La ventana indiscreta
Los pañales del mal
No es que el terror vaya a la deriva. Es que la deriva está en la sociedad. Antes eran los bebés los que se hacían pis encima, ahora también lo hacen los 'swifties'
El 'carpe diem' es para viejos
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Iniciar sesiónSe puede asesinar con un hacha en bucle y, mientras, que suene 'Owner of a lonely heart'. O hacer gracias llamando al protagonista «rarito», que es otra forma de hablar del «mariconeo» del Papa sin luego tener que salir al paso. Si eres Netflix, ... todo vale. Hasta los tabúes. O, en su defecto, si eres un fantasma, como en 'Los detectives muertos' de Neil Gaiman, que no están muy vivos, solo de parranda.
Somos contradicciones con patas. Odiamos la violencia pero no podemos dejar de mirarla. La tirita para curar la paradoja es presentar la violencia y el horror bajo un prisma tolerable. Rebajar a rosa el color de la sangre, hibridar géneros, meter chistes para aligerar disparos. Que lo 'creepy' sea 'creepy', pero 'happy'.
La cosa va de banalizar el mal pero no como decía Hannah Arendt con Eichmann sino poniendo a cadáveres den risa o, como en 'Elsbeth', a una detective despistada y extravagante a investigar casos.
Lo define muy bien Oliver, el genial personaje de Martin Short en 'Solo asesinatos en el edificio', otro de esos 'true crime' que pasan la truculencia por el filtro de lo políticamente asumible, cuando le dice al Charles de Steve Martin: «Estás preparando un asesinato misterioso, no haciendo de DJ en la boda de un hobbit».
No es que los géneros como el 'true crime' o el terror vayan a la deriva. Es que la deriva está en la sociedad misma, cada vez más pueril, y no de forma figurada. Antes eran los bebés los que llevaban pañales, ahora también se los ponen los 'swifties' —seguidores de Taylor Swift, por si hay alguien más que no domina la jerga 'cool' de las nuevas masas–, porque un maratón en primera fila de un concierto en el Bernabéu bien lo vale.
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Decía hace unos días George Lucas, padre de todas las contradicciones y de la galaxia, que Disney no ha entendido bien Star Wars. No ha entendido que su gran invento no fue la fuerza o las batallitas de naves, sino el devolver a los niños las aventuras de las que están huérfanos con unas historias que agiten el corazón de los mayores sin ridiculizarlos. Un género donde cabían todos, los pequeños y los grandes, con palomitas, quizás, pero sin pañales.
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