Meryl Streep, en una entrevista con ABC: «Thatcher no podía permitirse ni la risa ni las lágrimas»
La laureada actriz bordó a Margaret Thatcher en «La Dama de Hierro»
Borja Bergareche
Sentada en un sillón en el Soho Hotel de Londres, Meryl Streep relató en 2012 al entonces corresponsal de ABC en la capital británica cómo se metió en la piel de Margaret Thatcher para la película 'La Dama de Hierro', con la que obtuvo el ... tercero de sus Oscar. "Era un reto enorme", le confesó a Borja Borgareche en esta entrevista que recuperamos con motivo del Premio Princesa de Asturias de las Artes que la actriz suma a su larga carrera cinematográfica.
A sus 62 años, Meryl Streep se recupera con frescura y buen humor de uno de los principales retos de su carrera. Ser una americana en la piel de un icono británico. Una ciudadana progresista en el papel de Margaret Thatcher . Con la arriesgada misión, además, de destilar solo los sentimientos de una materia prima política de primera. Porque «La Dama de Hierro» no es el thriller ideológico que muchos esperan. Es la destilación retrospectiva, en dos días de trama, de 40 años en la vida de una mujer tan fascinante como impenetrable, incapaz de deshacerse del recuerdo de su marido muerto. Tanto, que la principal aportación de la película (dirigida por Phyllida Lloyd) es inventarse los recuerdos, los reproches y la amargura del pasado de una tierna anciana octogenaria que ve borrosa ya la línea del tiempo.
Una apuesta por las emociones que decepcionará a quienes busquen más madera política, pero que permite a Streep labrar un papel que debería traerle su decimoséptima nominación al Oscar y, quizás, su tercera estatuilla, tras las obtenidas por «Kramer contra Kramer» en 1979 y «La decisión de Sophie» en 1982 .
«Ella manufacturó su voz, su acento, su tono para convertirse en líder. Es imposible reproducirlo. Por eso, era un reto enorme volver hacia atrás en su vida e intentar descubrir cuándo fue cobrando forma, en qué momento dejó atrás sus orígenes como hija de un tendero en Grantham, cuándo emergió esa presencia impenetrable, cuando se puso esa máscara y qué es lo que había debajo de la máscara». Así nos cuenta la actriz, sentada en un sillón en el Soho Hotel de Londres, su viaje al interior de un líder político que cambió el mundo como pocos volverían a hacerlo.
El segundo día del rodaje, recién aterrizada desde Connecticut, Streep tuvo que desplegar lo mejor de su «thatcherismo» para rodar una escena en la que ya está presidiendo el Consejo de Ministros, después de la primera victoria electoral de Thatcher en 1979. Armada de la dicción y de las formas que estudió y ensayó durante semanas, después de analizar horas y horas de imágenes de la época, y transformada por una prótesis facial, el parecido con la realidad pone los pelos de punta. Más tarde, y reencarnada ya en el animal político más amado y odiado de la Historia británica, su entrada -después de la pausa para el almuerzo- en el plató donde habían reconstruido la Cámara de los Comunes fue recibida con silbidos y abucheos por las decenas de extras que interpretaban a la bancada laborista de la época, antes incluso de que nadie gritara «¡Acción!». El mismo auditorio -machista, clasista y alcanforado- por el que caminaba en 1959 una insegura y determinada Margaret después de ser elegida diputada con 34 años.
«La falta de sentimientos que siempre se le ha achacado ya la mostraba cuando era una joven política», nos explica la actriz. «Era muy importante reflejar bien las manifestaciones de aquella personalidad, porque tienen mucho que ver con la percepción que se tiene de ella: su grandiosidad, su presencia, la majestuosidad que imprimía a sus opiniones... Pero su alter ego en la ancianidad es algo totalmente imaginado por la película. Yo no pude hablar con ella, ni lo quería, porque se trataba de reflejar la percepción totalmente subjetiva de una anciana a la hora de mirar para atrás y repasar su vida. Por eso, me sentí libre para inventar esta versión de una Margaret Thatcher anciana. Y, en ese sentido, en cierta manera era yo misma», nos confiesa durante la entrevista con un grupo de periodistas extranjeros.
Streep está casada, tiene dos hijas, y una perspectiva femenina presente en Mothers and Others (Madres y otros), la ONG de defensa de los consumidores que fundó en 1989. Ser mujer, luchadora y –como reconoce entre risas-, «perfeccionista y algo mandona» le ayudaron a acercarse a un personaje tan duro como Thatcher pero, como ella misma nos explica, «lo que en realidad me cautivó de esta película es que es sobre una mujer mayor, y que tiene el punto de vista de una anciana. ¿A qué película le interesa eso hoy?», se pregunta. «Puse mucho de mí en este personaje porque ya soy vieja, y entiendo mejor las cosas. Sé lo que supone un matrimonio de larga duración, cómo te aferras a él como a una roca en medio de una tormenta. He introducido cosas que ahora sé, como mi propia sensación de facultades disminuidas, que vas notando de forma gradual en cosas pequeñas como subir las escaleras y no acordarte por qué subías», nos confiesa.
Dos mujeres y un destino que comienza bifurcándose en 1975. Aquel año, Margaret Thatcher alcanzaba la dirección del partido conservador y Meryl Streep se graduaba de un master de bellas artes en la universidad de Yale. «Todavía pensaba en convertirme en abogado experto en medio ambiente, pero elegí el teatro», dice. Unos años en que su opinión sobre la primer ministro británica se guiaba por sus convicciones progresistas. «Hice muchos más juicios sobre Margaret Thatcher cuando tenía 28 años que ahora. Cuando te acercas a un personaje, solo intentas acercarte a la verdad de ese personaje, y da igual si te gusta o no te gusta. En aquella época, fui desdeñosa con ella porque es lo que haces con los personajes públicos: o te gustan, o no te gustan. Lo que es subversivo sobre esta película es que trata a Margaret Thatcher como un ser humano».
Un ser humano admirado por la actriz, desde esa mirada en la tercera edad, por su capacidad de imponer su criterio en un mundo difícil dirigido por hombres, enfrentada a huelgas de mineros, guerras lejanas con la Argentina y al terrorismo del IRA. «Churchill podía llorar, y se consideraría un signo de humanidad. Pero ella no podía permitirse ni la risa ni las lágrimas, porque sabía que sería percibido como una señal de debilidad», se compadece la actriz.
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