Estreno en cines de Una historia de locos
Robert Guédiguian: «Hacer cine de autor no significa renunciar al espectáculo»
El director ha estrenado este fin de semana «Una historia de locos», una película en la que desgrana el genocidio armenio y analiza las posibilidades del perdón a través de la inspiración del español José Antonio Gurriarán, víctima de un atentado de un grupo terrorista de Armenia
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Iniciar sesiónEl nombre de Robert Guédiguian (Marsella, 1963) evoca inevitablemente a cine comprometido y social. Las historias que pasan por sus manos se empapan de todo su espíritu de director militante. Cine de autor que, sin embargo, se aleja del concepto que algunos tienen. Las ... más de dos horas que dura su última película, «Una historia de locos» , inspirada en el libro «La Bomba», del español José Antonio Gurriarán , no se convierten en un tedioso ejercicio de estilo ni en un panfleto de sus ideas. Es cine, sin más etiquetas ni apelativos.
En «Una historia de locos» usted desgrana, desde distintos puntos de vista, el genocidio armenio. ¿Era una cuenta pendiente?
Sí, definitivamente sí. Era una obligación moral. Creo que todos los cineastas que conozco tienen la capacidad de sacar a la luz cosas. Y ahí hay gente que quiere reivindicar cosas a través de nosotros. Todos los armenios que conozco quieren que haga películas sobre Armenia y el genocidio. Y claro, me siento obligado. Es obvio.
¿El cine de autor tiene cabida en la sociedad del espectáculo, del entretenimiento en la que vivimos?
Sí, sí, sí, sí y sí. Pero también nosotros, los autores, debemos esforzarnos más para llegar a un público mayor. A cuanta más gente lleguemos, mejor. Hacer cine de autor no significa renunciar al espectáculo. Un autor debe sopesar la historia, ver las costumbres del público, conocer las modas y jugar y trabajar con eso.
¿Un ejemplo?
En esta película, cuando ruedo la explosión de la bomba, tengo claro que tiene que ser de una cierta forma, porque los espectadores de todo el mundo se han acostumbrado a ver una explosión «tipo Hollywood», naturalista, y por lo tanto no puedo hacer algo formal, tengo que hacer eso: «boom», y que todo vuele por los aires. En esta película he rodado una explosión al estilo moderno. Pero esto a mí como cineasta no me molesta, no me importa mucho, solo que sé que tengo que rodar esa escena con esa calidad para que a la gente les atrape cuando la vean.
¿Cómo vende historias de autor con estética «comercial» a sus productores? ¿Es un problema?
Sí, y he sabido cómo resolverlo: yo soy el productor. Así que no tengo esta preocupación. Y eso es una gran ventaja. Solo tengo que convencer a los coproductores. En el caso de Francia tengo que hacerlo con las televisiones. En el caso de esta película, cuando dije que iba a empezar con media hora en blanco y negro y subtitulada casi se pegan un tiro en la cabeza. Me dijeron que estaba loco. «¿Y no podría ser al menos en sepia?» (Risas). «Pues no» (Risas). Pero al final conseguí la financiación.
Un espectador medio, que no conozca el conflicto entre Armenia y Turquía, después de ver la película verá la frase «A mis camaradas turcos». ¿Qué significa esa frase?
Significa que el día en que Turquía reconozca el genocidio armenio, ese día también será un gran día para Turquía. Por fin veremos que Turquía ha cambiado y se ha vuelto un país democrático donde tienen libertad de expresión, no como ahora. Mis camaradas turcos son los que luchan día a día por llevar la democracia a Turquía, y ellos desde el principio reconocen el genocidio, con eso no hay problema. Y por eso les quería dedicar la película, yo no tengo nada contra los turcos, pero sí contra Turquía como estado, quiero que reconozcan el genocidio. Creo en el internacionalismo, en el combate internacional, por eso la dedicatoria.
¿A usted le generó «dolor» rodar la película?
Curiosamente no. Intenté colocarme del lado bueno, de las cosas bonitas, de los actos correctos... Puede ser una cosa psicoanalítica, no te digo que no, pero en el fondo siempre intento ver el lado bueno. Por ejemplo, la actitud de la madre, de Gurriarán… Intento mirar solo a ese tipo de gente.
