«El juicio de los 7 de Chicago», un maridaje eficaz de historia, ideología y tensión cinematográfica
El «creador» Aaron Sorkin entra en campaña en Estados Unidos con su nueva película

Hace ya algún tiempo que el verbo maridar se coló en el paisaje de la vida del ser humano por otras puertas muy distintas a la habitual de la Iglesia, por la gastronomía, la música, la política, la economía, las artes y hasta las relaciones ... íntimas. Maridar es fusión entre dos o más, es decir, confusión. En el cine, vivimos el maridaje de Hollywood (que es un estado de ánimo más que un lugar) con el «streaming» (un lugar más que un estado de ánimo), o sea, la sala de cine con la sala de cine de casa, que ya no es la «tele» sino otra cosa. Este fin de semana, Hollywood y el «streaming» han estrenado a la vez «El juicio de los 7 de Chicago» , una película que es el producto también de otro maridaje, el del «creador de series» con el del director de cine que es Aaron Sorkin .
Sorkin es el alma de series como «El ala oeste de la Casa Blanca» , «The Newsroom» y otras que tienen en común fisgonear en los entresijos de la gran política, la gran televisión o el gran deporte. Es productor, guionista, director, dramaturgo…, pero, sobre todo, es husmeador de entresijos; también es conocido por su contribución a las campañas del Partido Demócrata y su implicación en los periodos electorales, lo cual le otorga a esta película que ahora estrena y que coincide con el actual periodo electoral todas las intenciones que el lector o el espectador quiera darles.
«El juicio de los 7 de Chicago» aborda los hechos ocurridos allí durante la Convención del Partido Demócrata en 1969, donde se produjeron manifestaciones contra la Guerra de Vietnam que terminaron en una batalla campal y en un proceso contra los líderes de las organizaciones que las convocaron, Asociación de Estudiantes, los llamados «Yippies», Movimiento contra la Guerra y Panteras Negras . Lo que muestra Sorkin es la personalidad de los siete acusados (ocho, si se cuenta a Bobby Seale, líder de los Panteras Negras) y los pormenores del juicio posterior que entabló contra ellos la Administración, ya en manos del republicano Richard Nixon . Hechos de entonces que no es complicado encontrarles una relación, o intención, con el presente de Donald Trump .
La estructura es sencilla, «sorkiniana», a un lado hay personas y al otro Administración, maquinación, y arranca la película con un vistazo al alma de ambas en un preámbulo en el que se desgrana el ambiente antibélico de aquella época convulsa (la imagen de archivo de Lindon B. Johnson, sus partes de guerra y de reclutamiento) y el carácter de sus líderes, el activista Tom Hayden (Eddie Redmaine), el anarcoide Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen), el sensato David Dellinger (John Caroll), el pacífico «pantera» Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen)… Cuando se sumerge la narración en el juicio, aparecen además el joven y manipulado fiscal acusador (Joseph Gordon-Levitt) y el indescriptible juez que interpreta con brillantísima inquina Frank Langella.
Salvo algunos «flashback explicativos» y el uso de material documental de los disturbios mezclado con el color de la ficción, la película es el juicio, y por lo tanto se sustenta en la magnífica capacidad de Sorkin para dialogar: la gracia, la chispa, la frescura, la inteligencia progresista pertenece por completo al banquillo de los acusados (entre otros cargos, por conspiración y traición a los Estados Unidos, lo que nos empuja al dilema sobre un juicio por hechos o un juicio por ideas, ¡uuumh, vaya por Dios!), mientras que la severidad, la solemnidad y la triquiñuela legal está instalada en la mesa del fiscal y el juez.
Se ve con claridad la intención propagandística de la película y se respira el aire anti reaccionario y el aroma anti Trump, el subrayado es casi grosero, pero lo cierto es que la intriga, el interés, la épica, el ritmo y las virtudes de la protesta adquieren una potente velocidad cuesta abajo. Un maridaje perfecto entre el acelerador y la ideología .
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