El refugio atómico

El búnker para millonarios de los creadores de 'La casa de papel': «Es catártico meter como cobayas a unos ricos dentro de un agujero de lujo»

'El refugio atómico', ya en Netflix, encierra y tortura a un puñado de millonarios que huyen de la amenaza nuclear

Un refugio para la estupidez

Alícia Falcó en una imagen de la serie 'el refugio atómico' Netflix

Se puede vivir en paz aunque estalle una guerra. Basta tener poca conciencia, mucho dinero y volver a la caverna, a ser posible, varios metros por debajo del suelo. Incluso en el fin del mundo hay clases. Si antes éramos todos iguales a ojos de ... un meteorito o un invierno nuclear, la actual moda de los búnkeres de lujo ha terminado con la democracia de la muerte.

'El refugio atómico', la nueva serie para Netflix de los creadores de 'La casa de papel', se aprovecha de esta premisa y monta un culebrón entre la ciencia ficción y el thriller bajo tierra: con la excusa del estallido de una tercera guerra mundial, encierra a varios multimillonarios, encabezados por Joaquín Furriel, Natalia Verbeke o Carlos Salas, en un reducto inexpugnable en el subsuelo. Para levantar el Kimera Underground Park no hizo falta excavar, solo mucho espacio. Mucho más del que necesitaron la cárcel de 'Vis a vis' o La Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, aunque en realidad los cimientos son los mismos, una nave en Colmenar Viejo que ABC pudo visitar el pasado mes de noviembre y para la que, en esta ocasión, se han construido más de seis mil metros cuadrados de decorado.

Aunque la premisa inicial se parezca a otras ficciones actuales, para 'El refugio atómico' querían huir de los tonos áridos y la hostilidad que, por ejemplo, destila 'Silo'. Por eso la paleta es colorida, azul y ámbar, igual que los monos de los inquilinos y trabajadores del búnker, respectivamente. «Necesitábamos un plató 360 para rodar en continuidad y que diera esa sensación de que vives dentro. Esta es la vez que más nos hemos expandido pero siempre intentamos rodar en sitios que puedas mover la cámara en todos los lugares. Lo vamos haciendo más porque las posibilidades que te da son brutales: la identidad visual, cromáticamente, el cuidado de la luz… todo eso viene de poder trabajar en nuestros sitios, sin movernos de aquí», cuenta Pina sobre la ambiciosa propuesta. «Netflix nos decía: '¿Pero por qué no os venís a los platós y ya? Pero esta nave es nuestro tesoro, no lo queremos perder», corroboró el director de Arte de la serie, Abdón Alcañiz, durante el paseo por el set.

Del apocalipsis al culebrón

Mientras la humanidad parece extinguirse, en el elitista refugio de la nueva serie de Netflix, liderado por una teñida Miren Ibarguren, disfrutan de un spa, de un gimnasio, de pista de baloncesto… y de amores, odios, peleas y sexo. «El apocalipsis está en realidad en la vida de los personajes porque cuando se cierran las puertas es cuando empieza la gran bomba de Hiroshima dentro del búnker», señala Esther Martínez Lobato. Para Álex Pina, la otra pata de éxitos como 'Berlín' o 'Sky Rojo', 'El refugio atómico' es como una cebolla. La clave es ir quitando capas: «La serie es una matriosca porque te sientas a ver una catástrofe de los años setenta y terminas pasando del culebrón de alta sociedad a la comedia negra, hay romanticismo, drama... Hay un montón de géneros que nos sirven para dar un giro a la narrativa y sorprender al espectador».

El primer golpe de timón viene tras el final del primer episodio. Ahí todo cambia. Pero hay más, a veces casi después de cada escena. Un romance trágico, traiciones familiares, un odio descarnado o un empujón fatídico que termina con alguien muerto, un experimento sociológico. Y 'flashbacks', muchos 'flashbacks'. Pina y Martínez Lobato confirman que 'El refugio atómico' es «una serie efectista», con personajes extremos que rozan, incluso, el delirio, pero reconocen que a veces se les va de las manos. «Nosotros siempre lanzamos muchas bombas. Nos pasa que nos dicen: '¿Pero cuánto tiempo ha pasado entre el capítulo 1 y el 13?' Pues tres días. Llega un momento que no sabemos ni dilatar el tiempo, hacer el paso de varios días entre una cosa y otra y ya estamos cogidos. Es por esa necesidad de que nada decaiga y cuando estás pensando que las cosas son así, dan la vuelta y van para otro lugar», confiesa la 'showrunner'.

Y en ese lugar, la víctima son los ricos, una élite que la ficción viene maltratando desde hace años en lo que ya casi constituye un género en sí. «Tenía algo de catártico lo de meter como cobayas a unos ricos dentro de un agujero de lujo, maltratarlos o generar una ironía negra con ellos. Al final estás despellejándolos, desenmascarándolos… Nosotros utilizamos mucho la claustrofobia y la angustia para apretar e hiperbolizar los conflictos personales. Lo hemos hecho en 'El barco', en 'Vis a vis' y en 'La casa de papel'. Nos da muchas posibilidades dramáticas y esa es la razón por la que nos movemos muy bien ahí», explican los creadores. Quizás por eso el Kimera Underground, su «laboratorio», tiene tantas comodidades, porque le gustaría seguir y quedarse al menos otra temporada en Netflix.

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