Cate Blanchett: «Prefiero que me llamen actor que actriz, me sitúa al mismo nivel que los hombres»

Después de la Copa Volpi en el Festival de Venecia, la intérprete roza su tercer Oscar por ‘Tár’, que se estrena este viernes en España

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Cate Blanchett, protagonista de 'Tár'

Cate Blanchett (Melbourne, 1969) es la nueva Meryl Streep . Como la actriz estadounidense, la australiana imita acentos, inventa gestos y desaparece siempre tras sus personajes. Autodidacta, los construye buscando la excelencia, como la directora de orquesta a la que interpreta en ‘Tár’ ... , el regreso de Todd Field tras las cámaras. Un papel exigente que, sin embargo, creó desde la naturalidad: si la ‘maestro’ es impecable en su trabajo, también lo es Blanchett, que aprendió a hablar alemán, a tocar el piano y hasta a conducir como una kamikaze para una de las escenas de la película. Toda la complejidad de la preparación de sus personajes es sencillez a la hora de elegirlos: prima lo original y basta un director que le pida algo «en lo que nunca había pensado». Como el mono del ‘Pinocho de Guillermo del Toro’ o Lydia Tár, presente en cada plano de las casi tres horas de esta película sobre el abuso del poder que la acerca a su tercer Oscar. Igualaría a Meryl Streep, aunque, dice restándole valor al hito, lo importante no son los premios: «Tenemos que cuestionar nuestra forma de medir el éxito».

—Aprendió alemán y a tocar el piano para este papel, pero ¿cuál ha sido el mayor reto de interpretar a esta genia y tirana al mismo tiempo?

—Es una maestra absoluta de su oficio y eso debe entenderse de inmediato por el público para que no haya duda de que tiene el derecho inatacable de estar en su posición. Pero el mayor desafío es entender a alguien tan ambiguo y enigmático, interpretar lo escondida y distanciada que está de sí misma. Es una persona que está en el cenit en su carrera profesional pero también sabe que está llegando al final de algo, así que hay un dolor y un impulso destructivo en ella que está en desacuerdo con la cantidad de éxito que está logrando. Crear, entender y recrear esa tensión que siente fue lo más difícil.

—¿No somos todos, en algún punto, extraños para nosotros mismos?

—¿Tú crees? No sé, creo que está a punto de cumplir 50 años y piensa en el tiempo que le queda. Ha perdido el fuego, en cierto modo, y cuando ve llegar a una joven que está al principio de su carrera con un talento increíble es como si se calentara los pies con ese fuego. Está atascada y piensa, quiero un poco de esa energía fresca. Es una persona que, por dirigir una gran orquesta [la de Berlín], se ha obsesionado con el legado, con las apariencias externas. Cuando todo eso te atrapa, al final te aleja de tu creatividad.

—‘Tár’ explora el abuso de poder desde la perspectiva de una mujer, una vuelta de tuerca al MeToo. ¿Termina todo genio siendo un tirano, independientemente de su género?

—No, no lo creo. Tener poder institucional puede ser una fuerza muy corruptora. Mira a nuestros líderes, pueden venir con muchas ideas humanas y sociales, pero luego el proceso político, el sistema en sí, los corrompe. Ella dirige una institución importante, tiene que rendir cuentas al consejo de administración, a los patrocinadores y a todos los actores individuales que, por supuesto, han pasado por un proceso mucho más democrático, pero Mahler y la música que interpreta proceden de una estructura más jerárquica y patriarcal. Esas dos cosas están en guerra. La pregunta viva en ‘Tár’ es: ¿cómo te esfuerzas por la excelencia? Brutalmente. A menudo tiene que ser así, pero respetuosamente, intentando encontrar el modo de que puedan coexistir esas dos cosas.

—Hay una frase bastante clarificadora: «La orquesta no es una democracia, es una autarquía». ¿Son las democracias ineficaces frente a la amenaza populista?

—(Ríe) Esa frase, en realidad, me la dijo mi profesor de piano, un concertista increíble que vive en Budapest. Estábamos tocando Bach y me dijo: «No, no, no. No es democrático. No todas las notas son importantes». Pero sí, la democracia es una construcción muy frágil y no es algo ante lo que podamos ser pasivos. Para que la democracia funcione, la población debe estar comprometida. No se pueden dejar las estructuras democráticas de lado porque los pequeños y destructivos movimientos se sirven a sí mismos, son mucho más autocráticos, intimidantes, brutales y gritan. Buscan destruir la democracia en cada oportunidad, algo que históricamente siempre ha sucedido porque se basan en el miedo, y cuando la gente tiene miedo, actúa de manera contraria a su mejor versión.

—En los últimos años se ha cancelado a creadores y artistas por temas polémicos de su biografía. ¿Se puede separar una obra artística del carácter controvertido de su creador?

—Son dos cosas que pueden y deben evaluarse. Los abusos de poder institucional son censurables y no deben tolerarse. De ninguna manera. Pero muchas de estas polémicas están saliendo a la luz y frenando a mucha gente simplemente porque no ha querido jugar al juego. Eso, en mi opinión, no se puede tolerar. Hay grandes obras musicales, películas extraordinarias, obras de arte asombrosas que han sido creadas para hacer avanzar la experiencia humana y odiaría no poder disfrutarlas, porque alimentan mi alma. ¿Apoyo el comportamiento de esa persona? No. Pero hay que debatirlo. No creo que haya una respuesta sencilla.

—El 90% de la dirección de las orquestas de todo el mundo están todavía en manos masculinas. En ‘Tár’, tu personaje logra lo inalcanzable. ¿Hay miedo a romper las dinámicas?

—Tienen miedo de que las cosas se hagan de otra manera, tal vez. La naturaleza terriblemente seductora del poder es que una vez que lo tienes, no quieres soltarlo ni compartirlo en una estructura matriarcal porque la gente piensa que las mujeres se comportarían igual. Me encantaría ver una estructura matriarcal en acción. El poder puede afectar a las personas sin importar su género y, cada vez menos, pero sigue siendo un acto político que las mujeres suban al podio.

—¿Comparte el rechazo por el lenguaje inclusivo con su personaje?

—No es una declaración política, pero prefiero que me llamen actor que actriz, me sitúa al mismo nivel que los hombres, aunque no nos pagan lo mismo ni nos tratan igual.

—Tiene 53 años y sigue en primera línea. ¿Cuál es el secreto para sobrevivir a un mundo tan implacable con las mujeres cuando cumplen años?

—No mencionarías la edad de Bradley Cooper ni la de Sean Penn. Ahí lo tienes. Esa pregunta lo dice todo, ¿no?

—El año pasado recibió el primer Goya internacional, ¿le ha influido el cine español de alguna manera?

—Por supuesto, pero también directores de habla hispana. Amplían el sentido de lo que es posible en el cine, incluyendo diferentes paletas de colores y ritmos narrativos. Si siempre trabajas con gente que se parece a ti y suena como tú, se vuelve todo monótono.

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