, solo cierta belleza alrededor del barrio como laberinto y del altercado como ‘performance’.

Además de lo visual, ¿nos quiere decir algo este cine reciente? Parece que se agrava la realidad de los barrios, las zonas ‘no-go’ se convierten en fortalezas en una guerra declarada por el extremismo juvenil, casi infantil. Una rabia despolitizada y no religiosa, de reacción. Se anuncia una revuelta de la última generación, hábil para coordinarse como un solo cuerpo (como en ‘Los Miserables’, la tecnología tiene un papel); la colorida profusión de ropa deportiva da identidad y vida al gris cemento de los bloques. Francia, el nosotros republicano, queda reducido a la figura del antidisturbios y a los mensajes irritantes de los periodistas que salen de una tele que nadie ve... Nos acostumbramos, como con el Black Lives Matter, a una violencia de color, a entender la algarada como forma posible de expresión, hasta cierto punto legítima, y se suspende el juicio, no hay malos ni buenos, solo la ominosa presencia de ‘la ultraderecha’, único polo contra el que pudieran unirse barrio y Policía, un entendimiento aún lejano que intentan personajes con un pie en cada mundo, desgarrados por lealtades incompatibles.

Todo esto tendría un pase si nos lo contara un Tavernier, y no alguien reproduciendo un videojuego ideal de fuego e ira.

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