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Josh Cooley, director de «Toy Story 4»: «La historia de Woody no es otra que la de un tipo que no quiere perder su trabajo»

El director de la cuarta película de la saga de Pixar, Josh Cooley, revela a ABC todos los secretos sobre el desenlace –¿definitivo?– de Toy Story

Imagen de «Toy Story 4»
Lucía M. Cabanelas

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Llevan casi un cuarto de siglo viajando de caja en caja, durmiendo en armarios y cambiando de manos. Se han roto brazos y piernas pero, cuando nadie los ve, siempre se levantan. Aunque sea a base de remiendos. Por sus sentimientos parecen humanos, pero no dejan de ser de plástico. Como sus dueños, los juguetes se hacen viejos, pero acumulan polvo en lugar de arrugas. Para nacer les basta con salir de una caja o, como se descubre en su nueva aventura, algo de pegamento e imaginación. En lugar de sangre y vísceras están llenos de espuma, y no mueren hasta que los olvidan, y se apagan. O se rompen del todo, contenedores asesinos mediante. Con muelles o pelo, sombrero o bastón, llevan desde 1995 intentando desprenderse de serpientes en botas y de llegar a ese infinito que está siempre más allá, aunque eso signifique toparse con el cristal de la ventana. Solitarios, olvidados o cansados, cargaron pilas y cosieron rotos para emprender un nuevo viaje en «Toy Story 4» y, ahora sí que sí, parece que será el último.

«Como casi todo el mundo, yo también pensé que la tercera película era la definitiva , porque cerraba la relación del vaquero con Andy. Pero me entusiasmó imaginar qué le depararía el futuro a Woody, en una habitación desconocida con juguetes y una niña nueva. Hacer esta cuarta película fue muy ambicioso, porque las anteriores son geniales, pero eché la vista atrás y me pareció que esta historia merecía un título propio. El nerviosismo desapareció, y pude dormir por la noche», explica en una entrevista con ABC el director de «Toy Story 4» , Josh Cooley , que estaba en el instituto la primera vez que vimos a Woody y el resto de juguetes organizar una batida de reconocimiento en la habitación de Andy. «Recuerdo la sensación de salir de la película y sentir la emoción de estar en esa aventura con los personajes. Es una historia que conmueve más incluso que las imágenes. Es de brujería comparada con el resto de películas animadas», asegura el director, también guionista de «Del revés» .

Después de cuatro películas, el sheriff Woody ha sido el favorito de dos niños, Andy y Bonnie, se ha tatuado su nombre en la suela del zapato y hasta le ha dado el relevo a su antaño enemigo, Buzz Lightyear, que aprende en «Toy Story 4» que su voz interior no es la caja de sonido que le da consejos al pulsar un botón. El vaquero articulado se ha hecho mayor junto a patatas parlantes y dinosaurios, y le ha enseñado a un tenedor que se creía basura la magia de ser el juguete favorito de un niño. A todos ellos los ha protegido, como a sus dueños, porque, como dice la canción, aunque muchos habrá más listos que él, ha sido un amigo fiel, y su cometido siempre ha sido cuidar del resto. Incluso de una muñeca clásica rota que, en esta nueva película, pasea escoltada por espeluznantes muñecos de ventrílocuo. Porque al final todos quieren lo mismo, sentirse importantes –«la historia de Woody no es otra que la de un tipo que no quiere perder su trabajo»–, un niño que juegue con ellos.

Menos el tenedor Forky , que surge de la basura y solo quiere volver a ella. La aparición de este muñeco amorfo vuelve del patas arriba el universo de la saga animada, y permite explorar cosas inéditas hasta entonces. «Forky comenzó como una broma. Estábamos sentados en la sala de guionistas hablando sobre el mundo de "Toy Story" y sus reglas. Hablando de cómo, hasta el momento, todo tenía un propósito, incluidos los juguetes, que cobran vida y su trabajo es estar ahí para un niño. Esa es la regla básica . Pero claro, hablando sobre nuestros hijos, sobre cómo a veces juegan con cualquier cosa que recogen del suelo, empezamos a bromear... y de repente pensamos: "Si algo que no fuera un juguete cobrara vida porque se empezó a jugar con él, no sabría las reglas de ese mundo, ni que debe hacerse el muerto cuando un niño entra en la habitación, no entendería nada de eso. Nos divirtió la idea, y Forky nos permitía explicar lo que significa ser un juguete, consiguiendo llegar a un punto de emoción mucho más profundo», comenta el director.

El muñeco que consiguió convertir a Tom Hanks en vaquero sin pisar el plató de un wéstern cambia en su despedida la habitación por las fiestas nocturnas y los camiones de mudanzas por mofetas teledirigidas que siembran el pánico en coloridas ferias. Y Woody, que lo solía saber todo, sufre una crisis de identidad, se pierde y, en lugar de tender la mano, por fin experimenta lo que es recibir ayuda de una vieja amiga, la independiente Bo Peep y sus ovejas, que le enseña la única lección que el veterano vaquero desconocía: hay vida más allá de los niños, siempre que se tenga alguien con quien compartir otra aventura.

Un final diferente

Aunque todo estuvo a punto de ser distinto, en un desenlace alternativo en el que el vaquero menos gruñón de la gran pantalla no perdía a Andy, a Bonnie o al resto de amigos sino al amor de su vida. «En realidad, en el final original, todos, incluida Bo Peep, volvían a casa de Bonnie. Pero al verlo, nos dimos cuenta de que le faltaba emoción, y dijimos: "¿Qué pasaría si Woody y Bo Peep vivieran una especie de "Casablanca" en un final donde están enamorados pero se dan cuenta de que hay algo más grande que ellos que les impide estar juntos?" Así que probamos con esa idea, que está en las escenas eliminadas, pero tampoco funcionó», explica Cooley sobre el triste desenlace que aparece en la versión del digital y Blu-Ray de «Toy Story 4». Un desenlace en el que Bo Peep se percata de que debe quedarse con Harmony, la niña de la tienda de antigüedades, porque están destinadas a estar juntas. Su «siempre nos quedará París», fue algo así: «Ella es la indicada. Siento una conexión de nuevo, Woody, como que estuviera destinada a ser su juguete». Antes de volver con el resto de juguetes, el vaquero se despide para siempre de la pastorcilla con un abrazo.

Al final, el sheriff que consiguió ponerle el sombrero a Tom Hanks vive una agridulce despedida, preparado por fin para ir hasta el infinito y más allá, sin la seguridad de despertarse siempre en el mismo sitio, sin sus amigos, pero acompañado por la determinación de la pastora, el amor de porcelana que se le escapó en las otras películas y al que el destino, y los guionistas, volvieron a cruzar en su camino para que comieran perdices.

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