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«La última lección», el retrato de una generación vaciada

Sébastien Marnier sorprende al utilizar el terror para profundizar en un drama juvenil

Fernando Muñoz

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El cartel español de «La última lección» recuerda a las películas de alumnos conflictivos y profesores sustitutos entregados a salvar a esas almas descarriadas. Y esa podría ser la sinopsis de no ser por las referencias con las que su director, Sébastien Marnier, dice haber construido esta luminosa historia de siniestros jóvenes: «La cinta blanca», de Michael Haneke ; «La ola», de Dennis Gansel; y «El pueblo de los malditos», de John Carpenter. «Esos son mis referentes, y a partir de ellos me gustaba la idea de esos niños viviendo la profecía del final del mundo, que no es otro que el final de su mundo, el paso a la adolescencia», presume el cineasta francés, que ha estado en Madrid presentando el filme.

Pierre, el sustituto, cuyo motivo de llegada a este elitista instituto es mejor descubrirlo en la pantalla, se convierte en los ojos sorprendidos del público, al que acompaña en cada hallazgo. «El espectador se convierte en el profesor, y quiere comprender lo que va sucediendo, y al tiempo está tan perdido como el personaje», explica Marnier. Maestro y audiencia se convierten en diana de esta clase de pijos deslenguados: «¿Cómo sigues siendo interino con 40 años?». «Él ve que los ha perdido, que está desconectado de esa generación, y le duele porque es el único personaje adulto que les podría comprender porque a ojos de la sociedad también es un fracasado sin pareja estable ni trabajo fijo. Los niños y él quieren lo mismo: sobrevivir en esta sociedad competitiva», desgrana el también guionista.

«La última lección» se convierte en un retrato de dos generaciones distanciadas en el tiempo pero unidas por una especie de vacío existencial que, cuenta Marnier, ha sintetizado a través de los códigos del género de terror. Pero a diferencia de las películas de sustos, de giros de cámara en el peor momento y sonidos estridentes , aquí apuesta por escenarios abiertos y un sol abrasador que parece derretir los cerebros. «La historia genera esa angustia a través de este calor explosivo porque es un contrasentido que termina por provocar malestar», analiza Marnier.

Al final, el director confía en haber hecho una cinta política sobre «la confrontación entre generaciones». «Hay un problema de comunicación que viene por la desconfianza hacia la juventud, a la que se mira con desprecio o condescendencia. Y pasa en mi generación, que es la que conozco, que está vaciada de ideología, de puntos de referencia como sociedad. Y en mi país, donde todos están contra todos, solo nos unimos después de desgracias como los atentados, pero, ¿por qué no antes? Si no hacemos nada, será el final de esta sociedad», sentencia, con un punto tan pesimista como el que filtra en su filme.

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