El duro proceso de Óscar Casas para convertirse en un triple medallista olímpico: «Gervasio Deferr era un killer, un psicópata de lo suyo»

Óscar Casas habla con ABC en exclusiva antes de uno de sus entrenamientos en el Centro de Alto Rendimiento de Barcelona, prácticamente su casa desde hace un mes y también donde entrenó el gimnasta Gervasio Deferr para lograr el oro en salto de potro en Sidney y Atenas y la plata en suelo en Pekín. Asume el reto con la disciplina de los campeones, a base de entrega y sacrificios, pero cómodo con el desafío, en pantalón corto, camiseta de tirantes y, como talismán, unos calcetines manchados de fábrica con polvo de ladrillo. «Está siendo un proceso espectacular porque como actor te tienes que volver un poco killer y él es lo que siempre ha sido. Ha llegado a ser el mejor volviéndose un killer, un obsesionado, un psicópata de lo suyo. Como actor, para afrontar un proyecto así, en el que involucras muchas cosas, te tienes que volver un killer», reconoce el intérprete.

La jerga, desde luego, la domina. Cuando habla de palomas y peces no se refiere a los animales sino a las acrobacias que ha aprendido a hacer para que su papel en 'El gran salto' sea lo más creíble posible. Habrá doble para las escenas más complicadas, claro, pero el actor quiere conseguir hacer lo máximo, «hasta donde pueda llegar». «Al principio lo veíamos muy difícil, pero ahora vemos factible que logre llegar a hacer la paloma con mortal en potro. O sea, hacer toda la carrera exacta como la hacía Gervi, con salto, con la paloma, con la voltereta e intentar caer limpio. Las otras seis piruetas que pasan en el aire es más complicado, pero sí quiero llegar a hacer toda una entrada con su giro», explica Óscar Casas.

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El actor consigue realizar sin ayuda ejercicios impensables para el común de los mortales. Con Adri –«un crack, entrena a los chavales que van a ir a las olimpiadas»– supervisando con una mano salvadora todas sus piruetas, Óscar Casas estira, salta, cae rodando, o hace el mortal hacia atrás, sin manos. El entrenador le pregunta y él responde. A veces con descaro dice que sabe –«cuarta es cuando...» y deja que Adri continúe. Pero él siempre termina. Una y otra vez. Una y otra. Hasta que sale. «Pareces una abuela de 96 años», bromea el entrenador, con un máster en psicología, partidario de crear un ambiente distendido entre colchonetas. Pero Óscar está concentrado y se recita: «Apretado, apretado, no dobles». Da resultado. «Está es una buena paloma, es de compe», le anima Adri. Y chocan los puños antes de pasar a lo siguiente.

En la sala en la que entrena Óscar, en el CAR, se camina, por los muelles, dando como saltitos, siempre descalzo. Es donde Gervasio Deferr preparaba a otros gimnastas pero no donde se entrenó para ser bicampeón olímpico. Esa instalación será donde se colarán las cámaras de la serie de Atresplayer. El actor ya controla todas las superficies y se le ve suelto haciendo los ejercicios que le pide el gimnasta en suelo, en foso y, con ABC como testigo, por primera vez en potro. Antes de probar, Óscar carga todos los materiales. Colchoneta roja, trampolín. Se limpia el sudor de la frente. Todo listo. «Es la primera vez que hacemos potro eh», avisa. «Buah, qué heavy, es la primera vez que me veo enfrente de un potro», sigue. Y recorre el camino una y otra vez, toca el trampolín, mira, empieza y vuelve, como si fuera un púgil y estuviera desafiando al rival en el cuadrilátero. Adri le pide que mida la carrera; Óscar cumple. Luego, desde ese punto en el que terminó, le dice que haga la carrera a la inversa, en dirección al potro, donde le espera el trampolín y el salto. El caballete impone, a lo lejos, inmóvil, esperando. La carrera promete pero Óscar se frena, pone solo las manos. «Me he cagado», ríe. «Te frena la cabeza», le explica el experto. «Venga, va, va», se anima el actor. Y retoma la prueba. Silencio, solo se escuchan sus pasos. Pam, pa-pa-pa-pa, pam. Y sale. «Yiiii», exclama Óscar, contento. Casi seguro, alguien de la productora suspira entonces. «Tienen miedo, obviamente, porque te puedes fracturar o te puede pasar algo y… Pero bueno, estamos haciéndolo todo con mucha precaución y me están dejando hasta donde llego».

