«Historias de Alcafrán», vuelta al pueblo y a la comedia familiar

Eso sí, que nadie espere, pese a la ambientación manchega, ni sketches ni cameos de los populares personajes de José Mota . «Esto no es un canto a lo rural ni al tiempo perdido , es una comedia, nada estridente, muy actual y con referencias constantes a la situación actual del país. No se habla de pandemia, pero sí de lo que desgraciadamente está caracterizando a toda Europa y a todo el mundo, que son las tensiones sociales, todo lo que ocurre a los ciudadanos», explica a ABC el veterano guionista Eduardo Ladrón de Guevara («Farmacia de guardia», «Cuéntame» ), que solo tiene buenas palabras para su socio, «un maestro en lo suyo y un actor por descubrir». «El problema no es la despoblación, sino lo que le pasa a los personajes, que al final es también lo que nos ocurre en las ciudades», añade el escritor, que firma los cinco episodios de la serie con Óscar Lurueña.

Precisamente de una gran urbe llega el personaje de Álex Gadea, un joven profesor que aterriza en el pueblo con el objetivo de hacerse cargo de la escuela de adultos. «Es una llegada muy esperada por parte de los vecinos. A partir de ahí comienza a desarrollarse todo», cuenta el actor. En las calles de Alcafrán conoce a la alcaldesa (María Isasi) y sus dos hijas adolescentes; a un exalcalde corrupto (Agustín Jiménez) recién salido de la cárcel y a su mujer; a los dueños del bar (Carlos Chamarro y Ángel Ruiz); a un cura deportista (Luis Miguel Seguí), a una policía local (Mariona Terés) y su pareja (Iker Galartza) y a Margarita, una vaca cuidada por todos los vecinos, «un personaje más», asevera Ladrón de Guevara. Tras las cámaras, todos ellos estuvieron dirigidos por Moisés Ramos, con quien colaboró como director de fotografía Pablo Gómez.

El Alcafrán ficticio es en realidad el municipio madrileño de Cabanillas de la Sierra, donde grabaron toda la serie con una pausa obligada debido a la pandemia. «Para el pueblo fue un estímulo. Durante el tiempo que estuvimos por allí hubo mucha vida. Las noches de verano eran largas, la tasca cerraba un poco más tarde, los vecinos eran los figurantes... Hubo una convivencia bonita. Hay algo que tiene que ver con las bondades de los pueblos: se renuncia a ciertas cosas como el tema de la privacidad, pero el colectivo tiene más peso y la familia se extiende más allá de las cuatro paredes. Es mucho más fácil sentir así el calor de los demás, la solidaridad y hermandad», admite Gadea.

La serie, «de humor pero no chistosa», según Ladrón de Guevara, está dirigida a todos los públicos. De momento han hecho cinco episodios, y el sábado les tocará someterse al veredicto de la audiencia, «la espada de Damocles» del oficio. «Tener un éxito es un milagro. Lograr que te compren una serie ya es dificilísimo», reconoce el guionista. «No sé cómo será en el futuro. De momento esto es una tarta que se reparte cada vez en más trocitos. Lo difícil es sobrevivir, porque un éxito lo puede tener cualquiera, pero no se puede vivir eternamente de ello. Yo sigo escribiendo series, pero estoy un poco empachado de la televisión, no veo casi la televisión, nos pasa a los que nos dedicamos a ella, somos malos telespectadores. Echo de menos que se cuenten cosas que sería importante contar. Como en “Borgen”; esa serie no se podría ver aquí », zanja.