La ventana indiscreta
Apología de lo sencillo
Hemos llegado tan pronto a todas partes que ni siquiera somos capaces de imaginar un lugar al que escapar de la vida un rato
Un refugio para la estupidez
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Iniciar sesiónVivimos en una película de Antena 3. Una de esas en las que fulanito o fulanita escapan de un doloroso pasado que, cómo no, regresa a darles muerte cuando ya empezaban a esbozar algo más que una mustia sonrisa. No es que sea algo malo, ... que le gustan a mucha gente y suelen hacer la sobremesa más amena para quien no quiera ni escuchar hablar de la siesta, pero esa tensión constante esperando el siguiente asesinato no es para taquicárdicos. El otro día estaba viendo en Netflix 'Las cuatro estaciones', serie de comedia blanca, bienintencionada, y en cada silencio veía la sombra de un cuchillo, en cada sonrisa, algo turbio, qué sé yo, un plan macabro. Hasta Steve Carrell, sus muecas, me daban mal rollo. Ya no me evocaba la ternura de su patán Michael en 'The Office'; le veía en un altar y pensaba: este está maquinando algo, seguro. Pero no: solo eran chistes. Entonces me pregunté: ¿Qué nos pasa? ¿Estamos enfermos? Aquí siempre pensando en el mal, en lo peor y en lo que está todavía por venir, como si no hubiera cosas buenas, como si no tuviéramos suficiente. Y me di cuenta. No somos nosotros; la ficción tiene la culpa.
La ficción, que casi siempre es reflejo de nuestros deseos y demonios, es cada vez más oscura. Por aquí torturamos a unos, por aquí ponemos una bomba a otros. Nos olvidamos de que puede, o podía, ser aspiracional, un lugar en el que no solo esconderse o entenderse sino también al que soñar con llegar. Y yo eso ya no lo veo por ningún lado. Hemos llegado tan pronto a todas partes que ni siquiera somos capaces de imaginar un lugar al que escapar de la vida un rato. En el que evadirnos, sentados en el sofá, con el cerebro frito, sin pensar en nada. En el que volver a la risa fácil. Ay, cómo echo de menos 'Modern Family'. No sé si hemos perdido la esperanza en la humanidad –normal con la que está cayendo–, pero ya ni en las series y películas hay ilusión por nada. Todo es triste, taciturno. Pesimista, intenso. A mí me aburre.
Después de ver el otro día la nueva película de Paul Thomas Anderson, por una vez no estaba pensando en si era buena o mala, en si era oportuna, en su crítica social, en su mensaje. Me quedé con una sencilla frase del sensei de Benicio del Toro. «Olas del mar, olas del mar», le dice al personaje de Leo DiCaprio, para intentar calmarlo. Yo también quiero eso.
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