Y quiere llegar lejos, más allá de la sombra de su hermano, Mario Casas. «Lo que me da mi hermano es animalmente más grande que cualquier cosa de esta profesión. A nivel amor, a nivel persona, en el trabajo, me lo da todo. Pero… tengo que demostrar un poquito más que el resto. Que no solo soy el hermano. Que… puedo llegar», admite.

Para ser Gervasio Deferr, Óscar ha engordado once kilos. «Pero limpios, es decir, no de grasa sino de musculatura», aclara, feliz porque puede comer de todo. «Estoy comiendo como un loco», ríe. Pero los lujos se le van a terminar pronto. Y lo peor, también el pan.

La serie 'El gran salto', que adapta el libro homónimo en el que Gervi cuenta el infierno personal que sufrió para convertirse en campeón olímpico, tendrá dos líneas temporales. Para ser Gervasio Deferr, Óscar rondará los 74 kilos, pero tendrá que pesar mucho menos para convertirse en Gervi, el hombre que ahora entrena en La Mina, visiblemente cambiado después de los altibajos de adicciones y rehabilitación por los que pasó durante su peor momento. «Esto va a ser duro… Será a mitad de la serie cuando pasemos a la segunda etapa. Debería haber una pérdida de peso bastante grande para que haya esa diferencia, es como él realmente vivió su camino. Por tiempos es muy justo, pero voy a intentar hacer un corte de agua para bajar rápido unos cinco o seis kilos. Son bastante esenciales porque a nivel de cara se notan mucho. La idea es seguir así hasta la parte final de la serie, donde más delgado debería estar. Ya después de un mes, espero llegar ahí bastante delgado, comiendo para sobrevivir y estar bien, despierto, en la escena», admite.

Más que las subidas y bajadas de peso, impone el reto mental. Porque convertirse, no imitar, a Gervi implica sentir lo que él sintió, cuando tocó por primera vez las medallas, pero también cuando nadie miraba. Cuando la gloria no es suficiente, o por conseguirla uno se pierde. Cuando se nubla el juicio y se salta no para triunfar sino para no pensar, porque cuando se piensa a la cabeza solo viene la muerte.

«Toda esa oscuridad… es lo que más me está tocando, lo que emocionalmente me peta la cabeza. Son sensaciones muy nuevas porque vienen desde lugares muy nuevos. Una persona a la que entrenan para ser el mejor en algo desde que tiene once años, que vive en un sitio donde únicamente le entrenan para eso, que ve a sus padres una vez a la semana… ¿Qué pasa cuando todo esto no está? ¿Qué pasa cuando te enfrentas a la vida? Cuando vienen todos esos problemas que has estado tapando porque no puedes ser débil, porque tienes que ganar. Ahí vienen los infiernos, toda esa cáscara que te has montado se destruye y no eres capaz de sobrevivir. Por eso muchas veces entra el alcohol, entra un suicidio, entran las drogas. Entender todo esto toca, porque es muy extraterrestre», reconoce.

Y agacha la cabeza. Óscar se pone serio. Dice que él no tiene de momento esa capacidad de otros actores de hacer clic, de entrar, volver. «Todavía no». Así que se mete «de pleno» hasta donde haga falta; aprende, conoce y deja que el personaje le cambie. «Lo peor de ser actor es uno mismo», sostiene. Pero también es la mejor baza con la que cuenta cualquiera. «Intento ir al cien por cien durante un proceso de cuatro o cinco meses y al salir… me encanta volver a Óscar, me encanta volver a ser yo, me encanta volver a mi familia, a mis amigos. Me intento conocer mucho para saber cuando vuelvo que soy yo y me gusta mucho. Cuando estoy en la mitad del proyecto creo que no, pero cuando vuelvo a ser Óscar digo, sí, es verdad. Óscar es feliz, Óscar es un buen amigo, quiere a su familia y todos esos monstruos se quitan». Y ya no es Óscar Deferr, ni Gervasio Casas. Vuelve a ser el de siempre, Óscar Casas. Óscar.