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El Contenedor

Cómo vivir a la intemperie en tu propia casa

Varias familias son despojadas de todas sus pertenencias durante diez días

ANTENA 3
Bernardo Álvarez-Villar

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El contenedor

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El contenedor

«El Contenedor» de Antena 3 se hace pasar por un leve programa veraniego, de esos que se describen como «refrescantes» y que no tienen más función que la de rellenar la alicaída parrilla estival. El programa consiste en despojar a varias familias de todas sus pertenencias durante diez días y ver cómo se las apañan para sobrevivir en la intemperie de un hogar del que se han llevado hasta las cortinas. «El Contenedor» se presenta como un experimento simpático y original aliñado con su pertinente dosis de paparruchas metafísicas: «Los participantes van a descubrir quienes son realmente» y cosas del estilo.

Por fortuna, esa retórica paulocoelhista es lo único que sobra en «El Contenedor». Es curioso cómo, pese a que vivimos en una abundancia excesiva y disparatada, seguimos intuyendo que la felicidad más auténtica es la de los ascetas y los ermitaños. «El Contenedor» sabe hurgar con gracia en esa contradicción que tanto nos irrita y que retrata lo ridículos que solemos ser los acomodados ciudadanos primermundistas. Obligarnos a prescindir a todos esos trastos que se nos amontonan en casa es ponernos al borde mismo del colapso, y los participantes de «El Contenedor» deben lidiar con ese vacío que nos aterra y seduce al mismo tiempo.

Ese desprendimiento extremo queda muy resultón en pantalla, pues es capaz de hechizar al espectador sin necesidad de deshacerse de ni una sola de sus veintidós camisas o de sus cuatro televisiones. Lo realmente perturbador para la audiencia de «El Contenedor» son los anuncios, que vuelven una y otra vez para ofrecer más teléfonos, perfumes, aparatos electrónicos y cadenas de comida rápida. El espectador que ponga Antena 3 un lunes de verano por la noche puede acabar desquiciado en la alternancia entre la prédica a favor de la vida austera y los persistentes mensajes que le invitan a hacer un huequito más en casa para otro trasto más.

Tampoco es que «El Contenedor» vaya a ser una experiencia iluminadora o una caída del caballo camino a Damasco. Nadie se pasará de comprar en Primark a emular a san Francisco de Asís. De todos modos, y como el programa de entretenimiento que no deja de ser, es una aproximación sugerente a la insensatez del consumismo bulímico en el que vivimos instalados.

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