Ganar un Goya no abre puertas a los directores noveles
Varios cineastas explican en ABC las dificultades de abrirse camino en una industria donde ni su máximo galardón garantiza carreras
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Iniciar sesión«En una primera película, el director pone parte de su vida, sus experiencias y sus ilusiones», decía Emma Suárez antes de entregar el primer Goya a la mejor dirección novel, una categoría que no se creó hasta la cuarta edición, allá por 1990. «Sí, ... pero en su segunda película empiezan a pensar que “El crepúsculo de los dioses” es solo un documental», respondía el copresentador, Jesús Puente. Ese primer premio fue para una mujer, Ana Díez, por «Ander y Yuli», que espetó un leve «Gracias» y abandonó el escenario. Entre los cinco finalistas había otras dos mujeres, Cristina Andreu, que no volvió a dirigir y hoy es vicepresidenta de la asociación de mujeres cineastas, y una desconocida IsabelCoixet, que a sus 24 años había dejado la publicidad para rodar «Demasiado viejo para morir joven».
Veintiocho años después Isabel Coixet ganaba el Goya a mejor dirección, mejor guión adaptado y mejor película. En una entrevista con ABC, la cineasta lo tenía claro: «Esta es una industria muy rara, impredecible, no hay garantías nunca de nada. Puedes haber hecho una película que haya roto la pana y luego a la siguiente nada. No te puedes venir muy arriba porque igual no te vuelven a llamar».
Esa sensación, la de triunfar con una película, pensar que su carrera ha despegado y luego encontrarse de bruces con la realidad más difícil la han vivido algunos de los 27 ganadores del Goya a mejor dirección novel.
Tener Goya, tener padrino
«Ganar el Goya es un arma de doble filo. Te dicen que con el Goya se te van a abrir todas las puertas de todos los productores, y es mentira», responde Roger Gual, director de «Smoking Room», con la que se llevó el premio en 2002. «¡Hace 16 años! Cómo pasa el tiempo», comenta con humor, y pese a la contundencia de la afirmación, sabe del privilegio y la oportunidad que fue ganar el «cabezón». «Si la primera película no hubiera ido así de bien, todo hubiera sido mucho más difícil. Siempre digo lo mismo: levantar una película, tal y como están las cosas en nuestro país, es una aventura, tengas Goya o no, tengas padrino o no. Todo es complicado. Yo he hecho tres más, una con Netflix, y cada película es una aventura, te tienes que arremangar y levantarla», sentencia.
Con Goya o con padrinos, quien decide y siempre tiene la razón es el consumidor, el espectador último que paga las entradas. «Los premios son importantes, pero la taquilla es la que determina la conexión con los productores para los próximos proyectos», explica Paco Plaza, que con sus primeras películas no encontró la suerte de los premios pero sí de la taquilla. Un éxito que con «Verónica» ha aunado. «El factor definitivo es siempre el público. La utilidad de los premios es acercar la película a los espectadores», reflexiona. Una conexión de la que disfrutan J.A. Bayona, Fernando León de Aranoa y Alejandro Amenábar, los tres únicos que han ganado el Goya a director novel y el de mejor dirección. Otros, la clase media, con una acogida de público más discreta, se refugian en la publicidad y las series mientras buscan cómo levantar sus historias.
Un sistema para los debutantes
«En el “viejo mundo” se decía que la segunda es la realmente difícil», asegura el cineasta y productor Javier Bonilla. «Ahora se ha roto el partido porque llega gente al cine desde muchos lugares, gente que entra, juega y se van.Nada promete que después de ganar el Goya vuelvan a hacer algo. Además, hay mucha subasta de proyectos, se buscan perfiles nuevos», reconoce el productor. Y aquí entran en juego factores como las televisiones, que apuestan por debutantes para dirigir sus comedias con las que asaltar la taquilla, y los cinco puntos sobre cien que da el ICAA en su baremo de ayudas selectivas para los proyectos que tengan un «nuevo realizador».
Cuenta Jaime Rosales –un caso particular, ya que con su primer filme estuvo nominado a dirección novel y con su segundo ganó el Goya a mejor película y dirección– que lo más difícil es encontrar la «primera piedra para la financiación», y que es una dificultad que se comparte en el primer y el segundo título. Quizá por eso, los tres últimos novatos que ganaron el Goya tardaron tantos años en levantar su proyecto:Dani Guzmán, con «A cambio de nada», estuvo diez años; Raúl Arévalo tardó cuatro en encontrar financiación –«y eso que ninguno era novato en este mundo», recuerda Bonilla– y Carla Simón, la última ganadora novel, pudo hacer «Verano 1993» gracias a la ayuda de un laboratorio de guión de la SGAE.
«En mi caso, y creo que en el de los otros, son historias que llevas tiempo queriendo contar y le pones todo el cuerpo y el alma. Y sí que hay algo que nunca se va a volver a repetir: esa sensación de que no hay mañana cuando haces una primera película, lo das todo», cuenta a ABCCarla Simón, que ya trabaja en su segunda historia.
La experiencia reflexiva de Jaime Rosales le lleva a aseverar que «muchos hacen una primera película, menos la segunda y muy pocos la tercera. A partir de ahí, es relativamente fácil hacer siete u ocho filmes». Y aconseja a los debutantes: «El segundo filme es un falso primero: está el hándicap de creer que ya lo dominas, y es bastante peculiar porque uno tiene la tentación de repetirse porque vende y le ha ido bien, pero lo que hay que hacer es cambiar», sentencia.
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