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Sidney Poitier: la encarnación del orgullo de raza

Fue el primer actor que le puso dignidad y orgullo en la pantalla a su color de piel

Sidney Poitier EFE
Oti Rodríguez Marchante

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Nadie en el mundo ha oído tantas veces como Sidney Poitier la misma frase referida a él con la que, de un plumazo de pingüino, se le suele definir: el primer afroamericano que ganó un Oscar (como lo ganó en 1963 por su humano personaje de 'Los lirios del valle', probablemente pasó algunos años siendo el primer negro que ganó un Oscar, y siempre después de Hattie McDaniel, la 'mammy' de 'Lo que el viento se llevó'). Y siendo cierta su frase cliché, no lo es tanto como que Sidney Poitier fue el primer actor que le puso dignidad y orgullo en la pantalla a su color de piel y que encarnó en el cine una cierta arrogancia de raza incluso antes de que estuviera bien vista.

En sus primeras películas de los años cincuenta, como 'Un rayo de luz' (Mankiewicz), 'Tierra prometida' (Zoltan Korda), 'Donde la ciudad termina' (Martin Ritt), 'La esclava libre' (Raoul Walsh) o 'Fugitivos' (Stanley Kramer), impresionaba la pantalla tanto por su color como por su extraordinario físico, y algo cambió para su lugar en el plano a partir de los sesenta, casi en coincidencia con su paso tullido en 'Porgy and Bess', de Preminger, cuando empezó a representar el punto de controversia y la atmósfera de lucha racial pero con clase, altivez, tal y como se le pudo ver en dos de sus mejores películas, 'En el calor de la noche', de Norman Jewison, un detective negro, por supuesto, en la caldera sureña del racismo, y 'Adivina quién viene esta noche', de Stanley Kramer, donde con cierto humor y cinismo se enfrenta a las blancuras de Spencer Tracy y Katharine Hepburn.

Durante varias décadas, Sidney Poitier era el actor imprescindible en cualquier película que pretendiera empuñar un buen argumento en favor de la igualdad racial, porque él mismo portaba y aportaba ese argumento con sus propias calidades físicas e interpretativas. Algo que años después se encontraron hecho algunos otros grandes actores negros, y especialmente Denzel Washington, la perfecta destilación de Poitier, alguien que también hubiera podido ir a cenar con los modernos y altivos Tracy y Hepburn.

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