Hablando de Gurriarán... ¿Cómo llegas a la historia?
Por casualidad. El libro [«La Bomba»] aún no se había publicado en Francia, pero unos amigos armenios le invitaron en una Fiesta del Libro a hablar de su historia. Y yo estaba de casualidad allí y le escuché contar la historia, hablar del libro, de la bomba... Y me pareció que tenía una fuerza tremenda, novelesca y fácil de ficcionar. Algo trágico, triste, pero que compartía mi filosofía, mi manera de pensar en cuanto a la venganza, el perdón, la justicia, la reconciliación… Estaba muy de acuerdo con lo que decía. Vine después a Madrid, estuve con él varios días, y allí empezó todo.
¿Ha conocido más historias como la suya?
No, y no sé si hay más como él, solo sé que los que haya no son suficientes. Necesitaríamos mucho más.
¿Por qué decide, como autor, dedicar media hora a contar el juicio inicial?
Lo que intenté hacer con esto es como un falso archivo. De un proceso que fue real y existió, claro. Pero al hacerlo en blanco y negro es una manera de certificar, de autentificar, ese proceso y el genocidio. Aquel jurado popular, aquel tribunal alemán que escuchó a todos los testigos y dijo que el culpable era la víctima. Desde un punto de vista jurídico es extraño, pero desde el punto de vista moral, histórico, es correcto. Y este juicio además se estudia en las facultades de derecho de todo el mundo. Porque claro, había que condenarlo sí o sí, y luego soltarlo o liberarlo, pero no decir que es inocente. El juez les dice al jurado: en Alemania no se puede asesinar a nadie, deben condenarlo. Pero no lo condenan…
[Se refiere al juicio con el que arranca la película: el 15 de marzo de 1921 un armenio llamado Sogjomon Tejlirian asesinó al Gran Visir Mejmet Talat Pachá, para muchos, uno de los cerebros turcos que planearon el genocidio. El jurado popular declaró no culpable al asesino, pese a que asumió la autoría, mientras que se calificaba al asesino de «vengador».]
¿Pero por qué decide contarlo así?
Para contextualizar, para contar el genocidio y la problemática de la venganza. Al poner ese prólogo, creo la base de la película sobre la que se puede construir el resto de la historia.
¿Por qué el personaje de Gurriarán lo traslada a un joven francés?
Necesitaba transformar la historia de la familia para poder contar la historia de Armenia. Al joven protagonista le puse una madre, una abuela… Claro, tengo que contar tres generaciones de armenios. Y me pareció más lógico, más preferible, asentar la historia en una ciudad donde hay una comunidad armenia muy grande. El diez por ciento de los marselleses son armenios.
¿Tenía intención de que esta película fuera un medio para estudiar el genocidio?
No, hay grandes trabajaos hechos, y se siguen haciendo, para estudiar el genocidio. Hay libros de historia imprescindibles, con todo el archivo y la documentación. Mi película sirve para comprender cómo se transmite el dolor, desde un genocidio realizado hace cien años por un estado, y que todo puede tener consecuencias siglos más tarde. Para eso sirve. Y para comprender que la historia no la escriben solo los vencedores, también los vencidos, y que la memoria de los vencidos se convierte también en historia.
Usted como francés ha vivido los últimos años del terrorismo yihadista, que es muy diferente al que cuenta la película. ¿Cómo lo ha vivido?
Estamos en Estado de Excepción y no sirve de nada. Algo así debe ser muy provisional, como indica la palabra, pero es algo que se utiliza por política interior. Todo el mundo está de acuerdo con la medida por las circustancias actuales, pero lo que habría que hacer es aumentar los medios para la Justicia, para tener más información, pero un estado de emergencia no sirve de nada.
¿Al final es todo un alegato por la paz?
Sí, ya lo creo. Y tiene la voluntad, incluso de aportar optimismo al final de la película a través incluso del humor. La madre, al final, dice: soy muy creyente, por eso creo que al final Turquía reonocerá el genocidio.

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