La tormenta Sofia Coppola

La directora presenta en Venecia «Somewhere», lúcida y amarga visión del mundo que ella ha vivido y conoce

AFP

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

Sofia Coppola , la emocional y reflexiva hija de Francis Ford, ha venido hoy al Festival a desaguarle encima su lúcida y amarga visión del mundo, o al menos, del mundo que ella ha vivido y conoce.

Y hubiera conseguido empapar todo y a todos ... de no ser porque ya estaban empapados, pues por la mañana cayó tal tromba de agua sobre Venecia que parecía que la habían dado la vuelta. La cosa estaba entre tifón y sifón, lo cual, aquí, en el corcho de El Lido, daba más miedo que Tarantino de perfil… Pasó la tormenta y Venecia se quedó quieta, callada y colgada como un cuadro de Canaletto…

También pasó la película de Sofia Coppola, «Somewhere» , probablemente el mejor fresco que se ha hecho nunca de la vacía y absurda vida de una estrella de Hollywood. Un actor llamado Johnny Marco, pero que se podría llamar Deep, Pitt o Stephen Dorff, que es quien realmente lo interpreta.

No necesita mucho aparato, aparte de su propio talento, Sofia Coppola para mostrar que cuanto más viste a su personaje, en realidad, más lo despoja : un tipo todavía joven, sin otro hogar que las habitaciones más lujosas de los hoteles, que no retiene los nombres de sus infinitas amantes, que está solo en las fiestas, que su ex mujer perdió hace mucho la piedad por él y que su hija, todavía una niña, está haciendo oposiciones para tener una vida tan vacía y absurda como la suya.

Asfaltada existencia

Comienza la película con un plano sostenido en el que un coche (bueno, un Ferrari) cruza la pantalla de izquierda a derecha… ruge… y luego la cruza, algo más arriba de derecha a izquierda, para, de un enorme rugido, volver a aparecer por donde la primera vez. Obvio: el coche le da vueltas a algo así como un pequeño circuito… Ese plano es el aperitivo de lo que vamos a ver, al dueño de ese Ferrari dándole vueltas y sin dejar de rugir a su circular y asfaltada existencia.

Sofia Coppola lo muestra en toda su nadería hasta que misteriosamente deja de ser él su propio narrador, y pasa a ser narrado por la mirada y el sentimiento del personaje de su hija ( ¿cuántas de las sensaciones de esa niña no son propiedad de la directora? ). Y es cuando de un modo inadvertido se pasa del desprecio a la conmoción por ese tipo vacuo y profundamente infeliz. No es fácil combinar esos dos sentimientos: lo patético (en un escenario, recogiendo un premio ridículo y junto a unas «puris» que bailan semidesnudas…) y lo emotivo del juego de tomarse el té con su hija en el fondo de la piscina…

Sofia Coppola ya nos predijo el aliento de la soledad y el secreto de las falsas esperanzas en un hotel japonés, y ahora, tras sacudirse un poco a sí misma, nos rocía con la amarga bendición de los sueños cumplidos y del gran fracaso del éxito .

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