'Oppenheimer' arrasa en unos premios Oscar que ignoran a Scorsese y hacen de menos a 'Barbie'

La cara de Greta Gerwig fue un poema toda la noche y eso que estaba ahí, en segundo plano, durante el mejor momento de la ceremonia, cuando Ryan Gosling cantó 'I'm Just Ken'. Empezó el actor a cantar detrás de Margot Robbie, que no podía dejar de reír a boca llena, una risa inmensa y genuina; y detrás de ambos Greta Gerwig como pensando que por qué sus protagonistas estaban de fiesta mientras ella vivía un funeral. Pero importó poco porque Ryan Gosling puso al público en pie con una interpretación diviertida, entonada y en la que era imposible no bailar. Incluso un rockero como Slash se subió al escenario y con su mítica guitarra acompañó la canción. Historia desde ya de los Oscar y lo único salvable del sopor de ceremonia que –un año más– firma la primera industria de entretenimiento del mundo.

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Porque sí, los Oscar son una gala de premios en la que importa tanto quién gana como todo lo que hay alrededor. Y de eso Jimmy Kimmel, presentador de la ceremonia en cuarta ocasión, sabe tanto que comenzó su monólogo inicial repasando uno por uno los nominados con más nombre y mejor planta -«os ha tocado la lotería de la genética», le dijo a los protagonistas de 'Barbie', Ryan Gosling y Margot Robie- pero, sobre todo, homenajeando a los guionistas que estuvieron de huelga 118 días: «No estamos en una ciudad de gente con mucho bótox y que beben batidos 'detox', Los Ángeles es también una ciudad con una gran fuerza sindical», expresó. Y animó a salir al escenario a técnicos, camioneros, electricistas, carpinteros... todos con barbas y pintas de ser más de Trump que de 'Barbie'.

Las noches de los Oscar siempre avanzan a ritmo lento, mascado. Saben los organizadores que los ojos del planeta están sobre el escenario y se recrean entre premio y premio como en ninguna otra gala. «Va a ser una noche muy larga, ya vamos con cinco minutos de retraso», dijo Jimmy Kimmel nada más empezar la ceremonia. A la hora, apenas se habían entregado seis de los 23 premios. Eso sí, ya había cantado Billie Eilish, habían homenajeado a estrellas veteranas y el presentador había salido seis veces a animar el cotarro. El cine se abrió paso entre todo ese andamiaje de espectáculo de mano de Justine Triet, la cineasta responsable de 'Anatomía de una caída', que recogió el Oscar a mejor guion original junto a su marido y coguionista, Arthur Harari. Muy franceses ellos, apenas dijeron mucho ante el patio de butacas. Tampoco dijo nada la pobre Greta Gerwig, responsable de 'Barbie', que veía cómo perdía el primer Oscar al que optaba y que la noche, lejos de pintar de rosa, se tornaba más bien negra para sus intereses.

Más palmas se llevó minutos después el guionista Cord Jefferson, que adaptó la novela 'American Fiction'. Reclamó que no hace falta hacer películas de 200 millones para hacer buen cine, y entre los asistentes, casi todos ellos intérpretes de algunas de esas megaproducciones, se escuchó una gran ovación. La misma que no pudieron escuchar los españoles nominados.

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Jorge Herrero

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Antes, mucho antes, a las afueras del Dolby Theater y en los alrededores de la mastodóntica alfombra roja de los Oscar se juntaron los habituales cazadores de autógrafos con los manifestantes pro-Palestina que recibieron el apoyo de muy pocos nominados, apenas de los franceses de 'Anatomía de una caída'; el resto, en la fiesta de una industria dominada por nombres de ascendencia judía, no hicieron tanto caso a la protesta. Ya en el escenario, solo Jonathan Glazer, director de 'La zona de interés', apoyó a Gaza y comparó la guerra con el Holocausto.

Hubo muy poca política, en realidad, nada que ver con esta latitudes. Si en los Goya o en los Cesar todo son reivindicaciones, aquí todo es espectáculo. Y cuando se denuncia algo, todo es 'vía institucional'. Lo demostraron los organizadores al poner un vídeo de Navalny diciendo que lo único que no puede hacer la buena gente es rendirse. Era una escena del documental con el que ganó el Oscar el año pasado y en el que el disidente asesinado habla directamente a cámara. Antes, el director ucraniano Mstyslav Chernov, responsable de '20 días en Mariúpol', recogió el primer Oscar de la historia de Ucrania para decir que cambiaría todo lo que tiene por que Rusia nunca hubiera invadido su país. «Los que están aquí, gente de la más talentosa del mundo, puede intentar que la historia cuente lo que de verdad pasó, que la verdad prevalezca y que los que dieron su vida no sean olvidados», dijo entre aplausos.

Y los premios, que también se dan, claro y dejan algunas curiosidades, como que Wes Anderson ganara anoche el primer Oscar de su carrera –y llevaba ocho nominaciones– con un cortometraje, 'La maravillosa historia de Henry Sugar'. El director de 'El gran hotel Budapest' o 'Moonrise Kingdom' no le dio la gana ir a la gala a recogerlo. Sí pasaron por allí los japoneses de 'Godzilla: Minus One', que recogieron el galardón a mejores efectos especiales. Es la primera producción alejada de Hollywood que lo hace en la categoría y es, quizá, el resumen del último cine americano, que ya no gana ni el Oscar que realmente solo ellos saben hacer. También pasó por el escenario Sean Lennon, hijo de Yoko Ono y John Lenon, que se hizo con la estatuilla a mejor corto de animación por 'WAR IS OVER! Inspired by the Music of John and Yoko'.

Total, que a las 3.30 hora de España –todo es cuestión de tiempo aquí– los Oscar habían cumplido su horario, desmentido a Jimmy Kimmel y consagrado para siempre a Nolan. El domador del tiempo en pantalla, el autor más comercial, el hombre que moviliza a los amantes del cine que no leen 'Cahiers du Cinéma', ganó su primera estatuilla y puso a Hollywood a sus pies.